Avión de juguete

-Tengo un avión de juguete y me lo regalaste vos- dijo él que se abrigaba del frío. De esos otoños que tienen más de invierno que de otoños aunque el cuadrito de las hojas amarillas en el asfalto es poesía plástica. 
-Sí, es así, a veces el motor del viaje es simbólico. Te lo digo por experiencia- dijo ella con la voz más soul de la primera mañana mientras se oye varias veces el pulmón del mate, que se infla con los labios que lo succionan como si fuera una bolsa que no se ve, y nuestra retórica compartida pregunta si estará adentro de la yerba?. 
Después caminaron un par de cuadras que parecieron dieciochomil y fueron haciendo el ultimo travelling de la ciudad. Un caballo que asoma sus dientes siempre risueños y un porte de atleta hípico que puede amasar fortunas, va saliendo con su vareador desde un portón que da a la calle. Un peluquero de barrio mirando el barrio desde su vidriera: una mirada hondísima que se mezcla con algún atisbo de resignación.
-Yo te diría que lo pienses un poquito?
- Si, no?
- Sí, que el ejercicio de pensar no te coma. Es solo que lo pienses al menos un ratito a la noche, en ese intervalo que hay entre mirar el techo y cerrar los ojos. Ahí yo creo que hay un buen paréntesis. Yo hasta hablo con mis estrellas en ese trance. Te lo juro. Si ya sé, te vas a reír. Pero es mi mambo.
-No, no me río. Al contrario, me gustan las recetas de explorarse. Esos métodos tan caseros de buscarse entre los pliegues.
-Es que sí, entre las complejidades hay fibras más simples que bucear. Yo las buceo, y muchos de algún modo las buceamos.
La conversación terminó en una esquina donde paraban los colectivos y había una pared con una pintada que se solidarizaba con los kurdos comunistas de Kurdistán. En ese trasfondo ellos se despidieron por tiempo indefinido después de una charla larguísima que arrancaba con un pucho y un mate sobre el vecino de la casa de al lado que escribía cada tanto algunos acrósticos que repartía por el barrio y después esa devoción por conocer ciudades del mundo. Nombrarlas e invocarlas. Hacerse cargo de la insatisfacción de quedarse quieto, de la adrenalina sabia de saltar al vacío de una ciudad que se nos presenta anónima y la tenemos que descubrir. Sacarle el velo. Conocer sus escondites y sus clichés.
-Será que uno se enamora más de los lugares que de las personas?
-Creo que ahí tenés el comienzo de la novela, yo la arrancaría así: " Él era un tipo de esos que se enamoraba más de los lugares que de las personas".
-Si, yo creo que él era un tipo de esos- dijo él con voz baja y se despidió de su amiga que se iba y él también se iba para otro rumbo. Se perdieron en el gris del gentío, mientras algunos chicos salían uniformados del colegio y otros obreros se subían a los colectivos de línea. Él camino unos pasos hacia el sur y ella hacia el este mientras pensó que ninguno de los dos eran reales, después del abrazo de despedida habían entrado para siempre a la ficción. 


Por Matias Kraber

Comentarios

Entradas populares de este blog

Vidas de porcelana

Aquel Peronismo de juguete- Osvaldo Soriano

Al Abrigo, cuento de Juan José Saer