El centro de la verdad

Un solo de trompeta contra la eternidad. Ese boop de los negros que se plantan en la proa del escenario y empiezan a largar melodías de bronce como un instinto de supervivencia. Un soplido negro que va del alma a la boca, una boca que se hincha, se deforma, y va diciendo. Te va cantando la justa. Un rapeo pero en clave de sol de trompeta. Un jazzeo natural que es el arte de la improvisación de la vida misma. Jack Kerouac aprendió a escribir así su prosa espontánea: sus libros son diamantes telepáticos. Una frase que dispara hacia un centro y todo el tiempo hay un centro. La trama es la vida misma, no el desenlace. El desenlace es casi el cliché del éxito, y lo importante siempre está en el medio como una fuerza hipnótica que conduce hacia la médula del sonido y la sensación de que la esencia siempre está ahí como un hombre alumbrando la oscuridad con una luz portátil. Kerouac camina por un sendero fangoso camino a Big Sur y sólo tiene una linterna. Las estrellas están ta...