El boxeador del tango

Mientras asábamos una carne en la parrilla y hablábamos de todo, nos dimos cuenta de que somos barrocos. De otra época en esta digital e inmediata. Nos gusta el rodeo largo, el olor de los libros, la anécdota que nos engorda el significado, la parrilla lenta y la charla más larga al lado del fuego como los viejos de África que inventaron la televisión más humana e imaginativa. Nombramos a Castillo, por ejemplo, sin llegar ninguno a los 40. Nombramos a Castillo como un túnel del tiempo, que en este caso tiene la tinta roja del tango un sábado de lluvia en la calle Inclán, en este barrio bajito de Buenos Aires, de los que aún conservan rasgos de la buena memoria.
M.K
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