Un viaje al fútbol de la selva
Un viaje a
las entrañas de las yungas afrobolivianas donde el equipo de fútbol Chaco
Tocaña nos muestra los lazos que unen a la tradición negra con la pasión
futbolera
Primero ellos llegaron a Potosí.
Ellos, esclavos de África que vinieron a
Bolivia cruzando el mar para trabajar en las minas de plata donde manda el tío
Sumaj Orko a 4500 msnm. De Angola, Camerún y Mozambique a la fiebre del estaño
y la plata. Sin embargo el trabajo duro en un clima hostil los comenzó a
diezmar y los sobrevivientes decidieron levantar campamento.
Así fue que siguieron por otra ruta, a tranco lento, hasta toparse con el verde subtropical de las yungas paceñas donde se hallaban las fincas de los españoles prometiendo trabajo y ellos prefirieron empezar ahicito mismo de cero.
Se mezclaron con criollos y Aymaras en Tocaña: un pequeño pueblo entre nubes, árboles frutales y aves exóticas que pertenece a Coroico – y es a unos 50 minutos por camino de tierra- donde comienza a rodar la pelota de ésta Historia con un acuyo de coca entre el paladar y los dientes.
Así fue que siguieron por otra ruta, a tranco lento, hasta toparse con el verde subtropical de las yungas paceñas donde se hallaban las fincas de los españoles prometiendo trabajo y ellos prefirieron empezar ahicito mismo de cero.
Se mezclaron con criollos y Aymaras en Tocaña: un pequeño pueblo entre nubes, árboles frutales y aves exóticas que pertenece a Coroico – y es a unos 50 minutos por camino de tierra- donde comienza a rodar la pelota de ésta Historia con un acuyo de coca entre el paladar y los dientes.

El equipo está constituido por descendientes de la comunidad Afroboliviana que reúne a 50 familias de las cuales 12 jugadores integran hoy el plantel. Se llama Chaco por sus abuelos que lo fundaron en la década del 70 inspirados en el conjunto Chaco Petrolero -que juega en la primera división del fútbol boliviano y participó dos veces en Copa Libertadores- y tiene la misma combinación de colores: verde y blanco. Dennis cuenta que los primeros equipos de Chaco Tocaña se sacrificaban mucho para jugar los partidos de campeonato los domingos. Trabajo duro en el campo de lunes a sábados en los cultivos de papa, arroz, coca, yuca y café, y el séptimo día del supuesto descanso marchaban a pie dos horas serpenteando los caminos hasta el estadio del partido.

Cuenta que el día que tocó el
cielo con las manos fue en marzo de 2009 cuando con 15 años le tocó defender el
arco de su equipo Chaco Tocaña que jugaba la final del campeonato local.
Ganaron por 4 a 1 y la fiesta en Tocaña duró días al ritmo de tambor de la Saya
africana que tiene su sede simbólica por éstas tierras. Saya en quechua significa la que siempre se mantiene en pie y es un ritmo afroboliviano que
no puede compararse con ningún otro, único, interpretado sólo por mujeres y
hombres negros de la zona yungueña que se convierten en una tropa de danzantes con
camisas y blusas vivaces marchan al tronar de sus tambores obligando a mover las
caderas.
La saya se cuela por las
callecitas de Tocaña. Se mete por las ventanas y las puertas para multiplicarse
en las nuevas generaciones. La saya digamos que es el único sonido que puede
hacer morir el hondo suspiro del silencio, y allí, cuando el fuego de los
tambores se enciende la comunidad afroboliviana renace más viva aún en una
danza que ahora, nos jura, se hermanó para siempre con el fútbol.
Por Matías Kraber
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