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Mostrando entradas de 2015

La frágil vasija

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En una esquina de la ciudad había un local de objetos de arte. Y entre la calle y el frente del local una estatua de cerámica de la deidad budista Kannon (Bodishattva de la compasión), con la altura de una niña de doce años. Cuando el tren pasaba, el gélido cutis de Kannon se estremecía, al igual que el vidrio de la puerta del negocio. Cada vez que yo pasaba por allí, temía que la estatua se cayera. Éste es el sueño que tuve: El cuerpo de Kannon caía directamente sobre mí. De pronto Kannon estiraba sus largos y blancos brazos, que hasta entonces pendían a lo largo de su cuerpo, y me envolvía el cuello con ellos. Yo saltaba hacia atrás con desagrado por lo sobrenatural de sus brazos inanimados cobrando vida y por el frío toque de su piel de cerámica. Sin un ruido, Kannon se rompía en miles de fragmentos al costado de la calle. Una muchacha recogía algunos de los pedazos. Se detenía un instante, pero rápidamente volvía a juntar los pedazos diseminados, los fragmentos de cerámica relu

Un día en la vida del cazador

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Bebí de un sorbo lo que quedaba de ginebra en el vaso y agarré los naipes. Una densa niebla de tabaco invadía el lugar. De lejos sonaba el partido entre Gimnasia y Belgrano en la transmisión de la televisión pública. Iban 0 a 0. Un bodrio. “Todo está bien”, me dije. Eran las 9 de la noche y estábamos sentados jugando al truco en la sala de juegos detrás de la barra del club. Afuera: una niebla silenciosa comenzaba a teñir de blanco el verde de las veredas. - ¡Envido che!- Dijo Roberto exaltado.   Arqueó sus cejas como si tuviera en sus manos el billete ganador de la lotería. Ya todos lo conocíamos, sabíamos que su exaltación siempre era índice de una gran mano. – Guarda que tengo más que las viejas eh…- soltó con sarcasmo entre dientes para persuadir. El muy pillo era pie y quería robarse los puntos del tanto. Mi compañero Yiyo, me miró y cerró sus ojos. En esta me dejaba solo. Miré los porotos y estábamos lejos. Acto seguido, levanté la vista a la

Y si viene la noche

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Y si venís con ese viento mejor que sea con ese viento que hasta lava lágrimas de metal fundido Canjea arcilla por gotas pequeñas gotas como brotes de suertecitas.  Y si venís con esa risa que sea un caracol de agua tragamonedas de angustias Y si venís con ese sol (aunque pequeño sol)  seque los trapos que también deberían tirarse le dé un avioncito dulce a tus labios una canilla que respira profundo

El rey del bife

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Crónica de un mediodía en Pehuajó, Provincia de Buenos Aires.  Se escucha el cotorrerío y no es una metáfora de viejas que entretejen información. No.  Son cotorritas verdes que pueden estar en Misiones pero sin embargo sobrevuelan por las palmeras de la plaza principal en ésta planicie de la cuenca del salado, 365 kilómetros al noroeste y pampa adentro de Buenos Aires. Es Pehuajó el sitio que me refiero, el lugar donde Manuelita la tortuga de María Elena Walsh vivió y hoy luce descolorida en una plaza de las circunvalaciones o una tierra de llanura con 31.533 habitantes según el censo de 2010 que en boca de pehuajenses la cifra estima unos 50.000 en 2015.

Un viaje al fútbol de la selva

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Un viaje a las entrañas de las yungas afrobolivianas donde el equipo de fútbol Chaco Tocaña nos muestra los lazos que unen a la tradición negra con la pasión futbolera Primero ellos llegaron a Potosí. Ellos,  esclavos de África que vinieron a Bolivia cruzando el mar para trabajar en las minas de plata donde manda el tío Sumaj Orko a 4500 msnm. De Angola, Camerún y Mozambique a la fiebre del estaño y la plata. Sin embargo el trabajo duro en un clima hostil los comenzó a diezmar y los sobrevivientes decidieron levantar campamento. Así fue que siguieron por otra ruta, a tranco lento, hasta toparse con el verde subtropical de las yungas paceñas donde se hallaban las fincas de los españoles prometiendo trabajo y ellos prefirieron empezar ahicito mismo de cero. Se mezclaron con criollos y Aymaras en Tocaña: un pequeño pueblo entre nubes, árboles frutales y aves exóticas que pertenece a Coroico – y es a unos 50 minutos por camino de tierra- donde comienza a rodar la

Un dial

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Sí, al final estabas en un asiento. En uno de esos colectivos de choferes renegados que se cansan de pisar el mismo asfalto y en apariencia estos coches o éstos trances tienen más de previsibilidad que de sorpresa. Pero no, ahí estaba la sorpresa: siempre tan camuflada de común o de todos los días. A veces me parece que el tiempo real es el de los latidos. Latidos con otro golpe, latidos como bombos legueros que trazan mojones etéreos por dónde los clicks son bisagras para si empre. Verdades que se hamacan entre el pecho y los intestinos. Creo que éstas palabras las tendría que haber escrito ese día, pienso. Me reprocho. Ese otro yo con varios años menos, algunos brotes de acné que aún estaban en mis cachetes, pero después me digo que no, qué cómo hubiese podido si era un sueñero de cabotaje y los 50 kilómetros en autopista eran sólo 50 kilómetros por autopista. Luces que encandilaban para otras latitudes donde los pies estaban más sobre un mar de cemento y algunos cristales r

La puerta del olvido

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Esa puerta siempre estuvo cerrada. Hermética madera donde no suenan nudillos ni llegan los sobres a deslizarse debajo. Alguna vez habrá recibido una carta? Alguna vez habrá sentido las risas en coro de una tertulia de amigos o el placer en sonido viniendo de un cuarto? Mmm, Lo dudo. Una puerta cerrada al fin de cuentas es una puerta cerrada.  Los postigos se quejan porque sienten su engranaje ya como el cemento, nunca giran ni pendulan con el viento y eso, según la familia de  los postigos, es su momento más sublime. Casi que su razón de ser: aletear con el viento y rozar la pared, sentir las manos del dueño que a la hora de la aurora y el ocaso es un titiritero que las mueve, las sujeta con un gancho en sus extremos contiguos.  Sin embargo ahí están ellos duros como una formación militar, casi que emulando a la pared.  Dicen que alguna vez fueron celestes y ahora son grises como el hormigón del asfalto o este cielo lloroso de días de lluvia.  Un chico se arrimó hace unos días a pedir

Besos caracoles

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Hay besos que son como una obra de arte: paciencia quirúrgica en un beso. Cámara lenta, el tiempo del caracol pero en un beso. Un beso como el molino de una brisa. Pequeño viento y dos peces que andan en el viceversa perfecto del deseo consumado que se vuelve tantra: sinfín. Colchón de labios que son besos como este, ahora, en un banco de cemento ellos se besan y se tragan la tormenta dulcemente.  Matías Kraber 

Calesita Buenos Aires

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Creo que me escapé de Buenos Aires. En realidad no se trata de escapar, sino de probar y definir por pura praxis. Aunque la sensación sea irse como vomitado por las luces. Un insecto que se muda eyectado tras un estornudo furioso que lo escupe por un río que conduce a la cascada. Primero el fango y después el cristal del agua mineral.   Después de haber probado el mar tibio, otros climas, nuevas faunas y más historias el camino guiña el ojo a más camino. Y el que probó se jode porque tiene esa sed que no se calma ni con la mejor limonada de soda y limón. Es la sed, esa que el agua no cura.   Así que un día me fui, apuré el tranco, definí que mi vida pasaría por otros rieles. Ojo, lo intenté. Estuve. Pisé sus calles, me metí en sus callejones, en sus mesas chicas, así como en sus barrios primer mundo. Arrabal, hotel 5 estrellas, Francia y España, el Congreso,  comida peruana y Palacio Barolo,música electrónica, Caballito y Hollywood o el suburbio de las estaciones. Creo que fui un

Azul y oro en Tapalqué

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Azul y amarillo la cancha. Nunca fui de Boca, aunque en mis relatos siempre esté más presente que River. Pero el guiño del color está a 50 kilómetros de mi pueblo General Alvear: Tapalquén, un nombre mapuche pampa que sigue firme en la identidad de otro pueblo que está en mi ADN, desde el día que me puse esos colores.  Fue una mañana fría como el iglú -10 AM y Cerrito al tresmilypico en una ciudad cementera que está dentro de un pozo que congela- cuando nos cambiábamos en el vestuario de la Cancha de Racing de Olavarría que es un predio polideportivo con tribunas como de primera A. Rubino, don Aldo, estaba en la comisión directiva y en ese début me tocó la 9 que alguna vez él inmortalizó en torneos zonales que los futboleros de antaño tapalqueneros recuerdan con un sabor nostalgioso del buen vino en el estaño del club mientras suenan las copas con las bolas de billar. " Qué jugador, el Aldo... como saltaba a cabecear", y el Aldo que sonríe con humildad mientras camina por e

Calle 63

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Cuando te pica la mano. Una cosquilla adentro, algo que raspa, un nervio que se hincha con la humedad pareciera.  Escribir para arrimarse a un otro: cualquiera que sea.  Este hombre que recorrió el campo temprano y llega al rancho a tomarse un mate mientras suena la hondura del silencio. Esa mujer, que piensa en los viajes y en las letras, que nunca está quieta y de repente lee. Lee y su alma parece flotar en el dique de San Juan. Se convierte en un velero que sigue el curso  del viento norte. Este amigo que se alista, se acomoda para salir al trabajo, piensa en la fatiga de la rutina pero por suerte tiene el don de capturar la chispa de un instante: una frase que lo despabila como el agua helada de la canilla a la mañana. Sabe que los días son largos pero hay palabras como semillas que germinan adentro y eso, eso amigo, eso es lo más importante.  Un señor, un señor de párpados pesados, sentado en la mecedora de su balcón parece un pájaro que medita en su propia jaula de cemento. Mira

El árbol de la sortija

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El árbol está ahí. Existe. Contar su historia es casi un guiño a la mitología, pero es realidad volada. Más lisergica y de cerrar los ojos. El primer argumento es que éramos 4 tipos que riman, que hicimos de esas chispas naturales de la conexión espiritual. No sucede muy seguido, digamos que no sucede casi nunca pero dos por tres la vida nos pone ante esas certezas que son divinas. Rocío, Damián, Emiliano y yo. Cuatro caminantes hacia el cerro cuando el calor cordobés de capilla era una brasa en la espalda. Agua, mochila y provisiones de excursión: una banana, una manzana, cannabis, auriculares, un libro y un abrigo. ¿ Pa qué más? Si la mochila del viajero es el experimento de la síntesis. El campamento indispensable. Lo justo y lo necesario.  Andar liviano y práctico. Empezamos a subir el cerro como la ese de una serpiente, el sendero era aridez de unas rocas que nos empezaban a observar como testigos petrificados. Narices de pájaros andinos, ojos y bocas. Al principio solo eran roc

Caminar y derretirse en Santa Marta

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Una mañana de Santa Marta caminamos por el desierto. No lo era pero mientras avanzábamos a paso firme por la costanera de un mar pesquero el sol refractaba y quemaba los pómulos, hervía los pies y secaba la boca de un solo soplido de arena picante.  Sudor sin sombra. Una remera de túnica y una teletransportacion al desierto colombiano pero todo derechito sin curvas al aeropuerto samario donde ningún árbol se asoma, sólo se arriman autos amarillos y nipones queriéndote cobrar  a precio turista gringo y nosotros le decimos que no, que "que mamera, pero somos sudacas", esa plata no la pagamos, a parte sabemos caminar sin miedo como la noche donde confirmamos la máxima de Kerouac con Fer: "las estrellas son palabras", mientras caminamos los pares de kilómetros que separan Icho Cruz de Villa Carlos Paz con tres perros que fueron tres amigos del tiempo: tal vez otro yo's de los nuestros -Richo, Emilio y Emiliano- prendiendo sus linternas en la oscuridad que guía. Des

La Wallace en una foto

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Esta es mi foto de Alvear. Pueden ser muchas. De hecho lo son. Pero ahora elijo ésta: la calle Wallace una tardecita de otoño casi invierno. Ese color violeta y naranja del cielo mientras se acerca una camioneta que puede venir del campo y estacionar en lo Papavero por algún toque de chapa y pintura que Carlos -siempre vigente en la esquina que cruza con Vicente López- hará en su galpón que es la estática del tiempo. A veces me da placer que el tiempo esté con las agujas del  cemento congelado.Un pequeño tatuaje en color o cemento de la historia barrial. No sé cuánto: pero desde que nací está así, pintado con los colores de Boca Juniors y también hay olor a pintura, a chapa chamuscada con la octógena, mientras las bicicletas musetas o inglesas frenan en la vereda de enfrente para jugar algún número de la suerte en la Quiniela del otro Carlos: Quiroga, el hijo de Doña Juana, que también pasa lentamente persignándose porque acaba de curar el empacho a algún gurí vecino.  Por ese pun

Taxi la amistad

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Con el tachero hablamos de la amistad. Ni de mujeres, ni del clima, ni de política. En 20 cuadras - de Diagonal 80 y 2 hasta 63 y 3- el viaje fue destinado a hablar de la riqueza infinita de un encuentro con un amigo o un gomía, porque se puede ser buen compañero, pero un amigo o un gomía es otra cosa. Es otra vaina. O no?   " Sabes lo que pasa, que es desenchufar todos los cables. Imagínate como si estuviésemos llenos de cablecitos que son del mundo de la responsabilidad, y c uando nos encontramos con el amigo empezamos a desconectarlos uno por uno", me dice Cacho y parece que me lo dice el tío Asdrubal. Sí sí le digo, hasta escucho cuando las sopapas que retienen los cables como en un quirófano se van descorchando del cuerpo. Se descorchan. Se desconectan. Se destapan y mientras tanto nosotros dos debajo de un toldo o de un sauce fumando un cigarro, en un bote pescando o tirando una pared de fulbito: inventamos un túnel o un paréntesis donde el tiempo no existe. O si existe

Un rectángulo del once

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Subo las escaleras de la estación Pasteur y me avanza el olor a pastel de papas y arroz chaufa. Papa y arroz: dos comidas sudacaorientales invaden la cuadra por la nariz. Dicen que en el tumulto, en el caos de razas y ventas, ganamos nosotros: los buscavidas sudacas. Eso no lo pronuncia nadie, pero lo escucho. Los ruidos no se distinguen pero el pulmón de aire lo marcan los colectivos cuando abren sus puertas para depositar o hacer subir pasajeros. En un rectángulo como el área grande del fútbol pero puro cemento, palomas que vuelan bajo y picotean la basura chatarra del transeúnte; el once está a la orden de la compra rápida y fugaz. Veo elegantes vendedores que visten como el halcón maltés y pueden también ganar juicios aparentemente millonarios, dos inmigrantes senegaleses con la camiseta de Brasil y Francia puestas más tricotas -cubriéndoles las nuces- que seguramente tejió una chola que ahora vende comida peruana al paso en un taper de campamento. Otro peruano achinado de corte

Fútbol pibe, Fútbol

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Fútbol pibe. Fútbol. La manija que carcome por dentro si no intento una pared, un toque corto de espaldas, un tiro cruzado con el empeine sintiendo la pelota como un huevo en los cordones de mis botines. Si, también el acto de ponerse los timbo e ir caminando como un soldado pero que en vez de ir a un cuartel va para la canchita. Sí también le digo canchita por más que yo ya sea un viejo o la cancha tenga un césped sintético con esa pasta negra que parece el coco de una torta  de cumpleaños que también tenía jugadores de River o de Boca o del Rojo y Racing. Fútbol, ésta matemática imperfecta que es más poderosa cuando se juega con amigos. El otro día, en una tertulia digna de un tercer tiempo futbolero, les pregunté a dos socios de la pelota y las letras que riman con vida simple: ¿ Por qué uno con el tiempo se vuelve inexorablemente Dolinezco para jugarlo?. Por qué a ver, por qué? Por qué ya no asomo el hocico a esos pleitos de camisetas de los sábados dónde me tendría que abrazar con

La caza del toro

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Jack Kerouac El viajero solitario Una semana después voy a ver mi primera corrida de toros que, lo confieso, es una novillera, una corrida de novillos, y no ése espectáculo más realista que suele haber invierno y que todos creen tan artístico. El interior del lugar es un cuenco perfectamente redondo con un círculo nítido de tierra alisado y rastrillado por rastrilladores dedicados y expertos como el tipo que rastrilla la segunda base del Yankee Stadium, salvo que el nombre de este stadium es “muerde el polvo”.- Cuando me senté, el toro acababa de salir y la orquesta volvía a sentarse.- Trajes bordados y ceñidos al cuerpo vestían los jóvenes detrás del telón de acero.- Seguían solemnes cuando un toro hermoso, de un brillante negro azabache, salió a la arena desde un rincón que no había advertido antes; aparentemente mugía pidiendo ayuda, nariz negra, enormes ojos blancos y cuernos amenazantes, puro pecho sin panza, patas delgadas que querían hacer girar la tierra con el peso de locom

Como una perla rosa en el mar

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Me parece que se fundó un planeta. Un planeta joven al que se ingresa masticando una canción de rock que tiene saliva agridulce y segundos después enciende algún interruptor para dar lugar a esos ventiladores del viento en la cara. Escape en moto o abducción directa. A la vez me da la sensación que quien se avivó entró a la nave y halló un viaje en el tiempo. Un secreto sonoro que ya está en la biblioteca de babel de la web: La hora de los pájaros , el tercer disco de la banda de rock argentino Pérez (una familia de pájaros platenses) que quién no conozca sintonice en el éter perezmusica.bandcamp.com/album/la-hora-de-los-pajaros. Yo, saco el misil del placard y le doy play al vuelo: se prenden turbinas que son una mezcla de ADN culturales haciendo chispas. Un reloj suizo en la maratón de un swing valvular que junta frases como látigos para repetir en mantras y zaz: teletransportación en una frase “ puedo estar en cualquier planeta/ A la hora de los pájaros decidí quedarme quiet

Verde y negro

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de Juan José Saer Palabra de honor, no la había visto en la perra vida. Eran ya como la una y media de la mañana, en pleno enero, y como el Gallego cierra el café a la una en punto, sea invierno o verano, yo me iba para mi casa, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, caminando despacio y silbando bajito bajo los árboles. Era sábado, y al otro día no laburaba. La mina arrimó el Falcon al cordón de la vereda y empezó a andar a la par mía, en segunda. Cómo habré ido de distraído que anduvimos así cosa de treinta metros y ella tuvo que frenar y llamarme en voz alta para que me diera vuelta. Lo primero que se me cruzó por la cabeza era que se había confundido, así que me quedé parado en medio de la vereda y ella tuvo que volverme a llamar. No sé qué cara habré puesto, pero ella se reía.

Mañana campestre

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Escribirle a la mañana con pereza. A la trasmano. La correntada de la inercia que arrastra mientras el corazón quiere pasto. Escaparse al sol. Sentir la fragancia del trébol en las fauces que sería el real perfume del azar. El perfume del azar más silvestre de todos.  Mañana campestre la música que le pone audio a éstas sensaciones que quieren desoír el tren, sus bocinazos, el murmullo que le sigue al poner un pie en la urbe donde seremos hormigas negras y anónimas del hormigón. La realidad física marca su gramática con el freno de la locomotora y los vagones que se arrastran por las vías con sonido de sierra carnicera. Mi cabeza sigue en mañanas campestres, algo desde el fondo la canturrrea con certezas. Algo, sonando, me dice que seremos libres. Matías Kraber

Cartas como pájaros

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Pienso en pájaros que están lejos, aunque estén siempre cerca.   Pienso en pájaros multicolores que con sus plumas tiñen el cotidiano distinto con una canción, una imagen, un cuento, un verso, un mate, un tinto o un aguardiente.   Pienso que pensar en ellos es como pensar en mí: un plural de nosotros. Una familia de amigos que aunque no todos lo sean entre sí, forman parte de secuencias tejidas con vísceras. Hilos invisibles de amor con simpleza. Pienso en la retroalimentación  del vuelo. En la tela que está en el viaje. Pienso en el infinito: ese ser sin fronteras que pare todo el tiempo. Pienso en hombres y mujeres singulares que aunque sean muchos tienen un nombre que ahora revolotean en mi domingo. Pienso que los llamaría por teléfono, les mandaría una canción, un vino, un abrazo de letras. Pienso en decirles gracias por compartir su vuelo y por la amistad del viaje. Matías Kraber https://perezmusica.bandcamp.com/track/huellas