Frontera de río

Venimos de 6 días de calor en un barco en el que convivieron cerca de 400 personas entre hamacas amontonadas.
Hedor sudaca de poyo frito y pieles transpiradas, y yo no soy la excepción a la regla. Sudamos a coro mientras el calor del Amazonas nos derrite debajo de un techo de chapa y ahí nos conocemos, en la Santa espera de un barco que atraviesa el río más caudaloso del mundo en cámara lenta.
Marcela, se me presenta y mientras hablamos español se suma Alex, el peruano. El idioma y las ganas de conversar nos unieron los últimos 3 días de viaje hasta que llegamos al fin de Brasil. Marce está ansiosa por ver a sus hijas, desde arriba del barco trata de adivinar el rostro de su yerno y su hija más grande esperándolos en la plataforma rústica del puerto. No, no están y Marce se va poniendo triste mientras cargamos bolsos y bártulos con un sol que incendia espaldas. Tomamos un taxi los tres, salimos del puerto y lo dejamos a Alex en la esquina de la casa de su hermana. Nosotros con Marcela fuimos a la frontera, sellamos pasaporte mientras el coche nos esperaba en la puerta y después seguimos hasta su casa. Por el espejo vi que ella lloraba un poco, había entrado a su país después de meses y no había encontrado a nadie. La frontera se hizo sentir. El auto llegó hasta una calle de yuyos altos y un pequeño sendero de tierra húmeda que ya era lodazal. "Allá es mi rancho Matias, mi casa es tu casa", me dijo con acento cafetero, yo agradecí y le dije que se quede tranquila, "hoy festejaremos Navidad", mientras un acordeón a todo volumen sale por la casa de los vecinos y las comadres comienzan a asar sus sábalos y boca chica moqueados- envueltos en hojas de plátano- con mucha yuca y arroz en leche de coco. Ya estamos en Colombia le digo a Marcela y a ella ya no le lloran los ojos.
MK
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