El suicidio de Berlín


Texto que se desprende de la crónica de Tomás Eloy Martinez, "dos ciudades".

De aquél Berlín quedan fotos en algún portarretrato cubierto de polvo, con una nítida imagen en escala de grises exhibiendo los últimos años de vida de una ciudad desgarrada por la guerra y la monarquía, dispuesta a romper con ese fetiche de la modernidad donde los hombres jugaban a ser máquinas en un teatral “mundo feliz”.
La fotografía permite congelar las coordenadas del tiempo para mostrar como en un cuadro artístico a una ciudad inmovilizada en un momento determinado. Un Berlín de corta infancia que erupcionó como un volcán emanando una sustancia hirviente que pretendía destruir esas bronceadas estructuras veneradas sin reproches: aquellos próceres de metal con laureles de artificio, aquellas artes refinadas de salones suntuosos y aquellos hombres iluminados de una sangre más azul que el cielo.
Weimar permitió soñar: un atributo censurado por doquier en cualquier sistema de gobierno del mundo. Un atributo denegado por su presunta carga explosiva, y su asociación directa con la revolución mundial roja.
Con la caída de Guillermo II y la extirpación de esa masa terrestre que se aglutinaba dentro del Imperio Alemán, un fantasma emergió lentamente en una población desangrada por la guerra. Apareció sigilosamente una corriente huérfana e impiadosa que tardaría unos años en romper cristales y absorber a un pueblo casi con efecto magnético. Allí se contabiliza el primer luto de esa revolución intelectual e hija predilecta de Weimar, y no hace falta escribir demasiadas líneas sobre lo que pasó después cuando la arquitectura del Tercer Reich se interpuso sobre aquella Alemania idealista y democrática, porque la memoria tiene una aguja de sangre clavada en el rincón más tétrico de la Historia de la Humanidad.
Aquella Alemania se convirtió en un humo tóxico que ardió como un papel a 451 grados Fahrenheit. Se tupactumarizó la Historia de un país que parió ideas brillantes y luego las deportó como gaviotas infectas hacia otros rincones del planeta. Fue una Alemania que armó el proyecto de otro mundo posible pero utópico, un diagrama lúcido que revisó con el lápiz rojo los grandes errores de ese cúmulo de años denominado Modernidad. Allí comenzó la impronta artesanal y popular de Bauhaus con Kandinsky y Paul Klee como figuras gigantes que revolucionaron el campo del Arte Moderno; Bertotl Brecht y ese teatro que dejó de ser pasivo y manipulador de emociones para que los espectadores intervengan en la obra utilizando la crítica; y por último apareció en Weimar una Escuela interdisciplinaria de expertos comprometidos que cambiaron las coordenadas del intelectual en el siglo XX: dejar de ser estudiosos y pensantes para darle prioridad a las ideas transformadoras desde la pluma de Marcuse, Horkenheimmer, Adorno y Benjamin
En esa Alemania, hoy con traje blanquinegro y opaco, tales mentes pretendieron girar el timón de acero que conducía a un camino dorado de progreso infinito. Finalmente el timón permaneció inmutable, Alemania volvió a morir otras dos veces: primero en la guerra fría donde se partió como una manzana a la capital para formular dos países distintos en el mapa de la guerra fría imperialista, y luego con la muerte de ese muro que permitía una remota posibilidad, pero posibilidad al fin, de alistarse en el ejército de los que pretenden un mundo más justo, aunque detrás de esa muralla simbólica existiera un terror impiadoso.
Hoy ya parecen desteñidas las ideas e imágenes de Brecht y sus compatriotas intelectuales de la era de Weimar. Ideas incineradas en Holocausto que resucitaron para volver a morir con “good bye Lenin” en la demolición del muro de Berlín. “No habrá revolución se acabó la guerra fría, se suicidó la ideología” canta Joaquín Sabina en una canción que parece constituirse en el himno de la derrota, en la marcha fúnebre para aquellos “hombres imprescindibles que luchan toda la vida”… y hoy la escuchamos con los ojos acuosos repletos de añoranza, y fijos en la mirada férrea y segura del retrato del “Che”.
por Matías Kraber

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