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Mostrando entradas de 2016

La eternidad de Bogotá a Medellín

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                                                                                  De Bogotá a Medallo (Al Polaco) 444 kilómetros sería n pero ni puta idea. El tiempo y las distancias pueden variar como el propio clima del altiplano cafetero, de repente el sol y a los segundos la lluvia fresca. El culebron también sabe de pronósticos.  Nosotros –el polaco y yo- dos gauchos pampas que pensaron un viaje de Buenos Aires a Mar del Plata por ruta 2 en un colectivo cualquiera con aire acondicionado y alguna película pochoclera para amainar la ansiedad en viaje. De Quito a Lima alguna vez fueron todas las Rocky juntas hasta el éxtasis de ser los ojos de un tigre que salta en un pasillo dormido de peruanos.  Mas no será éste el caso, el bus ni siquiera tenía televisores. Pero ahora es un lunes brumoso en Bogotá. La noche anterior fue la resaca del primer puente consumado: la peña y el parche alrededor de dos guitarras, una antorcha que se prendió y mucho guaro. Aguardiente pal

Frontera de río

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La frontera es apenas un bulevar con masetas, dos oficiales de gendarmería con hitacas que apuntan a un suelo de hormigón que continúa descascarado hasta el otro país. Un par de Skol y Póker de litro rotas y músicas que se entremezclan: de un lado Diomedes Díaz y del otro un forró de vaya a saber quién carajo. La transpiración de la selva en el medio siempre, una sensación de calor sublime que puede rajar las nubes en cualquier momento para que llueva por días que parecen sig los. Y ahí van ellos, sedientos pueblerinos de una frontera a otra: sobrios de Leticia que se emborrachan en Tabatinga -barro blanco en idioma tipu- mientras las motos que cruzan y el forró acaramelado suena sin respiro en un puerto selvático donde el Amazonas brasileño le abre paso al cauce colombiano y más allá despliega su brazo hacia Perú. Yo, llego bien patria grande: con un peruano albañil que viene de chambear en Manaus y moverse en barco significa de la casa al trabajo, y ella: Marcela, peluquera colombian

Goodbye Fidel

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Imagino a una mujer en un hospital de La Habana que comienza a ver una ciudad que parece un velorio desde su ventana. Que escucha aún los motores de los escarabajos de otros tiempos que aún truenan acompasados con las olas del mar. Imagino la secuencia como goodbye Lenin, la muerte que viene a hacer caer el muro de una época. Siempre pensé que Fidel y la Revolución Cubana era la última trinchera de la guerra fría, ese bastión que por arrinconamiento o la bien llamada necedad  -del me muero como viví- detuvo el tiempo en la década de los 60 con el múltiplo de panes y peces. Nunca fui a Cuba, siempre dije que quería hacerlo antes que muera Fidel. Desde anoche pienso en la deuda que tendré porque una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Algo así como la Venezuela de Chávez y la Venezuela de Maduro, la Cuba de Fidel y la Cuba de un Raúl más flexible en tiempos neoliberales del acero de Trump.  Vuelvo a imaginar a esa mujer cubana (de talvez unos 80), llegando al final de sus días con

El riel también es teatro

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En el riel se escucha tango. El riel es un bodegón con madera en las calles Rivadavia y Pueyrredon del barrio Pichicha de Rosario. Y como ayer eran cuadras de conventillos y burdeles y hoy se mezcla con los aires de arte del Museo Contemporáneo, el Riel es un simbolismo atemporal que también suena. Un caracol del tiempo que suena como fonola de los 20 mientras las mesas de madera firme alberga a jóvenes de no más de 35. No hay  viejos, no hay gel, gomina, codos con pitucones en el estaño. Hay mozos con delantal pero también jóvenes que pasan con sus bandejas de chops baratísimos con cerveza Santa Fe tirada, en la única esquina de todo Rosario que sirven esta rubia capitalina. Hay un mueble que tiene 100 años y en su vitrina de botellas variopintas parecen salir voces de la gangrena tanguera que también es de acá, de este lado del mapa que se inclina al litoral. Hay una barra que también tiene 100 años y los detalles de percheros para los sacos de los parroquianos del estaño. Hay varios

Avión de juguete

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-Tengo un avión de juguete y me lo regalaste vos- dijo él que se abrigaba del frío. De esos otoños que tienen más de invierno que de otoños aunque el cuadrito de las hojas amarillas en el asfalto es poesía plástica.  -Sí, es así, a veces el motor del viaje es simbólico. Te lo digo por experiencia- dijo ella con la voz más soul de la primera mañana mientras se oye varias veces el pulmón del mate, que se infla con los labios que lo succionan como si fuera una bolsa que no se ve, y nuestra retórica compartida pregunta si estará adentro de la yerba?.  Después caminaron un par de cuadras que parecieron diecioc homil y fueron haciendo el ultimo travelling de la ciudad. Un caballo que asoma sus dientes siempre risueños y un porte de atleta hípico que puede amasar fortunas, va saliendo con su vareador desde un portón que da a la calle. Un peluquero de barrio mirando el barrio desde su vidriera: una mirada hondísima que se mezcla con algún atisbo de resignación. -Yo te diría que lo pienses un p

La esquina

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"En las esquinas estaba la posibilidad del infinito", le dijo el Manu al gaita. Cualquier esquina que vibra al mismo tiempo en universos paralelos. El manu y el gaita que fuman un porro en ese apenas descampado que tiene Buenos Aires por ejemplo en esta esquina de Villa Crespo con los colores del Atlanta de Juan Gelman en el paredón de la Julián Alvarez con Drago. 

Me gusta

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Me gusta que las canciones sean como pequeñas palomas que se largan entre vaya a saber que cables o que salvoconductos de la vida. Pero que se respire la telepatía, se larguen ondas como burbujas de amor e ideología. Sí, un caramelo agridulce abriendo cauces entre las redes. Un caramelo etéreo cuyo manojo de información sensible se vuelve un rebenque con una caricia. Un electroshock de vida con la saliva de la mística. No sé, digamos que algo oficiando de médium: enlaces, com as, paréntesis entre corazones que laten lejos pero que evaporan la lejanía en una canción de música.

Tu musgo es el mío

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Te crecen hojas de tréboles  en los dedos  Un paraíso silvestre en la mano, son dos Parece que te llueve un pantano también verde de la selva Una aureola de musgo