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Mostrando entradas de febrero, 2009

Sueños violentos

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No sé cómo arrancó la conversación pero hablábamos como si nos conociéramos de toda la vida. Los principios son, muchas veces, menos recordados que los finales, ¿Será por eso que hay tantas historias que no terminan de ser comprendidas? Lo cierto es que ese extraño hombre que tenía enfrente de tan extraño me resultaba familiar. Lo sentía, de algún modo que no puedo precisar, como alguien cercano y confiable con el que se podía dialogar con la misma intimidad con que se monologa con uno mismo. No parecía ser mucho mayor que yo, tendría unos treinta años, pero cierto aire melancólico envolvía su figura y lo hacía parecer más viejo. Su barba descuidada y el pelo enmarañado le sumaban abandono a su, ya de por sí, deshilachada imagen. Estábamos en un bar pequeño en las afueras de la ciudad que bien podría pasar por tugurio sin temor a caer en confusiones; un par de mesas, mucho humo y poca luz le daban una presencia sórdida y de ensueño al lugar. Tampoco sé bien cómo llegué a un sitio semej

Música "de la Ostia", crónica

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Crónica urbana, El after en la noche, La Plata Escribe Emmanuel Burgueño. "Para entendidos", debería figurar en alguna parte de la entrada: la música techno suena como un eterno tamborileo en el que las máquinas hablan al ritmo de un compás extenso y repetitivo, repleto de acentos y silencios. El lugar, iluminado por unos tenues faroles y unas danzarinas luces camaleónicas, está prácticamente vacío con la excepción de cuatro o cinco jóvenes que en el rincón más oscuro (al lado de las persianas que dan calle y nunca se abren) se mueven de manera fantasmagórica agitando las manos y moviendo sus cabezas. Son las tres de la mañana, y "de la Ostia", el único bar en la ciudad de La Plata que pasa música electrónica toda la noche, parece amnésica de gente; pero claro: falta el cartel que diga: "para entendidos"… - Es demasiado temprano; esto recién empieza a "ponerse" a partir de las cuatro y media. Adriana habla con la elocuencia y la autoridad

París ayer y ahora

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Llamó a las 8 y me dijo que quería hablar de lo nuestro. Cuando decía lo nuestro se refería, intuyo, a conversaciones nunca resueltas, a intentos fallidos, a ganas que resbalan en el marmol de lo moral: de lo permitido y lo prohíbido.Siempre que sonaba el teléfono, yo deseaba que ese sonido estridente me trajera la voz de ella. Porque justamente si era ella, el fantasma cotidiano, ese ritual monótono de volver con la cara larga del trabajo y soportar alguna queja de mi mujer, se pudiera disipar tan fugazmente como el humo de una avión en el aire. Sin embargo esas charlas fulgurosas, aunque tendrían que durar años, se terminaban. Carecían de extensión, se consumían tan rápidamente como todas aquellas cosas que se disfrutan demasiado. Y lastimosamente yacían en la nada, en esas fichas puestas en el azar, en esa eventualidad de que nuestras vidas girasen en un mismo sentido casi mágicamente. Pero aquella tardecita llamó con otra cadencia, con otro tono: dijo que todo había concluído, que