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Mostrando entradas de mayo, 2007

El posible Baldi- Juan Carlos Onetti

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Un gran cuento de un escritor uruguayo estupendo . Baldi se detuvo en la isla de cemento que sorteaban veloces los vehículos, esperando la pitada del agente, mancha oscura sobre la alta garita blanca. Sonrió pensando en sí mismo, barbudo, el sombrero hacia atrás, las manos en los bolsillos del pantalón, una cerrando los dedos contra los honorarios de «Antonio Vergara — Samuel Freider». Decía tener un aire jovial y tranquilo, balanceando el cuerpo sobre las piernas abiertas, mirando plácido el cielo, los árboles del Congreso, los colores de los «colectivos». Seguro frente al problema de la noche, ya resuelto por medio de la peluquería, la comida, la función de cinematógrafo con Nené. Y lleno de confianza en su poder, la mano apretando los billetes porque una mujer rubia y extraña, parada a su lado, lo rozaba de vez en vez con sus claros ojos. Y si él quisiera... Se detuvieron los coches y cruzó, llegando hasta la Plaza. Siguió andando, siempre calmoso. Una canasta con flores le recordó

Cuento de Exilio y soledad

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A los que se fueron en la fiebre del 2001 argentino “ Y… no te queda otra, Marcelo” le habían dicho sus compañeros de la vida una de las últimas tardes en Buenos Aires, mientras él trataba de nutrirse de las opiniones para determinar uno de los viajes sin vuelta fechada, más sustanciales de sus cortos cuarenta años. Trató de aguantar. Procuró confiar en un reacomodamiento de las cosas; pensaba que la inercia del mercado y de la física misma trasladaría todo a un orden: pero era una ficción que se inventaba para no firmar el divorcio, para no establecer la distancia más gigante y superlativa del café de la mañana con el diario y los amigos en el bar de la esquina, de la función de los jueves del cine céntrico, del fulbito de los sábado, de los asados domingueros con la familia entera. El curso normal de sus días permitía que Marcelo se olvidara de “esa amante inoportuna que se llama soledad”; lo metía en un frasco donde muy pocas veces se filtraba el perfume denso y ácido de la sensació

La artesanía en verso

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Una mañana soleada El sol calienta las tristezas de los edificios grises de la ciudad. Enormes y fríos armatostes de cemento que sufren el encierro eterno de su existencia urbana; aburridos y mediocres templos que crecen sin memoria ni sueños que albergar; macizas e insensibles edificaciones de nadie con historias que pasan sin principio ni fin. Ayer, soñé que me besabas y la angustia apretó con fuerza mi corazón al despertar. Sentí lo mismo que siente un edificio cuando, una mañana soleada, los rayos tocan sus entrañas y le hacen creer, que es algo más que una roca sin vida. Culto a la puesta del sol Febo sonroja su cara redonda se esconde lentamente en el ocaso y con la lentitud de la eternidad va escondiendo su belleza. Pocos se prestan al regocijo del espectáculo. El crepúsculo se vuelve cárdeno de asfixia algunas nubes intentan enfrentarlo mientras unos pocos iniciados asisten al ritual. Me gusta apreciar la quietud del atardecer-dijo-. Y las palabras tuvieron el sabor a la verdad

La espera- Jorge Luis Borges

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El coche lo dejó en el cuatro mil cuatro de esa calle del Noroeste. No habían dado las nueve de la mañana; el hombre notó con aprobación los manchados plátanos, el cuadrado de tierra al pie de cada uno, las decentes casas de balconcito, la farmacia contigua, los desvaídos rombos de la pinturería y ferretería. Un largo y ciego paredón de hospital cerraba la acera de enfrente; el sol reverberaba, más lejos, en unos invernáculos. El hombre pensó que esas cosas (ahora arbitrarias y casuales y en cualquier orden, como las que se ven en los sueños) serían con el tiempo, si Dios quisiera, invariables, necesarias y familiares. En la vidriera de la farmacia se leía en letras de loza: Breslauer, los judíos estaban desplazando a los italianos, que habían desplazado a los criollos. Mejor así; el hombre prefería no alternar con gente de su sangre. El cochero le ayudó a bajar el baúl; una mujer de aire distraído o cansado abrió por fin la puerta. Desde el pescante el cochero le devolvió una de las m

Las Malas compañías son las mejores

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“Si, a media noche, por la carretera que te conté, detrás de una gasolinera donde llené, te hacen un guiño unas bombillas azules, rojas y amarillas, pórtate bien y frena”. Joaquín Sabina Otra crónica del bajo fondo de la noche La zona roja en el interior Afuera, la luna parece una moneda de cobre tatuada en el cielo. Del mismo color tiene los ojos Helena, casi anaranjados, como dos brazas que se apagan con lentitud detrás de largas pestañas. A veces, cuando recuerda su pasado, esas brazas se encienden y adquieren un rojo furioso, de fuego, porque en lugares como éste, allí donde la toques, la memoria arde. Habla Helena. Habla y mira el pequeño astro a través de la ventana. Todas las noches, desde hace más de seis años, sus ojos se posan en aquella figura lejana y ella sueña con poder llegar tan alto y escapar a su pasado. Pero cada vez que el picaporte se mueve, y de atrás de la puerta de metal carcomido aparece la figura de un hombre, ella se despabila, y se convence que el pasado nun

Instrucciones para dar cuerda al reloj- Julio Cortázar

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Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y

Esa fue usted mi muy querida señora mía

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Casi no lo recuerdo bien, pero me parece que usted quiso en algún momento tomarme de la mano durante la escena esa del asesinato, yo obviamente en ese primer momento traté de que usted se diera cuenta de lo que estaba haciendo y le dije algo así como “vos tenés que pensar que es todo ficción”, a lo que usted muy descontenta y desilusionada me respondió “claro, ¿y la magia?, vos que querés ser escritor deberías estar aterrado”, recuerdo en particular esa frase porque enseguida, me di cuenta de que si realmente quería ser escritor debería vivir con mas intensidad y mas realismo las ficciones. A usted no le tomó mucho tiempo convencerme de que llevarnos de la mano tampoco era tan trágico como yo me temía y aunque me reconozco bastante hosco para el romanticismos, sobretodo a esa edad, ya no me preocupaba por lo que dirían los muchachos cuando pase con usted por frente al bar. También me cuesta recordar algunos detalles de esa noche del baile en el club de Temperley, pero muy en claro teng

Lejos del Olvido.

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Un Nunca más escrito para De La Rúa: Cronología de las últimas horas del inservible. La vena del hemisferio izquierdo de su cabeza imitaba al tictac del reloj con un realismo increíble. Estaba posando en su sillón gigante, con la mirada perdida sobre la aureola de humo que dibujaba su té de tilo sobre el aire febril de su despacho. Su rostro exhibía el desánimo y lo irremediable de la situación. Las noticias de las AM más prominentes del país habían evidenciado el grado de repudio y disconformidad de la Opinión Pública contra su gestión. El clima del pasillo rosado de la mañana se lo había dicho todo. Ni siquiera los más alcahuetes le fingieron optimismo por la mañana al llegar; como era habitual. Algunos cortes de ruta y otros de calles se habían anunciado para gran parte del día en el Conurbano bonaerense. Se tejía en cámara acelerada un plan de golpe sin agresión directa, sin violar el orden constitucional, pero él no se percataba de la realidad; prefería creer en salvavidas utópico

El "BM" y la carreta en la feria de La Plata

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Bienvenidos al Paseo de Compras del Sur. Así recibe a sus clientes la feria paraguaya de La Plata los jueves, sábados, domingos y feriados. Es temprano y todavía la gente no ha ocupado totalmente el espacio. Los pasillos están despejados y muchos de los puesteros siguen acomodando la mercadería a la espera del cliente. El estacionamiento acaba de abrir las puertas y poner el cartel que dice: Hay lugar, $2. Enfrente también hay estacionamiento, pero para motos y bicicletas. Un chico las recibe a la entrada, la cuelga de la rueda trasera y le da un número al dueño para que la pueda retirar sin inconvenientes. Una chica pasa por el pasillo ofreciendo a comida de uno de los negocios del patio de comidas. Camina con paso lento por cada uno de los ocho pasillos de stands. Lleva un delantal a cuadros en colores cálidos y gorro verde que en algún momento fue más oscuro. -¿Quiere encargar algo para almorzar?, ¿A qué hora se lo traigo? –Anota en la libreta el número de puesto y el pedido. Todaví

Justamente Rocío

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A Paloma Karukinka Cuento, del y yo y su otro yo. Por Marcos Gutiérrez “Un cuento se podría escribir de tantas formas, se podría escribir por el sólo ejercicio de escribir algo, de mantener la muñeca caliente y la cabeza afilada, se podría escribir queriendo dejar un mensaje que es, al fin y al cabo, la razón de ser de la literatura. Pero hoy escribo para desahogar el alma, por pura necesidad de descomprimir el pecho. El asunto está en saber qué quiero escribir...” Solía pasarme siempre que Milagros iba a llamarme, la eterna flagelación en silencio frente al teléfono. Dijo que a eso de las cinco para charlar un rato de la vida. Aunque claro, cuando Milagros decía “la vida”, se refería a nuestra visa, a nosotros dos caminando por el bosque o Plaza Moreno, comiendo un pancho o mirando una película en el San Martín. Ni a mi relación con Rocío ni a la de ella con Franco. Pero ahí estaba yo unas cuatro horas antes, mordiéndome las uñas y arrancándome el corazón por la boca esperando

Noches de carmesí, sin perfume francés

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Crónica de la zona roja platense Bajo un círculo de luz menea las caderas en un vaivén rítmico al que los conductores saludan con un bocinazo. Sus largas piernas asoman debajo de un corto vestido rojo que descubre sus dotes de mujer y esconde sus contradicciones. Sonríe, y sus gruesos labios, delineados groseramente, se afinan. Un auto disminuye la velocidad cuando llega a la esquina y mira. Ella lo saluda y el hombre frena. -¿Cuánto? - Veinte el oral, cuarenta el completo. -Subí El auto derrapa en el pavimento y las gomas chillan y, a lo lejos, desaparece en la cochera del hotel, bajo un foco colorado. Mujeres diferentes -Este es mi tercer viaje a la Argentina; estuve dos veces en Buenos Aires y ahora me vine con mi hermana a La Plata porque no es tan peligroso –La hermana de la que habla también es travesti y trabaja en la esquina siguiente. Milenka tiene 24 años y hace nueve que trabaja en la calle. -De día somos como cualquier señora… Hacemos las cosas de la casa, limpiamos…

La soledad de una noche lluviosa

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Crónica de la noche platense La noche era fría y solitaria. Una suave viento movía las persianas de los locales cerrados del centro platense. Sólo los faroles de la vía pública y de unos pocos bares que estaban abiertos iluminaban las veredas, donde los vendedores ambulantes empezaban a levantar su mercadería que estaba exhibida en el piso. - Esto está muerto, che… No anda nadie… - y moviendo la cabeza hacia ambos lados comenzó a doblar el paño en el que había desplegado sus artesanías. La calle, que de día se llenaba de gente que pasea, compra o, simplemente, pasa, era ahora un paseo de persianas de hierro hasta el piso, candados en las puertas y oscuridad. Sólo una vidriera conservaba las luces encendidas: la juguetería que anunciaba con carteles de colores la proximidad del Día del Niño. Sólo una esquina daba señales de actividad a esa hora. Muchos jóvenes y familias había elegido McDonald’s para salir a cenar. Afuera, sobre la ventanilla donde se despachaban helados, cuatro person