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Mostrando entradas de 2018

Pliegues

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El tiempo tiene pliegues. Sí, relieves en los que entran años o se amontonan eras. No como ocurrió en San Juan cuando el guía del Valle de la Luna en Ischigualasto nos mostró la cronología humana en la piedra fósil para entender que en este desierto cuyano antes existió un mar frondoso que se secó y empujó la Cordillera de los Andes hacia el lado del pacífico. - ¿Sabés lo que significa la complejidad?- me semblantea Manuel, petiso y el rostro rosado como el vino rosado, con su sombrero de llanero mientras toma un Café afuera de una librería de Chapinero en Bogotá y sus ojos están bien despiertos - ¿Qué significa?- sin arriesgar, me hago el otario y le pregunto con curiosidad - Que tiene pliegues. Una historia no es llana. No es lineal. Tiene sus ramificaciones que la hacen compleja. - Claro, totalmente- le respondo mientras el cielo bogotano comienza a llover y nos refugiamos en un toldo para fumar un cigarro que nos mantiene en la espera. Aguardamos y mientras aguardamos –Manuel una

La pesca del silencio

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La inspiración no es un pájaro que te picotea la cabeza cuando dormís y eyectado hacia al sillón te atornillas a escribir lo que te sopla la oniria o la lucidez del entresueño. Entrelínea de dimensiones. No. Hay momentos sublimes así pero son contados con los dedos de una mano. La mayoría de las veces hay que prepararse como quién va a pescar o a cazar: botas de goma o zapatillas 4 x 4, rompe vientos, repelentes para mosquitos, la silla cómoda tipo director de cine, el mate,  algún yuyo o brebaje lubricante y la caña con el reel. Después, el silbido de la tanza que se desliza como una yarará por el aire hasta el glup de aterrizar en el fondo del arroyo. La plomada en el agua que rompe la gravedad. Giras la manivela y recoges tanza para que quede más tirante la línea ante el eventual sacudón de un pez. Filosofía de la espera. Estar ahí, quieto o casi, conectado con el universo, los pájaros que envuelven el paisaje con sus cantos en sincronía, las chicharras que taladran

Marty Mc Fly y yo

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La imagen me representa. Sí, me zarpé. Me fui a la mierda. Me cebé y estoy fuera de contexto , ¿Para qué me invitan?, "Bueno, che, me dejé llevar".  Marty Mc Fly es como un padre nuestro. Pero no el “que estás en los cielos”. De hecho su alter ego, Michael Fox, sigue vivo con su cara de niño eterno pero resguardado de la gran chimenea cultural yankee por su mal de parkinson desde el ingreso al nuevo milenio.  Fue en 1991 cuando le diagnosticaron la enfermedad, sin embargo la reconoció 9 años más tarde cuando los síntomas fueron más notorios.  La puerta no ficción del tiempo en Fox fue casi un paralelo del astronauta Neil Amstrong. Después del futuro, el silencio. Pero Marty es el símbolo de un enlace de generaciones. Un médium en patineta que vino del tren a los videojuegos.   De la X a la millenial.   Fue el irreverente de guitarra eléctrica que le sopló el beat al primo de Chuck Berry para acercarle la chispa del rock and roll por teléfono al autor negro de la canc

33 de visitante

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La edad de cristo no es fácil. Tampoco creo que será mi cruz. No vi la muerte en el ojo de una bruja pero no la veo a dos cuadras a la redonda. No la veo desde este balcón que da a calle 63: un portón del Instituto de Menores donde bajan pibes encapuchados con las manos esposadas y escoltados por algún guardia de civil que conduce una camioneta Ford. No, no la veo. Pero si puedo hablar de la muerte como una energía que pendula incluso en cualquier situación vi va: en el vaso de agua que burbujea al lado de la cama o en esta pared húmeda detrás del placard o en las flores marchitas del masetero o en la depresión del vecino con las persianas bajas. Creo que hablar de ella también es nutrirse de su carga energética, casi como usar el gas metano de la mierda de la vaca. Porque sino aparece la electricidad de lo oculto. El lado caníbal de la sombra. La amenaza del instinto pero en nuestro perjuicio. El guerrero habla de la muerte, sabe que un día finalmente va a morir y es mejor estar aten

El yin salvaje

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El caballo  salvaje  No sabe:  del ring ni del yang, El  yin y   el  tic tac; El caballo  salvaje, Es  el  viraje de la marea  La luna en su eclipse El  zar de la suerte  Y  el  par de los tríos  Madera, metal  El  hastío  La sal, tu humedad  Los bríos del río,  El  yunque en tu pelo  Los labios,  el  deseo  El  látigo,  el  galope Los besos, desierto  Un box de la duda El  Zen, la autoayuda Caracoles sin prisa  Y la sombra huidiza. Los ojos,  el  tiempo  Cenotes ahí viendo  El  agua, las almas  El  viento que va pedaleando  Amarras, las clinas  La marcha felina  Del ciento por ciento  Tu viaje  MK

Una mañana de nadies

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Bajo de un bus de línea en la ancha avenida Libertador y el asfalto está mojadísimo. Es temprano: las 8 de un sábado y Buenos Aires amanece gélido. Los colectivos doblan por esta ancha avenida y parecen venirse encima. Por el sendero del parque, a mi derecha, hay dos pibes de unos veintitantos que se frotan las manos y luego encienden un porro que huele a tres metros a la redonda. Baranda a yerba rancia que se quema. Yo, camino siempre atento: las manos en los bolsillos y la mirada entre líneas bajo la llovizna. Después sigo y descubro el Sheraton con sus insignias en rojo allá arriba de un rascacielos que se incrusta en el medio de la desidia de este pedazo de ciudad que se llama Retiro dentro de la gran urbe que se llama Capital Federal. Atravieso la cuadra del Hotel y bajo en dirección a la terminal de ómnibus. Algunos transeúntes caminan con sus paraguas. Pasa un señor de sesenta y bigotes que vende chipá:” chipa, chipa”, repite sin acento mientras lleva en su cabeza una compoter

Oda a la chuleta

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Oda a la chuleta. Sí, a un pedazo de carne con hueso que tal vez rebele a más de un vegetariano detrás de la pantalla. Pero voy a reivindicar ese corte que está justo encima de las costillas de la vaca. Un trozo rojo de res que el carnicero hace trizas con su sierra para luego pesarla y meterla en la bolsa. Oda a la chuleta. Al pedazo de carne arriba de la plancha que emite un silbido lento, y se  transforma en el humo de la cocina o en ese olor marrón de la carne cocida. Oda a la chuleta. A esa laguna de jugo que es un rojo color tierra y se moja con el pan para desaparecer enseguida como el caracú en el osobuco. Chuleta o Xulleta en Valenciano o Xulle en Catalán. La tradición parece cruzar en barco desde el mediterráneo a tu mesa. Llegó para quedarse. Vuelta y vuelta, después de ese paraíso del silbido que anticipa lo que viene. Una chuleta, jugosa, con un toque de chimi de tomate picante y un puré al lado como el socio compinche que te asegura el triunfo. M.K

El frío según los pingüinos

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Jamás me gustó el invierno. Nunca le encontré demasiado sentido a esas mañanas gélidas en las que salir de la cama es un servicio militar obligatorio. No. Tampoco a cerrar la llave de agua caliente cuando estamos a gusto bajo la lluvia cantando una ópera. No. Sin embargo, ciertos domingos, o el gesto heroico de meterse adentro de la catrera y con la mano izquierda dejarnos tapar por esa ola de frazadas, es hermoso. Son ápices geniales del invierno. Nuestra posibilidad de cont ragolpearlo de visitante. Mi viejo, en cambio, era un tipo del invierno. Lo disfrutaba. Lo esperaba para combatirlo con una buseca poderosa que se convertía en otra pócima de felicidad. O lo aguardaba con el bote enganchado a la chata, para partir de madrugada a lagunas escarchadas de la Provincia de Bs. As a pescar pejerreyes con sus amigos, sentados en el bote mientras apenas balbuceaba la radio AM para no espantar a los peces. Yo creo que el invierno es una novela rusa. Es el hombre frente a la guerra

Más lento, imposible

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Me gusta la magia de cerca. Lenta y efectiva. Un viajero con un pequeño maletín que es una guitarra, unos anteojos, algunos papeles, un pedal, una caja de fósforos y nada más. El rengueo de una guitarra que parece que perece pero vive todo el tiempo en lo que no dice más de en lo que dice. Un subterráneo para los que entienden el silencio y ahí, en ese iceberg de Río de La Plata, se oye hasta Eduardo Mateo tirando un coro o una percusión afro del candombe que se funde con el  chorus de los 70 cuando el joven aprendiz de cantor y poeta comenzó a hacer de las suyas. En un barrio de adoquines, con el temple de un tren que ya no pasa pero que revivió en cultura de vecinos ferroviarios, con esas callecitas que encajan en sus canciones imperfectas. Fernando Cabrera es el autor de canciones que rompen con todo lo previsible y funda, sin querer queriendo, una piedra fundamental para el músico con sed de poesía esencial. Purga en cada verso ese hollín existencial que se te cruza por la me

La nave de Radiohead

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Ver una banda por primera vez es entender al artista con su obra. Esa columna vertebral que es la trayectoria. El punto de inicio, el nudo, el desenlace. De Pablo Honey a Ok Computer, o The Bends a Kid A o de Amnesiac a In Rainbows o The King of limbs al reciente Moon shaped pool. Pero en el medio, el intemporal ahora, Radiohead es un éter. Un presente infinito y perfecto que se reinventa todo el tiempo sin dejar de aportar cimientos y turbinas a eso que llamaron radio en la cabeza y tiene el logo de un ratón cósmico. "Loco, es Radiohead", decía Mario de Bahía y exageraba el ingles argento para que suene a la posta: "Che boludo, esto es único. Rescatate". Y sí, nosotros éramos un grupo de amigos de 12 personas que formábamos un árbol tan lisergico como los que propone la banda en sus visuales. Todos en distintas ramas, distintos puestos y cada uno la intensidad de su raíz conectada con la música de esos 5 tipos y un chaman que son un especie de p

Domingo de carrera

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Eran la 1 de la tarde y el peor sonido de todos venía de una radio portátil del vecino de al lado: un pequeño sintonizador negro que transmitía la carrera del TC con ese bufido de los autos en el cemento de la pista: Olavarría o Balcarce o Córdoba. Nunca me gustó el TC, jamás. Mientras, que en otras mañanas de domingo en el pueblo se juntaba con el mujido de las vacas de la feria de Remates y se oía el andar de las cafeteras de una competencia más regional y el sonido emulaba a un enjambre de abejas enojadas. Dos despertadores bajoneros, a decir verdad.  El auto con ese chirrido de los neumáticos en el asfalto, esa línea recta a toda velocidad y el rebaje posterior para la curva.  Las carreras de autos, son un fiasco. No sé, no me gustan ni me gustarán. Sé que hay familias enteras que aún tienen discusiones acaloradas sobre Ford y Chevrolet con modelos que son de la década del 60 y me parece una costumbre exótica que me infunde respeto porque han sabido conservarse sobre todo en

Dos por cuatro y Darienzo

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2 x 4 y   Darienzo . Dos vainillas de la vereda y   Darienzo . Viaja guardia con boina de antes y yo me voy por la cinta del tiempo a mi infancia: El sapo -el sapito- y la Delia que se ponían a bailar un tangazo entre sillas y mesas de madera que también tienen próximos bailarines. Y no bailaban de frac, nada de eso. No eran tampoco lo que se puede decir dos agujas elegantes de un balet, sino lo contrario: dos amantes transpirados del baile que se hace en el pueblo pero es de campo . Lo veo a Clemente y a Doña Elvira, también el gallo aunque la Zulema le dice que no cual gallina pipireta, lo veo a Camiletti acelerando el tranco galopeador y largando una risa que es también un sapucay. - Son varias figuras ya en modo rec, biruta al piso y se ve un vaivén de zapatos que se mueven como relojes mientras el vino brinda de fondo y le pone percusión de cristal al recuerdo en sepia que suena con compás de cumparsita más el chorro de soda. Callatesiestaquestamosbailando. De viejo barrio que nun

Lluvia como carcajada

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Llueve. Llueve tantísimo que parecen carcajadas de agua. Cataratas en los techos, en los toldos, gotas gordas de pura lluvia. Llueve y el swing es una bailarina descalza en puntitas de pie que baila Devendra Banhart. Llueve y nos refugiamos en la meditación larga, mirada felina en el cristal que da a la vereda primero y después a la calle. Llueve en playa del Carmen y veo pasar el tiempo por el televisor de la ventana: la prisa y la pausa. Tres transeúntes van todos encapuchados, un señor corre descalzo y salpica una pequeña bruma. Llueve afuera y llueve adentro: metafísica de purgarse que es necesariedad humana. Viene El Niño con sus barquitos de la imaginación y la invita a la bailarina a subir a la proa de este baile con el feel de la   tormenta.  MK

Mi bonsai

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A veces pienso que   escribir es   plantar  bonsais. Pequeños árboles arriba de una mesa ratona o de luz. O pequeñas masetas que están adentro de una casa, entre la cama y el living rogando que los rayos ultravioletas les bese los tallos o las hojas.  Primero Fabián Casas con sus ensayos   bonsai , después el chileno Alejandro Zambra con otra novela homónima que se pasa tan rápido  como  un rayo. Hoy apareció Kawabata, un japonés no tan de moda, con historias en la palma de l a mano donde un micro relato viene con velocidad y moraleja. En 10 renglones  como  10 rounds, el nipón te ofrece nocauts con literatura vivencial. Lo leo echado en la cama mientras me dejo atravesar por los rayos ultravioletas  como  una planta pequeña que se mueve casi imperceptible. Anónimos movimientos domésticos en un cuarto: el vaso de agua con burbujas, mi mano que lo alcanza, mi boca que siente el cosquilleo. Estornudo esta alergia de primavera, y después: el recuerdo  es  una hamaca entre una página y ot

Cocer con palabras

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Lo vio triste y le dio palabras que fueron frazadas para el frío. Le puso una pava a hervir para convidarle el fragor del mate: ese aljibe de nosotros mismos . Después, música. Siempre había creído que la música era el remedio natural del alma. "Por algo los mantras", le dijo, "por algo los mantras son curas ancestrales que tienen milenios encima".  Sí, dijo él, que siempre había denostado los estados de bajón. Había esquivado la tristeza como una peste mala, olvidando tal vez que la nube de la alegría también puede ser tóxica como usar demasiado brillantina en el pelo o esos copos de nieve que comen los chicos en el Zoológico. " La ranura de la tristeza no se tapa con maquillajes. Es como una tos que no se esquiva. Un estornudo. Si la tragas, la bala se mete en los laberintos de tu cabeza y ahí queda haciendo trinchera", le dijo y lo vio asumir cada una de sus palabras.Sus excusas se le cayeron al suelo y quedaron ahí desparramadas. Había pedacitos de sus