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Mostrando entradas de octubre, 2007

Las puertas del cielo- Julio Cortázar

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Bestiario, Buenos Aires, Sudamericana, 1994 A las ocho vino José María con la noticia, casi sin rodeos me dijo que Celina acababa de morir. Me acuerdo que reparé instantáneamente en la frase, Celina acabando de morirse, un poco como si ella misma hubiese decidido el momento en que eso debía concluir. Era casi de noche y a José María le temblaban los labios al decírmelo. -Mauro lo ha tomado tan mal, lo dejé como loco. Mejor vamos. Yo tenía que terminar unas notas, aparte de que le había prometido a una amiga llevarla a comer. Pegué un par de telefoneadas y salí con José María a buscar un taxi. Mauro y Celina vivían por Cánning y Santa Fe de manera que le pusimos diez minutos desde casa. Ya al acercarnos vimos gente que se paraba en el zaguán con un aire culpable y cortado; en el camino supe que Celina había empezado a vomitar sangre a las seis, que Mauro trajo al médico y que su madre estaba con ellos. Parece que el médico empezaba a escribir una larga receta cuando Celina abrió los ojo

El sabor violáceo del tango

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Su señora Marta dormía con un ronquido quedo a las cuatro de la mañana. Él -don Roberto- madrugó antes del primer canto del gallo de la vecina, se sentó en la cama algunos minutos y luego caminó lento hasta el ropero antiguo de madera donde estaba el camisolín y su camisa  escocesa de colores azules y blancos. Se vistió y caminó sigiloso hasta la cocina para evitar que el ruido del  viejo parquet no despertara a su mujer. Era viernes y el viento golpeaba la puerta de chapa del patio que comunicaba con la granja avícola de Doña Esther, la viuda de Soria, la que además de criar animales se las ingeniaba en su máquina de cocer para ganarse unos mangos. Don Roberto se sentó en la cocina debajo del tubo blanco de luz,  y su silueta - cada vez más delgada-  se dibujaba  como una sombra en la pared descascarada cubierta de fotos de nietos y adornos de ciudades turísticas: Mar del Plata, San Clemente, Puerto Madryn, San Miguel de Tucumán, Salta, Humahuaca.  Prendió la radio y ubicó la peri

El suicidio de Berlín

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Texto que se desprende de la crónica de Tomás Eloy Martinez, "dos ciudades". De aquél Berlín quedan fotos en algún portarretrato cubierto de polvo, con una nítida imagen en escala de grises exhibiendo los últimos años de vida de una ciudad desgarrada por la guerra y la monarquía, dispuesta a romper con ese fetiche de la modernidad donde los hombres jugaban a ser máquinas en un teatral “mundo feliz”. La fotografía permite congelar las coordenadas del tiempo para mostrar como en un cuadro artístico a una ciudad inmovilizada en un momento determinado. Un Berlín de corta infancia que erupcionó como un volcán emanando una sustancia hirviente que pretendía destruir esas bronceadas estructuras veneradas sin reproches: aquellos próceres de metal con laureles de artificio, aquellas artes refinadas de salones suntuosos y aquellos hombres iluminados de una sangre más azul que el cielo. Weimar permitió soñar: un atributo censurado por doquier en cualquier sistema de gobierno del mundo. U

Esa religión de la mentira

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Son ya seis siglos iguales, calcados como por una hoja transparente donde aparecen lejos del microscopio humano las torturas y muertes más gigantescas que haya registrado la Historia de la Humanidad. Un continente enorme repleto de oro y recursos naturales que vivía a su modo, con centenas de tribus de aborígenes cuya credencial exhibía sin mentiras que eran los dueños de la tierra. No obstante versiones gastadas de manuales áulicos y discursos oficiales escriben con letra negrita que el día 12 de Octubre debe consagrarse “El día de la raza” en detrimento del día del genocidio; el día donde los niños superan el pánico escénico para imitar la expedición marítima de Colón a América como el gran progreso del Hombre, en vez de calzarse un brazalete negro y conservar un minuto mudo consentido. Seis siglos iguales significa mantener “ese silencio bastante parecido a la estupidez” que olvida que los habitantes originarios eran personas y no residuos tóxicos que ni siquiera “servían para abono

La pantera y el templo- Abelardo Castillo

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Y sin embargo sé que algún día tendré un descuido, tropezaré con un mueble o simplemente me temblará la mano y ella abrirá los ojos mirándome aterrada (creyendo acaso que aún sueña, que ese que está ahí junto a la cama, arrodillado y con el hacha en la mano, es un asesino de pesadilla), y entonces me reconocerá, quizá grite, y sé que ya no podré detenerme.Todo fue diabólicamente extraño. Ocurrió mientras corregía aquella historia del hombre que una noche se acerca sigilosamente a la cama de su mujer dormida, con un hacha en alto (no sé por qué elegí un hacha: ésta aún no estaba allí, llamándome desde la pared con un grito negro, desafiándome a celebrar una vez más la monstruosa ceremonia). Imaginé, de pronto, que el hombre no mataba a la mujer. Se arrepiente, y no mata. El horror consistía, justamente, en eso: él guardará para siempre el secreto de aquel juego; ella dormirá toda su vida junto al hombre que esa noche estuvo a punto de deshacer, a golpes, su luminosa cabeza rubia (por qu

Por aquellas siestas de fútbol

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Cuento de fútbol novato La rama del eucalipto se movía despacio de forma pendular, empujada por la ventisca de primavera de las dos de la tarde. Ninguna nube se asomaba por un cielo color celeste acuarela, y el silencio de siesta aislaba las voces de los pibes sentados en el cordón de la vereda con camisetas calurosas como si estuviesen atrapados por la inmensidad rocosa de las montañas. - Para mí le tenemos que jugar con éste arriba- javito señaló con el dedo a Matías que estaba sosteniendo un yuyo con los labios, mientras miraba el reloj con cierta preocupación- y al arco que vaya carlitos…y ya está, le metemos diez a estos pajeros. - Yo no tengo drama, pero hay que ganar si o si, porque sino quien lo aguanta al rafa en la escuela. - De última, lo tendremos que cagar o trompadas- javito alzó la voz con bronca y la mirada firme-. Habían seleccionado una cancha neutral para evitar que griteríos e insultos se filtren por las persianas de esos vecinos que se instalan debajo de paredes co