Esa religión de la mentira


Son ya seis siglos iguales, calcados como por una hoja transparente donde aparecen lejos del microscopio humano las torturas y muertes más gigantescas que haya registrado la Historia de la Humanidad. Un continente enorme repleto de oro y recursos naturales que vivía a su modo, con centenas de tribus de aborígenes cuya credencial exhibía sin mentiras que eran los dueños de la tierra.
No obstante versiones gastadas de manuales áulicos y discursos oficiales escriben con letra negrita que el día 12 de Octubre debe consagrarse “El día de la raza” en detrimento del día del genocidio; el día donde los niños superan el pánico escénico para imitar la expedición marítima de Colón a América como el gran progreso del Hombre, en vez de calzarse un brazalete negro y conservar un minuto mudo consentido.
Seis siglos iguales significa mantener “ese silencio bastante parecido a la estupidez” que olvida que los habitantes originarios eran personas y no residuos tóxicos que ni siquiera “servían para abono de la tierra” como sostuvo el padre del aula un par de siglos después (cuando se refirió a los gaucho en el Facundo), en pos de aplicar una civilización made in europa que implicó despojar gente, despojar "despojos" que obstaculicen un crecimiento sostenido para pocos hijos de europeos. Como los primitivos fueron para los españoles y otros tantos colonos descendientes.
Y Seis siglos iguales significa aceptar sin tapujos que “la División internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder”.[1] España apareció a evangelizar con la cruz y la espada para inmunizar a una población nativa y saquear hasta el último racimo de metal a una América dorada. España aterrizó del cielo para “civilizar” a esos “monstruos o bestias” primitivas para que puedan ser hombres como en occidente, sedarlos hasta hacerlos ceder con veneración un robo a mano armada que tenía excusas divinas. Finalmente la excusa se materializa en una causa digna y perfecta que cruza las fronteras del tiempo con una aceptación natural y certera: “encuentro de dos mundos” “conquista de América” entre otras conjugaciones de términos ostentosas e hipócritas. El resultado fue la construcción de colonos con amnesia y sangre glacial que confía que la Historia se escribe con letra de occidente, y después de eso está el nihilismo y la nada en su predica más absoluta. “El colono…ese personaje déspota, enloquecido por su omnipotencia y por el miedo de perderla, ya no se acuerda de que ha sido un hombre: se considera un látigo o un fusil: ha llegado a creer que la domesticación de las “razas inferiores” se obtiene mediante el condicionamiento de sus reflejos. No toma en cuenta la memoria humana, los recuerdos imborrables; y sobre todo, hay algo que quizá no ha sabido jamás: no nos convertimos en lo que somos sino mediante la negación íntima y radical de lo que han hecho de nosotros” expresa Sartre en el prólogo de un libro titulado “los condenados de la tierra” de F.Fanon.
Más tarde la operación consistió en un simple cambio de riendas, una conquista que cambia de apellido y de política. La Historia juega a ser cíclica de una forma abrumante y la inmovilidad social recobra una imitación robótica, digna de todos los tiempos. Se terminó el oro y los anglosajones exprimieron y exprimen con su destreza matemática egoísta: el petróleo, el hierro, el estaño, los alimentos; la historia vuelve a exhibir a una región grandiosa con un traje de esclava y nadie dice nada, y nadie se siente frustrada. Todos disfrutamos placenteros un feriado pluralista y humano sin temor a que sea mentira. “Nunca nadie pensó, besarte los pies”… seis siglos igual.

Por Matías Kraber
[1] Eduardo Galeano “Las venas abiertas de América Latina” pag 01.

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