Pinceladas
Fray Mocho
de Un viaje al País de los Matreros
La población más heterogénea y más curiosa de la república es, seguramente, la que acabo de visitar y que vive perdida entre los pajonales que festonean las costas entrerrianas y santafesinas, allá en la región en que el Paraná se expande triunfante.
¡Qué curioso y qué original es este gran río que lucha desesperado por ensanchar sus dominios! ¡Cómo se defiende la tierra de sus ataques y cómo avanza tenaz y cautelosa, aprovechando la menor flaqueza de su adversario.
Aquí, el río impetuoso arranca de cuajo un pedazo de isla y lo arrastra mansamente, desmenuzándolo hasta dejar en descubierto los tallos trenzados de las lianas y camalotes que formaron su esqueleto.
Más lejos, la tierra avanza una red de plantas sarmentosas -protegida por otra de esos camalotes cuyos tallos parecen víboras y cuyas flores carnudas, pintadas con colores de sangre sobre fondos cárdenos, exhalan perfumes intensos que marean- y, lentamente, va extendiendo su garra sobre el río, inmovilizando sus olas, aprisionando los detritus que arrastra la corriente, hasta poder formar un albardón donde la vida vegetal se atrinchera para continuar con nuevos bríos la lucha conquistadora.
Este vaivén, esta brega de todos los instantes, da a la región una fisonomía singular y difícil, donde cada paso es un peligro que le acecha y cuyo morador ha tomado como característica de su ser moral, la cautela, el disimulo; es la región que los matreros han hecho suya por la fuerza de su brazo y la dejadez de quienes debieran impedirlo.
Pensar aquí en la Constitución, en las leyes sabias del país, en les derechos individuales, en las garantías de la propiedad o de la vida, si no se tiene en la mano el Smith Wesson y en el pecho un corazón sereno, es delirio de loco, una fantasía de mente calenturienta, pues sólo impera el capricho del mejor armado, del más sagaz o del más diestro en el manejo de las armas.
- ¿Y cómo arreglan ustedes sus diferencias -Preguntaba a un viejo cazador de nutrias-, cómo zanjan sus dificultades?
- ¡Asigún es el envite es la rempuesta! ¡Si uno tiene cartas, juega, y si no se va a barajas!
- ¿Es decir que aquí sólo tiene razón la fuerza? -¡Ansina no más es, señor!... ¡Aquí, como en todas partes, sólo talla el que puede!
No obstante, a medida que uno sube de las tierras bajas a las altas, la vida del hombre cambia como cambia la naturaleza que le rodea.
2
En vez de la desolación que reina en aquellos, alegran la vista en éstos algunas aves caseras y un enjambre de muchachos que juegan bajo el alero.
En las tierras altas están los hombres de responsabilidad, los diablos que se hacen santos, los que lucran con el esfuerzo de los nómadas sin techo y los que, a su vez, son víctimas en las horas de escasez; en las bajas, habitan los desheredados, los que recién llegan a la tierra de promisión donde no hay piquete de seguridad ni comisarios, donde a nadie se pregunta su nombre ni la causa que lo trae al desierto, ni cómo va a vivir o a morir.
de Un viaje al País de los Matreros
La población más heterogénea y más curiosa de la república es, seguramente, la que acabo de visitar y que vive perdida entre los pajonales que festonean las costas entrerrianas y santafesinas, allá en la región en que el Paraná se expande triunfante.
¡Qué curioso y qué original es este gran río que lucha desesperado por ensanchar sus dominios! ¡Cómo se defiende la tierra de sus ataques y cómo avanza tenaz y cautelosa, aprovechando la menor flaqueza de su adversario.
Aquí, el río impetuoso arranca de cuajo un pedazo de isla y lo arrastra mansamente, desmenuzándolo hasta dejar en descubierto los tallos trenzados de las lianas y camalotes que formaron su esqueleto.
Más lejos, la tierra avanza una red de plantas sarmentosas -protegida por otra de esos camalotes cuyos tallos parecen víboras y cuyas flores carnudas, pintadas con colores de sangre sobre fondos cárdenos, exhalan perfumes intensos que marean- y, lentamente, va extendiendo su garra sobre el río, inmovilizando sus olas, aprisionando los detritus que arrastra la corriente, hasta poder formar un albardón donde la vida vegetal se atrinchera para continuar con nuevos bríos la lucha conquistadora.
Este vaivén, esta brega de todos los instantes, da a la región una fisonomía singular y difícil, donde cada paso es un peligro que le acecha y cuyo morador ha tomado como característica de su ser moral, la cautela, el disimulo; es la región que los matreros han hecho suya por la fuerza de su brazo y la dejadez de quienes debieran impedirlo.
Pensar aquí en la Constitución, en las leyes sabias del país, en les derechos individuales, en las garantías de la propiedad o de la vida, si no se tiene en la mano el Smith Wesson y en el pecho un corazón sereno, es delirio de loco, una fantasía de mente calenturienta, pues sólo impera el capricho del mejor armado, del más sagaz o del más diestro en el manejo de las armas.
- ¿Y cómo arreglan ustedes sus diferencias -Preguntaba a un viejo cazador de nutrias-, cómo zanjan sus dificultades?
- ¡Asigún es el envite es la rempuesta! ¡Si uno tiene cartas, juega, y si no se va a barajas!
- ¿Es decir que aquí sólo tiene razón la fuerza? -¡Ansina no más es, señor!... ¡Aquí, como en todas partes, sólo talla el que puede!
No obstante, a medida que uno sube de las tierras bajas a las altas, la vida del hombre cambia como cambia la naturaleza que le rodea.
2
En vez de la desolación que reina en aquellos, alegran la vista en éstos algunas aves caseras y un enjambre de muchachos que juegan bajo el alero.
En las tierras altas están los hombres de responsabilidad, los diablos que se hacen santos, los que lucran con el esfuerzo de los nómadas sin techo y los que, a su vez, son víctimas en las horas de escasez; en las bajas, habitan los desheredados, los que recién llegan a la tierra de promisión donde no hay piquete de seguridad ni comisarios, donde a nadie se pregunta su nombre ni la causa que lo trae al desierto, ni cómo va a vivir o a morir.
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