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Mostrando entradas de abril, 2017

Ideas como peces

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No sé, pero tengo la sensación que esa diagonal es un bulevar del tiempo. Un pasadizo a otra fecha, un umbral de la memoria que sabe a naturaleza muerta que en realidad está llena de vida. El tipo estaba ahí, era un tipo de boina italiana, mezcla de ferroviario con tango. Me esperó al final del camino en un banco de madera rojo que estaba a los pies de un árbol de otro siglo. Había visto a los dos en otra parte, por un momento tuve ese desliz onírico: una postal, una suerte de cu adro perfecto que se entretejió entre viajes, sueños y realidad. "El problema pibe, cuando cambias de dimensiones es que ya no sabes en cuál estás, pero que existen, existen", me dijo apenas me le acerqué y escuché a su voz demasiado familiar, prima hermana de otras tantas voces. Me senté al lado suyo y fue como pescar de fondo: una pesca más anónima y silenciosa que también era una metáfora de otra cosa. Había silencios largos que de pronto se cortaban con el croar de las ranas, sí ese sonido de t

El voyeur de historias

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Me gusta buscar historias detrás de la cerradura. Un voyeur de la historia singular, podría llamarme. A veces está en un detalle: la manera que cantaba ese reo en las calles de Bogotá vieja, ese reo de barba larga y descalzo cual músico jamaiquino pero haciendo Copa rota a ritmo de bolero. El tatuaje en la tibia de ese caleño con el escudo de Independiente en una noche aguardentosa. Esas cuatro señoras de setenta y pico tomando whisky y echando mierda alrededor de una mesa re donda una de las tantas noches lluviosas cachacas. Ese hombre -del que la radio habla mientas voy en el taxi- que hace jueguitos con una pulpito en una ochava del barrio de Congreso en Capital mientras los transeúntes le dejan chirolas en un sombrero de paja. Mis ojos en los ojos de ese mexicano hosco en un mediodía de Mazunte, una playa del pacífico, cuando parece que se paraliza el tiempo en un segundo mortal. Pero no. Ese yorugua que se llama Ernesto y me hospeda en su casa de Alter Do Chao en Brasil, esas cha

Santiago, pisando nubes

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Me voy de Santiago con una llovizna que riega el asfalto. El celador, Hugo, con bigote y estatura mexicana pero tonada chilena santiaguina se despierta con mi buen día y se sacude en su silla como un perro mojado. Ve mi guitarra y me pregunta si la puede tocar. No soy fan de prestarla a primera vista a cualquiera, pero él tiene un encanto. Anoche nos fumamos un cigarrillo en su living de sereno, mirando al televisor y con la cochera del motel de fondo a metros de la Alameda. Un paisaje gris de subterráneo con las marcas de coches importados de fondo, impecables y estacionados. La tele encendida con la tonada chilena hablando de fútbol, de chismes y del paro en Argentina un 6 de abril de 2017. Fecha en la que no aterrizaron aviones ni en Ezeiza ni en el Aeroparque Jorge Newbery de Buenos Aires. 

Barcelona como la libertad

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No quiero que suene a cliché viajero,  p ero sospecho que ya lo es:  Barcelona es alucinante. Una ciudad para soñar despierto mientras le pego largas pitadas a un cannabis sativo que me hace viajar dentro del viaje. Voy del Example al Borne o del Gótico al Raval en callecitas que siempre me parecen nuevas y tienen más de 200 años de misterio entre ramblas, montañas y mar. Todo a pie o en el metro.  Me pierdo y me encuentro siempre mirando para arriba como un inspector de aviones en la capital de una Cataluña libre luciendo banderas en balcones de edificios viejos. Unos balcones que funcionan como síntesis, el souvenir en miniatura de una ciudad alucinante que es visitada por 7 millones de turistas al año.    Primero: Gaudí. Antoni fue el primer mentor para que Barna se convierta en esta capital del turismo en habla hispana-catalana. Un arquitecto surreal, cuya mirada creativa deformó las reglas clásicas de la construcción hasta traducirlas en un derretido lisergico que marea apenas

Madrid una primavera

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Ella llora con lágrimas negras mientras suena Abba con Dancing Queen al final del Mostrador. Parece un spot. Yo, estoy en el otro codo de la barra como un wing izquierdo. Tomo una ginebra con soda y limón. Mucho limón, siempre. Es el componente para hacernos la vida más amena. Paladar cítrico es fluidez. Algo que viaja sin problemas. A la segunda copa, el alcohol me empujó a seguir ruta y le hice caso.  Pongamos que hablo de Madrid: Es una capital con escala humana, es decir que se hace a pie en combinaciones con el tren, el bus o el metro. Apenas llego me pierdo como un transeúnte más por sus callecitas empedradas que me enseñan que acá nació un gran río de calles que luego se desprendería al otro lado del océano por un San Telmo, Bogotá, Salta, San Cristóbal de las Casas, Cusco, Lima, el Centro histórico de Quito, Cartagena y Montevideo y algunas más. El bar es un poco sinónimo de Madrid. En ese planeta pasa un poco la vida, bohemia vida, de esta capital ibérica. Veo que las parejas