El más triste de los Drake

Por Juan Forn
Es una casa como cualquier otra, en un pueblito como cualquier otro de la campiña inglesa pero, desde 1974, jóvenes tristes de los lugares más remotos del mundo peregrinan hasta ahí a rendir su homenaje al santo patrono de las almas sensibles, el rey indiscutido del otoño: Nick Drake vivía en esa casa con sus padres hasta que, una mañana gris de 1974, sus padres lo encontraron muerto en la cocina, al lado de un bol de cereales y un frasco vacío de antidepresivos. Tenía veintiséis años, había grabado tres discos hermosos que pasaron sin pena ni gloria, nunca pudo vencer su incapacidad de tocar en público, tampoco podía tocar con músicos que no conocía: en sus primeros dos discos reemplazó a los profesionales que le ofrecía la discográfica por amigotes suyos de Cambridge; para el tercer disco ya no podía tocar con nadie, y después de esa grabación solitaria (que hizo en dos días y dejó él mismo en un paquetito en la recepción de Island Records), ya era incapaz incluso de acompañarse a sí mismo con la guitarra cuando cantaba.



Hace un mes, finalmente, salieron esas diecinueve canciones. Gabrielle al principio creyó que todas pertenecían al pasado remoto de su madre, pero al escucharlas bien descubrió que al menos tres eran respuestas a canciones de su hijo, es decir realizadas no cuando Nick y Gabrielle eran chicos o no habían nacido aún, sino cuando él volvió a vivir a la casa paterna, después del fracaso de sus tres discos. Molly era una inglesa cabal: en su país nunca estuvo bien visto tenerse lástima, contar las penas, y en la época en que ella volvió a Inglaterra, con sus hijos chicos, era sencillamente un lujo fuera de los alcances de la imaginación. Una de sus canciones se llama “Poor Mum” y es una respuesta a esa rapsodia del lamento que es “Poor Boy”, donde Nick cantaba de sí mismo en tercera persona: “Pobre chico, qué empinadas son sus escaleras, cómo tiemblan sus rodillas, qué frío siente ahí adentro”. La letra de Molly dice, en cambio: “Laméntate en silencio, aprende a no dar lástima, si el tiempo se lleva la felicidad también se lleva la pena, aprende a no recordar los recuerdos que llevan al lamento”. Una y otra canción tienen la misma belleza elegíaca, parecen venir del mismo lugar, es imposible decir cuál es hija de cuál: nacieron de la misma matriz, las dos fueron hechas para adentro, en la misma habitación.
El mito dice que, en los últimos tiempos de su hijo, Molly ocultaba todas las píldoras que había en la casa antes de subir a acostarse, y que cuando oía a Nick bajar los escalones en medio de la noche, ella bajaba también a hacerle compañía o prepararle una leche tibia con cereales. El mito dice que él ya no hablaba casi y que ella lo acompañaba en silencio: el epítome de la discreción inglesa. Ese es el núcleo inmencionable del mito de Nick Drake. Eso es lo que ven los que peregrinan hasta allá y se atreven a asomarse a la ventana y espiar adentro, en la penumbra lunar que antecede al alba, la figura del hijo y de la madre en silencio, entre ellos un bol de leche con cereales que se enfría, al fondo el piano vertical con la tapa cerrada, en un rincón la guitarra de Nick y el viejo Rodney acostado en su cama en el piso de arriba, porque ya no hay nada que grabar.
Publicada en Página 12
contratapa del viernes 24 de Mayo 2013http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-220722-2013-05-24.html
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