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Mostrando entradas de agosto, 2015

Un dial

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Sí, al final estabas en un asiento. En uno de esos colectivos de choferes renegados que se cansan de pisar el mismo asfalto y en apariencia estos coches o éstos trances tienen más de previsibilidad que de sorpresa. Pero no, ahí estaba la sorpresa: siempre tan camuflada de común o de todos los días. A veces me parece que el tiempo real es el de los latidos. Latidos con otro golpe, latidos como bombos legueros que trazan mojones etéreos por dónde los clicks son bisagras para si empre. Verdades que se hamacan entre el pecho y los intestinos. Creo que éstas palabras las tendría que haber escrito ese día, pienso. Me reprocho. Ese otro yo con varios años menos, algunos brotes de acné que aún estaban en mis cachetes, pero después me digo que no, qué cómo hubiese podido si era un sueñero de cabotaje y los 50 kilómetros en autopista eran sólo 50 kilómetros por autopista. Luces que encandilaban para otras latitudes donde los pies estaban más sobre un mar de cemento y algunos cristales r

La puerta del olvido

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Esa puerta siempre estuvo cerrada. Hermética madera donde no suenan nudillos ni llegan los sobres a deslizarse debajo. Alguna vez habrá recibido una carta? Alguna vez habrá sentido las risas en coro de una tertulia de amigos o el placer en sonido viniendo de un cuarto? Mmm, Lo dudo. Una puerta cerrada al fin de cuentas es una puerta cerrada.  Los postigos se quejan porque sienten su engranaje ya como el cemento, nunca giran ni pendulan con el viento y eso, según la familia de  los postigos, es su momento más sublime. Casi que su razón de ser: aletear con el viento y rozar la pared, sentir las manos del dueño que a la hora de la aurora y el ocaso es un titiritero que las mueve, las sujeta con un gancho en sus extremos contiguos.  Sin embargo ahí están ellos duros como una formación militar, casi que emulando a la pared.  Dicen que alguna vez fueron celestes y ahora son grises como el hormigón del asfalto o este cielo lloroso de días de lluvia.  Un chico se arrimó hace unos días a pedir

Besos caracoles

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Hay besos que son como una obra de arte: paciencia quirúrgica en un beso. Cámara lenta, el tiempo del caracol pero en un beso. Un beso como el molino de una brisa. Pequeño viento y dos peces que andan en el viceversa perfecto del deseo consumado que se vuelve tantra: sinfín. Colchón de labios que son besos como este, ahora, en un banco de cemento ellos se besan y se tragan la tormenta dulcemente.  Matías Kraber 

Calesita Buenos Aires

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Creo que me escapé de Buenos Aires. En realidad no se trata de escapar, sino de probar y definir por pura praxis. Aunque la sensación sea irse como vomitado por las luces. Un insecto que se muda eyectado tras un estornudo furioso que lo escupe por un río que conduce a la cascada. Primero el fango y después el cristal del agua mineral.   Después de haber probado el mar tibio, otros climas, nuevas faunas y más historias el camino guiña el ojo a más camino. Y el que probó se jode porque tiene esa sed que no se calma ni con la mejor limonada de soda y limón. Es la sed, esa que el agua no cura.   Así que un día me fui, apuré el tranco, definí que mi vida pasaría por otros rieles. Ojo, lo intenté. Estuve. Pisé sus calles, me metí en sus callejones, en sus mesas chicas, así como en sus barrios primer mundo. Arrabal, hotel 5 estrellas, Francia y España, el Congreso,  comida peruana y Palacio Barolo,música electrónica, Caballito y Hollywood o el suburbio de las estaciones. Creo que fui un