Catarsis palermeana


La catarsis Palermeana de alguien que no es de Boca ni de Estudiantes pero sí hincha del fútbol que hace gritar goles sacando la cabeza por la ventana. Relato homenaje del retiro menos esperado por todos Él los hizo a todos. Con la rodilla vidriosa en el 3 a 0 a River por la Copa Libertadores en La Bombonera o con un frentazo de la mitad de la cancha al arquero Germán Montoya para el gol de la victoria frente a un Vélez imbatible. O el número 100 a Colón con los ligamentos bien rotos o los dos a Banfield en 2006 con los ojos hinchados de tristeza por ese hijo que se fue. Él pasó 3 veces por el quirófano y volvió a pisar el área una y otra vez a una edad en la que Sebastián Rambert o Diego Cagna o Luís Zubeldía llevan más de 3 años en el banco de suplentes como técnicos o ayudantes de campo. Él erró 3 penales en un partido de Argentina y volvió para romper con un cliché grande como una casa: con 36 años ser el jugador de fútbol más veterano para debutar en un mundial. A él no le importó pelearse con el mandamás de la 10 bien bostera en la espalda y que muchos quieran regalarlo con moño a un equipo del Argentino C. A él no le tembló ningún nervio para casi cagarle el campeonato al Estudiantes del Verón recién llegadito que bajó el pulgar en el Coliseo para que los pincharratas –que también eran suyos- lo puteén a coro y le den vuelta la cara. Él nos hizo ir a todos –sin distinción de colores- a Sudáfrica 2010 cuando la lluvia torrencial del Monumental anunciaba catástrofe o epopeya. Él fue el orgasmo futbolero más gritado en un partido pavo contra Grecia por mejorar la puntuación en el grupo de la selección de Diego en el mundial que Messi no hizo ninguno. Él lo pasó al histórico 9: Pancho Varallo –capo cañonieri de la época que a los arqueros le llenaban las canastas- con dos goles frente a Arsenal y terminó por alcanzarlo al quisquilloso Sanfilippo en la tabla general de todos los tiempos. Él hizo 20 goles en 19 fechas cuando Boca resucitó con Carlos Bianchi en 1998 después de una malaria de 7 años. Él trabó una pelota con la cabeza, pateó un penal con los dos pies y le hizo dos goles al Real Madrid de Figo, Raúl y Roberto Carlos para llevar la Intercontinental de Japón a La Boca. Él que se fue por la puerta grande y volvió por la puerta grande es indiscutidamente del pueblo. Un vecino de la vuelta de la esquina. El que extrañan las abuelas cuando están lejos. Un grandote que pudo ser el compañero de curso que nos salvaba abajo del aro cuando jugábamos al básquet contra el otro séptimo. Él que rompió con todos los moldes, tapó bocas y calló a un estadio entero. Él, sí, el patadura, el torpe, el Lungo, el de madera, el Quasimodo del fútbol argentino pero por sobre todo el optimista del gol y con pelo corto. El que primero elegimos en el pan-queso, el que te salva las papas cuando las papas queman, el que queremos invitar a un asado, el que arranca los gritos más desaforados o las lágrimas machistas que no avergüenzan. Él -el loco y el titán- que hundió la red hasta el fondo 272 veces en el arco grande del fútbol argentino: 236 con la azul y oro y 36 con los pinchas. Él, el único 9 que todos votaríamos de presidente, el Cabral soldado heroico, el imperfecto, el Titanic que nunca se hundió, el que juega negras al ajedrez, el que mandaron a cortar el pasto y el remador que siguió rindiendo examen cuando tendría que acampar en el área con butaca y caña de pescar. Él, el que le hace bien a la pelota, el que no se tiñó de rubio sino de calle, de corazón y de barro. Él militante del se puede, culón y perro de caza del gol que jamás debería jubilarse. Y él, argentino de “Bocadetodos”, deja una grieta tan grande que un tipo como yo no va a tener tantas ganas de mirar un partido de fútbol un domingo cualquiera. Publicada en Serlumpen Hoy número 11, año 2011.

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