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Mostrando entradas de septiembre, 2013

El tren

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de Raymond Carver, un maestro estadounidense del relato corto que muta en cine de alto vuelo. A John Cheever La mujer se llamaba Miss Dent, y aquella tarde había encañonado a un hombre con una pistola. Le había obligado a arrodillarse en el polvo suplicando que le perdonara la vida. Mientras los ojos del hombre se llenaban de lágrimas y sus dedos estrujaban hojas caídas, ella le apuntaba con el revólver y le cantaba cuatro verdades. Trataba de hacerle comprender que no podía seguir pisoteando los sentimientos de la gente. —¡Ni un movimiento! —dijo.             Pero el hombre simplemente escarbaba el polvo con los dedos y movía un poco las piernas, muerto de miedo. Cuando ella terminó de hablar, cuando dijo todo lo que pensaba de él, le puso el pie en la nuca y le aplastó la cara contra el polvo. Luego guardó el revólver en el bolso y volvió a pie a la estación.             Se sentó en un banco en la desierta sala de espera con el bolso en el regazo. La taquilla es

Deja vú Lebón

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Entrevista con David Lebón hace unos 3 años. Sacaba un disco nuevo después de 7 años y volvían a tocar con -según él- el mejor grupo que integró: Pescado Rabioso. “El tiempo es veloz”, pero en esa corrida vertiginosa se enreda, rebota y vuelve. Círculos, ruedas y “todo da vuelta como una gran pelota” cantó el poeta rosarino con esa metáfora que encaja en demasiadas vidas, en demasiadas mentes libres. La vida de David Lebón transcurre en un film de eterno flashback en sepia donde el cuarteto de Liverpool permanece dictando consignas de amor para cambiar el mundo, y un joven canoso de pelo largo se detiene a reinterpretarlos para siempre.  -¿Cómo es ser rockero a los 57 años? -De rock es de lo que estamos hablando, pero la primera canción que toqué fue  Guitarrero- toma una bocanada de aire y deja fluir con su voz suave una vieja zamba  interpretada por Los Chalchaleros- “guitarrero con tu cantar, me vas llenando de luz el alma”. A mí me gusta todo, en casa se escuchaba

Primeros amores

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Cuento activando la memoria emotiva. V iaje por el sur argentino:  el fútbol, el pueblo, el cine y la primera novia De Osvaldo Soriano ( en: Cuentos de los años felices) Siempre que voy a emprender un largo viaje recuerdo algunas cosas mías de cuando todavía no soñaba con escribir novelas de madrugada ni subir a los aviones ni dormir en hoteles lejanos. Esas imágenes van y vienen como una hamaca vacía: mi primera novia y mi primer gol. Mi primera novia era una chica de pelo muy negro, tímida, que ahora estará casada y tendrá hijos en edad de rocanrol. Fue con ella que hice por primera vez el amor, un lunes de 1958, a la hora de la siesta, en una fila de butacas rotas de un cine vacío.  Antes de llegar a eso, otro día de invierno, su madre nos sorprendió en la penumbra de la boletería con la ropa desabrochada y ahí nomás le pegó dos bofetadas que todavía me suenan, lejanas y dolorosas, en el eco de aquellos años de frondicismo y resistencia peronista. Su padre era un tipo

Sólo sé que empieza de vuelta

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Relato y ficción  Hay solamente dos maneras de mirar la vida. Una, como si nada es milagroso, la otra,  como si todo fuese milagroso Albert Einstein Sólo sé que ella no quería verme muerto. Un calambre en el pecho le advertía de algo como el silbido de una serpiente. Ahí estaba: en bata, en su sillón de cuerina, pucho en la mano derecha y los ojos inyectados de sangre. Ahí estaba: en cuatro paredes pálidas y la noche boca arriba. Sólo sé que ganó el silencio. Que terminó el minuto adicional y la cancha entera se fue quedando sordomuda. Los barrenderos se fueron, el sereno se escapó, los hinchas quedaron atragantándose la angustia en algún bodegón al paso y yo tuve por primera vez la necesidad de dormir en la calle. Sí, tirar unas cobijas en las baldozas y dormirme. Pero el insomnio es el precio de las angustias existenciales. Creo que caminé un día entero. Frío en la nariz y en los pies, las manos en los bolsillos de la campera y la mirada de un preso a punto de fugarse.

Arbitraria

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Ser periodista. Consejos con un relato autobiográfico de una cronista argentina.  No tienen por qué saberlo: soy periodista y, a veces, otros periodistas me llaman para conversar. Y, a veces, me preguntan si podría dar algún consejo para colegas que recién empiezan. Y yo, cada vez, me siento tentada de citar la primera frase de un relato de la escritora estadounidense Lorrie Moore, llamado “Cómo convertirse en escritora”, incluido en su libro  Autoayuda : “Primero, trata de ser algo, cualquier cosa pero otra cosa. Estrella de cine/astronauta. Estrella de cine/misionera. Estrella de cine/maestra jardinera. Presidente del mundo. Es mejor si fracasas cuando eres joven –digamos, a los catorce–”. Pero no lo hago porque no es eso lo que verdaderamente pienso y porque, en el fondo, dar consejos es oficio de soberbios. Entonces, cuando me preguntan, digo no, ninguno, nada.  Pero hoy es abril y ha sido un buen día. Hice una entrevista con una mujer a quien voy a volver a ver en dos semanas

Ta loco aquel que quiera tu corazón

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Fernando Cabrera Es un loco distinto. Con olores a clubes, bares y barrios donde habita el desencanto. Donde se nace y muere todos los días un poco. Uruguayazo que cruza fronteras llevando la esencia del Río de La Plata a cualquier rincón del planeta. Decidor de verdades y hacedor de canciones imposibles. Aquí una para que disfruten.

Pata de oro

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Homenajes en vida Al mejor jugador que vi y de mi pueblo: General Alvear, Pcia. Bs As. José Tortorici, con afecto de hincha y amigo Como si a un antiguo gladiador romano se le hubiese antojado jugar al fútbol. Interminable sería la otra palabra, bien puesta en blanco con la número 10 estampada en la espalda ancha y rojinegra. -Pata de oro- se escucha desde la tribuna pegada a los viejos vestuarios del CEF,” sos un fenómeno  Pata de oro”, vuelve a decir un hincha de deportivo, con la voz ronca casi desafilándose de puro grito más cuete un domingo a la siesta en un clásico alvearense con pólvora. La primera vez que lo vi jugar le hizo un golazo a Comercio. Hacía frío y yo estaba prendido al alambre de la cancha de colorado.  Me acuerdo de José altísimo, camiseta de atlético norte con la v blanca – la pinta entre Bianchi y Pavoni- cabeceando allá arriba de todas las cabezas. Un salto de atleta. Vino de atrás, inadvertido, tomó carrera y picó en el corazón del área, se elevó