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Mostrando entradas de diciembre, 2017

El boxeador del tango

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Ayer lo nombramos un par de veces en la terraza de Javi: un pedacito de cielo naranja de Boedo que da a esos monoblocks marroncitos a metros del viejo gasómetro en Avenida La Plata. "Cátulo Castillo", dijo Javi y tiró el dato:"Cátulo vivió a un par de cuadras de acá, es un conventillo viejo que tiene la placa en la puerta". Poeta y boxeador, sí este comunista que devino en peroncho, fue campeón argentino de peso pluma antes de consagrarse como uno de los letristas más grosso s del tango. Cátulo Castillo, un hombre que bien pudo llamarse descanso dominical, o sea domingo, séptimo día; pero le negaron ese pedido a su padre anarquista en el registro civil de Buenos Aires un 6 de agosto de 1906. Mientras asábamos una carne en la parrilla y hablábamos de todo, nos dimos cuenta de que somos barrocos. De otra época en esta digital e inmediata. Nos gusta el rodeo largo, el olor de los libros, la anécdota que nos engorda el significado, la parrilla lenta y la charla más larg

Quema uña botija

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Es Ciudad Vieja en Montevideo y en la escalera de un conventillo suenan cuatro guitarras orientales. O mejor dicho: tres violas y un guitarrón. Una voz canyengue frasea los pormenores del sensei, algo así como el reverso del tango porteño que tan acostumbrados nos tenía a la dama de blanco bien de cayetano entre los poetas del estaño.  Lunfardo yorugua, idioma del Río de La Plata que funde y confunde fronteras mientras se oye el repiqueteo del gotan que suena a milonga urbana  y trae un poco la mística de Edmundo Rivero, más que de un Alfredo Zitarrosa o Miguel el Sabalero. No hay borrachos con flores, mas sí hay gurices en ronda que esperan a que el troesma lo pique con la mano diestra, lo enrolle en una seda con goma y tras pegarlo con los labios y darle mecha, lo haga girar hasta el final. “Va a tener que ser a quema uña porque acá achique no hay”, cantan arrabaleros los Ricacosa mientras inflan el pecho uruguayo por otra vanguardia asumida: el faso libre para cada botija oriental.

Sincronías

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Hace unos días una sincronía viajera me dejó flasheado. Ernesto, un yorugua que vive en el nordeste brasileño me mandaba saludos por medio de un amigo de otro amigo que está viajando por Brasil. Las coincidencias de los viajeros suelen ser un pañuelo en este mundo tan gigante pero que en algunos momentos cabe en la palma de la mano. Ernesto lo alojó en su casa, en su quincho donde mecen hamacas para los viajeros que andan de paso por ahí. A un metro de la pieza en la que me  quedé como dos semanas e iniciamos de esas amistades que no tienen tiempo: charlas, comidas y cerveza fresca en la humedad del litoral de la región de Pará. De todo. La Patria grande, el fútbol, la literatura, Zitarrosa y Onetti. En un momento entendí que con Ernesto éramos afluentes del mismo río, “que cruza muchos paisajes pero es el mismo río”. Me acuerdo cuando me contaba de su fanatismo por el Danubio y de los primeros pasos del Poliyita Da Silva. Me dijo que lo vio debutar y hasta fue a un partido por Copa L