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Mostrando entradas de mayo, 2017

Tucumán

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No usar papel rayado para escribir. Saltearse los casilleros y tocar el cielo de una. Después del cielo volver a la tierra como por un tobogán existencial que no deja de ser una montaña rusa. Dientes apretados como la actitud del cholo ante un clásico con Brasil. Marcas de guerra y las kriptónitas que todos tenemos. El lado frágil como una caja llena de cristales o el coraje del gaucho cojudo que encara palante como un toro. El ying y el yang, la dualidad en su máxima expresión: “la luna también te aluna”, me dijo una vez una mujer sabia. La luna, el blanco del poeta, también te puede meter en un fango en el que salimos un poco cabreados o con la mansedumbre de quien metió los dedos en el enchufe. Las recetas no existen. O si existen también queman por su postura sabelotodo de anticiparse   a la jugada y la experiencia es el peine que te acercan cuando ya estás pelado.   El riesgo, la adrenalina, esos "barcos que viajan de país en país mientras la luna no siempre es la mis

Escribir andando

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(Al pancho Márquez, con cariño) Escribir como sea. Escribir de a ratos. Fragmentos, pedazos, algo. "Aunque sea una carta a la novia por día", decía un profe de la escritura. Hace más de un mes que no tengo compu y escribo de un chorro, cuando puedo y en cualquier circunstancia como si estuviera a bordo de un micro que avanza como un yacaré en las rutas de tierras bolivianas. Sigo, escribo y sigo.  La escritura en el camino es la forma. O al menos la mía. No me gusta pensar que el que lee, ese lector del otro lado, me imagine sentado en un escritorio y envuelto en paredes fijas. No. Prefiero el movimiento. La picazón del movimiento. Las palabras que se enhebran con los kilómetros recorridos entre mi casa y el bus Norte Azul al laburo cualquier mañana de otoño o yo montado en un avión que va al Aeropuerto de Barajas en Madrid desde Santiago de Chile, que cruza ese montón de montañas blancas-chocolate de la Cordillera de los Andes para después atravesar el Atlántico hasta la

Nuestro mundo

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El lápiz en los dientes dibuja un relámpago de sonrisas imperfectas.  Tobogán, existencia lunes sin maquillajes  de días vividos con pinceles. Entre el viento y tu misterio hay una roca, una sombra; Hedonismo sin fronteras. La luna partida por la mitad es una uña, un rasguido en el cielo de los simples, un segundo nuestro mundo, detenido, en un silbido de los pájaros que tienen suerte.  Matías Kraber  Ph: Lufeartevisual 

En camino a Florida

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(Por Jack Kerouac) Hice un viaje en coche a Florida con el fotógrafo suizo Robert Frank para encontrarme con mi madre, los gatos, y también la máquina de escribir y una valija enorme repleta de manuscritos; viajamos gracias a una especie de asignación de la revista Life que nos dio doscientos dólares para cubrir los gastos de nafta y comida de ida y vuelta. Pero me sorprendió descubrir cómo trabaja un artista de la fotografía, cómo logra capturar esas cosas de las rutas de los Estados Unidos sobre las que escriben los escritores. Es bastante sorprendente ver a un tipo que, mientras toma el volante con una mano, levanta de repente con la otra la camarita alemana de trescientos dólares y dispara a algo que se mueve delante de él, y todo eso a través de un parabrisas sucio. Pero después, tras el revelado, las rayas de mugre no dañan en absoluto la luz ni la composición ni el detalle de la imagen; por el contrario, parecen volverlos más intensos.

Chicago

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Chicago es la gran ciudad americana. Nueva York es una de las capitales del mundo, y Los Ángeles una constelación de  plástico, San Francisco es una dama, Boston se ha transformado en la Renovación Urbana, Filadelfia, Baltimore y Washington resplandecen como diamantes opacos entre la bruma de la megalópolis del este, y de Nueva Orleans sólo merece la pena el barrio francés. Detroit es la ciudad que se vuelca en una única industria, Pittsburg ha perdido su triángulo dorado, San  Luis se ha convertido en la panacea de las grandes corporaciones y las noches en Kansas cierran temprano. La concesión de la explotación petrolífera hace de Houston y Dallas tableros de ajedrez para esta clase de juego. Pero Chicago es la gran ciudad americana. Quizá la última de las grandes ciudades americanas.

Quitanieves de cultura

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Recuerdo pasajes de Murakami en baila, baila, baila . Un libro magistral que muestra los laberintos de un periodista free lance que ingresa en pasillos y habitaciones que son dimensiones en esta vida o coqueteo con otras varias. Un ascensor del limbo o el infierno por ciudades de Japón que van de Tokio a Sapporo en un Chrysler desvencijado donde siempre suena el stereo y hay millas de viento en la cara con alguna compañera del camino. Se me viene este personaje narrador del nipón más pop de la literatura mundial contemporánea y algunas de sus frases que están adentro, más en el iceberg que en la superficie, "yo soy un quitanieves cultural", responde ante una pregunta sobre su oficio y me pareció una respuesta impecable. Los medios masivos de comunicación nos llenan de nieve el asfalto cotidiano o incluso el verde del Llano o los picos de la montaña. Nieve como smog informativo, capas de costra de palabras que ni siquiera son nuestras, kilos de mierda de bosta mediát

El termómetro social

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El termómetro social me muestra dolor de muelas, dientes picados y esa mirada perdida en la pared de este hombre peruano argentino que atiende el puesto de comi das de Plaza Rocha en la noche de un lunes donde ni siquiera se acurrucan los perros. Yo vuelvo del ensayo de Casiopea y para adentro siempre pienso: "gracias que existe la música" y después me lo dirá también en su catarsis Basilio, un diseñador y músico de la vida que tocó con los Virus y los Redondos en sus años dorados y con sus 50 ya lleva un par de crisis en el lomo.