Milonga del muerto de Jorge Luis Borges


Una poesía y un relato del Borges de la agonía, de un Borges que renunció a encubrir y apoyar una dictadura aberrante que mandó jóvenes a una guerra absurda donde los militares mismos no oyeron "ni el silbido de la bala". Ése es el intelectual que valoro, no aquel que se sumerge en su oficina a contribuir con la ceguera social ,más que literal, a ideas sanguinarias y fundamentalistas.


Lo he soñado en esta casa
entre paredes y puertas.
Dios les permite a los hombres
soñar cosas que son ciertas.

Lo he soñado mar afuera
en unas islas glaciales.
Que nos digan lo demás
la tumba y los hospitales.

Una de tantas provincias
del interior fue su tierra.
(No conviene que se sepa
que muere gente en la guerra).

Lo sacaron del cuartel,
le pusieron en las manos
las armas y lo mandaron
a morir con sus hermanos.

Se obró con suma prudencia,
se habló de un modo prolijo.
Les entregaron a un tiempo
el rifle y el crucifijo.

Oyó las vanas arengas
de los vanos generales.
Vio lo que nunca había visto,
la sangre en los arenales.

Oyó vivas y oyó mueras,
oyó el clamor de la gente.
Él sólo quería saber
si era o si no era valiente.

Lo supo en aquel momento
en que le entraba la herida.
Se dijo "No tuve miedo"
cuando lo dejó la vida.

Su muerte fue una secreta victoria.
Nadie se asombre
de que me dé envidia y pena
el destino de aquel hombre

Juan López y John Ward

Les tocó en suerte una época extraña. El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos.
Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras. López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward en la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer El Quijote.
El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en un aula de la calle Viamonte. Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.

Comentarios

Amalia Pedemonte ha dicho que…
Muchas gracias por publicard Juan López y John Ward, hacía bastante tiempo que quería recordar y revivir este gran poema , pero nunca daba con él... Todo a su medida y en su justo tiempo, he llegado al mimso gracias a vos...

Afectos, Aquileana :)

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