He visto morir
La muerte de Severino Di Giovanni: Por Roberto Arlt

El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con
una barra de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de
adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera? ¿Nerviosidad?
¡Quién sabe! El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y
saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos abandonadas
entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego mientras se calienta
agua para tomar el mate. Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza
una soga al pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por
tierra. Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar. Ha
formado el blanco pelotón fusilero. El suboficial quiere vendar al condenado.
Éste grita: “Venda no”.
Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o
no, es un secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso. Di Giovanni permanece
recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre su cabeza, en una franja de
muralla gris, se mueven piernas de soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las
balas?
— Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
— ¡Fuego!
Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en
una doblada lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza
y queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas. Fogonazo del tiro
de gracia.
Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del
reo. El rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero
martillea a los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra
de hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un
señor, que ha venido de frac y con zapatos de baile, se retira con la galera en
la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una mala palabra.
Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que
se muerden los labios; son: Gauna, de La Razón, Álvarez, de Última Hora,
Enrique González Tuñón, de Crítica y Gómez de El Mundo. Yo estoy como borracho.
Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la Penitenciaría debería
ponerse un cartel que rezara:
— Está prohibido reírse.
— Está prohibido concurrir con zapatos de baile.
en Aguafuertes Porteñas, 1933
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