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Mostrando entradas de enero, 2020

Disgresiones

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Que el insomnio. Que el amor. Que la soledad o los viajes. Que el trabajo. Que la música. Que escribir ¿Para quién, para qué?   Uno juega a ciegas una carrera con la originalidad ¿Qué es lo original? ¿Escribir sin pensar? ¿Echar mano a los sentidos para escribir? La poesía es volverse un poco loco. Es dejarse llorar con las venas. Sentir el ruido de los pájaros mojados en alguna jaula. Oír el gemido de los gatos en celo. Después, ordenar el caos. Ir sacando piezas de la Torre de Babel que es un yenga. Un maldito equilibrio. Un ajedrez al borde del abismo. Un cuchillo sin punta. Cada vez que termina una película que me gusta, me siento más solo. Siempre. Como si apareciera un cuervo por la ventana, se colase por las ranuras y se quedara en mi hombro para graznarme toda la noche. Al principio le temía. No me gustaba su presencia. Ahora lo toreo. Juego con la capa roja mientras él danza por el techo de mi cuarto. Lo veo juntar carrera como un pelícano y zambullirse otra vez a mi hombr

Laberinto II

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El laberinto dos lo pensé un domingo a las 3 de la tarde. Verano invencible como Camus y la canción de un amigo. Me vi de 10 años explorando placares hasta que pesqué un casete viejo que tenía otros colores y letras a los típicos TDK rojinegros o grises casi transparentes. Era un casete distinto. Todo negro con letras plateadas y amarillas. Si bien tenía sus años denotaba no hablar español. Corrí al grabador y le puse play en la pieza en la que ensayaba mis locuras de un programa de radio eterno. Un radioaficionado permanente. La cinta giró y con precisión trajo una voz parecida a la de mi viejo cuando era joven, pero no era mi viejo. Era una cinta en la que se oía el mar. La danza de las olas que rompían a lo lejos de esa voz que estaba en primera plana. Era mi tío Raúl. Yo no llegué a conocerlo, ni siquiera mi primo Luís -su hijo- pudo conocerlo porque tenía un año cuando lo mataron en un asalto en Montegrande. Mi primo vivía en Temperley y venía a casa todos los veranos a prin

Llamada

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Fue un día con sus señales. Frases que llegan como picaflores a una flor del árbol. Esa, que está acá nomás. Arriba de la mesa como la carta de Poe. Un buen comienzo de un cuento podría ser: por equivocación o por cálculo, pero siempre vuelvo a pasar por esa puerta. No sé cuántas veces pasé. Siempre me recuerdo en bicicleta mientras pedaleo lento por esas callecitas que pueden ser cualquier pueblo bonaerense, y de pronto alzo la vista y veo su puerta gris siempre cerrada. Una ventana abierta más arriba con una pared en la que se ve un mural pequeño. No la veo, pero la imagino descalza, yendo de la pieza al patio a hacer la fotosíntesis. Es la escena perfecta de las 4 de la tarde. No sé porqué, pero siento que es la escena perfecta de las 4 de la tarde. Ellos dos estuvieron toda la tarde al pasto. Un gran mar de pasto a la hora de la siesta que los abdujo. Otoño, pajaritos, el ruido de un bochazo que un veterano acertó con “plackk” y despejó el chico. Un parque que puede ser tuyo cu

Laberintos

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Paula, el laberinto tiene forma de intestino. Pura víscera es el laberinto. Yo no lo inventé, lo leí en un pasaje de una novela de Murakami en el que Oshima le dice a Tamura eso como metáfora. Incluso él cita a los mesopotámicos como los autores de esta idea literaria que experimentaron con tripas de animales o de humanos. El laberinto del aparato digestivo también después aparece afuera. Lo que está dentro, tiene su correlato en el exterior. Hay calles que son laberintos. Bifurcaciones extrañas. Zigzagueos imperceptibles. Diagonales que nos confunden. Hay otros que son de árboles. Ahí, en la selva, creo que está el más denso. Perderse es traspasar los límites de la cordura. Sentir el acecho del bosque en la nuca. La respiración ahí como el cuchicheo del diablo verde. La humedad que traspasa hasta el aliento. Mientras fumo, uno ideas que vienen de otra parte ¿Por qué el poeta trabaja con registros distintos? Imagino a un viejo de pelada lustrosa como la bola de ese billar, mientras