Quito boliche
El boliche es un submundo perdido detrás de una cortina de humo de cigarrillo barato. A veces la densidad de la atmósfera se percibe como cuando va a venir la lluvia. La televisión está prendida, es una voz más, y las cabezas tienen torticolis de inclinar los cuellos hacia el tubo que transmite la quiniela o el fútbol. Timba y pelota. Si no sos parroquiano, hay que animarse a entrar, juntar coraje como quien junta sed, abrir la puerta y volverse el centro de las miradas. El que te reconoce se anticipa y te pega un grito desde lejos en un especie de sapucay del campo. Algunos otros te escanean. Te cuentan las costillas desde sus ojos rojos mientras tintinean los vasos de vino o de cerveza. Con mi amigo entramos despacio. No apuramos el tranco. Tenemos la velocidad del caracol porque animarse a entrar a un boliche cuando sos visitante es desparramar los átomos de la rutina y la velocidad parece siempre una amenaza en lo que transcurre ahí dentro que es una estación del tiempo o una suert