Los Espíritus son un octubre de fuego

La banda de La Paternal gira con su tercer disco Agua Ardiente y La Plata fue una sede que marcó una noche histórica para el rock nacional del presente.  Casi 3000 personas se dieron cita en el Polideportivo de GELP el 7 de octubre. Crónica en primera persona de una noche para el recuerdo explosivo. 
Fotos: Mathias Magritte








Una, dos, tres, cuatro cuadras de cola casi en el centro de la ciudad. No sé cuánto hacía que no ocurría algo así, pero desde las nueve de la noche varios de los que íbamos camino al Polideportivo de Gimnasia intuíamos que sería una noche histórica. Esas noches que condensan el groove cultural del presente, algo así como el emergente puro del rock nacional de esta parte. 

2600 almas fueron las que entraron en un gimnasio siempre a punto de explotar con Agua Ardiente: el tercer disco de Los Espíritus, una banda nacida en el under de La Paternal que desde hace un par de meses cobró la fuerza popular que junta por una avenida ancha a tribus urbanas variopintas ya sea en el Barrio porteño de Flores, en La Plata o el próximo 2 de diciembre en el Estadio Malvinas Argentinas de la Paternal en la que caben 6000 personas. 

Un padre de 40 con su hijo de diez bajan las escaleras para meterse en un campo minado. Una pareja de 30 se sientan en las gradas de los costados para mirar sin tanto sudor el show, casi como en el cine, mientras que otras pibas de 20 con pelos de colores gambetean entre el gentío para ubicarse bien adelante a poguear. Yo, me siento afiebrado aunque no es literal como la vez que fui a Flores en junio. El calor del Poli se siente como una estufa. Como un par de shots de tequilas o de guaro. Subo las escaleras porque los guardas de seguridad bloquearon el ingreso general a la cancha de basquet y quedo detrás del paravalanchas a la espera de la entrada del grupo con la ansiedad del hincha que va a ver la mejor versión de un equipo con mística de barrio, de Pappo en el Blues o de Riquelme en el potrero. Épica que comienza desde el subterráneo. 

Camisas floreadas y una percusión tribal que comienza a meternos en el trance. Una bola de sonido circula desde el escenario para todos los puntos del estadio y yo veo un mar de cabezas que siguen el ritmo con los ojos cerrados. Inmersión, ese es el primer punto para entender a Los Espíritus: tenes que meterte adentro, dejar que los decibeles te entren por los huesos para que luego empiece la danza. 

Una intro de tambores, el cuelgue, los primeros acordes y la voz que da el inicio a un ritual de chamanes: “Huracanes, que queman las rocas”, canta Prietto con su voz de monoblock con erres pastosas y el fuego empieza a flamear, llama perpetua que se alimenta de canciones que están hechas con vísceras, huesos y existencia molida en los laboratorios valvulares de los 70 con hombres del siglo XXI. A la segunda canción un tipo sexagenario con remera de Riff, se para delante mío y prende un faso como una bengala. Me convida y tira: "esta banda tiene lo mejor del rock nacional y con guiños internacionales. Es una síntesis del buen gusto de Maxi Prietto", dice y la bala es certera. 

“ Se lo lleva la crecida/  y mi corazón espera/ que mañana ya no llueva /y yo te vuelva a ver”, con todas las yes de la argentinidad que se exporta por ejemplo a México que fue el primer punto de fuga del grupo cuando grabaron Lo echaron del bar y la canción le abrió la frontera al transmitirse por la FM Reactor del país Azteca.

Como si faltara gente, un perro viejo se cuela por la platea lateral  y se echa a contemplar el show desde los costados. Él también tiene una canción y lo sabe. Sólo espera su hueso en un cementerio de colillas porque la mina de huesos vendrá bastante después. 

Una tras otra vienen las canciones y en el medio no hay baches. La gente corea y baila extasiada. Sobre un costado del campo, un grupo de pibes muestra la cara de Santiago Maldonado en carteles y Moraes -la otra voz cantante del grupo- desde el centro del escenario pregunta “¿Dónde está?” y todo el estadio clama: “¿Dónde está / Santiago dónde está?”. 

Las canciones de Los Espíritus tienen un mix poderoso que al desmenuzar encontramos átomos de todas partes. Un ADN complejo porque hay una vena de los setenta de Avellaneda Blues de Manal, hay puerto, monoblock y tren por una zona sur de nuestro rock más arrabalero e iniciático pero con el agregado del groove latino. 
Sin embargo, también hay alguna reminiscencia al Pity Álvarez con guitarras más Hendrix que invitan al cuelgue psicodélico peposo. Western argentino con un fondo sonoro que nunca deja de tener caribe como todas las camisas que están arriba del escenario. 

Letras que invitan a pensar que Maxi Prietto y Santiago Moraes son dos cronistas callejeros que retratan el mundo suburbano que patean: un pibe que mira al hombre y le aguanta la mirada en el subte, de otro transeúnte al costado de las vías chiflando una canción o de un negro chico con hambre que aprende a contar juntando monedas y después se traga el llanto “porque es de puto ponerse a llorar”. 

Poesía escatológica de los que yiran por el camino y hacen hablar a las baldosas flojas. Las canciones pasan como vendavales en GELP y la gente suda. Una tras otra pasan y se forman rondas de pogos que tampoco llegan a ser agresivos. Saltos, bailes y trances. Las casi tres mil personas están hechizadas por el embrujo de esta banda que tira maderas al fuego casi sin frenar. 
Un círculo entre el palacio y el infierno para terminar con la luna llena en estas plegarias lunares que forman parte de los dos últimos discos.  Ahí se baja el primer telón, la primer retirada del grupo y todos quedamos en Marte, en un planeta rojo encendido. Ellos también miran el público y no lo creen. Prietto se ríe a carcajadas y dice “después les cuento”. 

Y al otro día me cuenta: 

-No entendemos nada. Es algo muy loco lo que está pasando. El momento de tocar es como siempre, pero es muy flashero, hace más de 10 años que vamos a tocar a La Plata con distintos grupos y nunca se me hubiese ocurrido pensar que iba a pasar esto. Siempre era para un publico muy especifico de algo muy under digamos, submundos, ahora había gente de todas las edades. Solamente usamos nuestros medios, a lo sumo pasacalles, pero tampoco me imaginaba tanta convocatoria. 

-¿ Cómo se toman éste momento de explosión de la banda? 
- Nosotros lo tomamos como un momento, no sabemos bien si va a ser así, si va a dejar de ser así. Por ahora es así, y estamos acomodándonos a este cambio que es algo nuevo para todos- dice Maxi Prietto desde su casa en La Paternal, al otro día del boom en La Plata, mientras cuenta cómo se fue tejiendo las redes del under con la ciudad de las diagonales. 
-Yo lo conocí a Shaman en Tecson porque estudiábamos sonido en Capital. Me invitó a ir a La Plata, y me presentó a sus amigos. El trío pastafrola en ese momento estaba por empezar a armar La Patrulla Espacial (Tomas Vilche, Tulio Simeoini, Lucas Borthiry y Werner Schneider). Digamos que en la Casa de Shaman siempre había muchos personajes, él estaba mezclando el disco Navidad de Reserva de El Mató,en una de las primeras idas caímos en un recital de Sr. Tomate. Hicimos fechas con ellos, con Shaman, con El Mató. Hace un montón de años que venimos tocando y creo que con los que más tocamos fue con La Patrulla en La Plata y recuerdo que tocamos en un local del MST, porque salió. Y eran lugares chiquititos. Todo empezaba como a las 3 de la mañana- relata Maxi de toda una movida que es casi reciente, a lo sumo tiene 7 u 8 años y aún late en una bisagra del rock nacional que estamos viviendo ipso facto. 

 -¿ Qué sentís de lo que ocurre con ustedes, esta nueva generación de músicos del rock que comparten escena incluso desde una amistad?

 Yo siento que el Chango, Shaman, tienen cosas muy novedosas para la historia del rock nacional: es como que ocupan lugares que son exclusivos de ellos. Apareció Shaman con los Hombres en Llamas, la orquesta de vientos, letras surrealistas; y ese disco para mí es un discazo porque no sé cuánto tiempo no aparecía un disco así tan psicodélico. 

Previo a la salida de Los Espíritus en GELP, estuvo Poly, la mujer que comanda Sr. Tomate, compañera de Shaman en la antigua formación del grupo y actual compañera de un disco de boleros que presentarán con Prietto en diciembre. Todo parece parte de una misma cofradía de manijas talentosos que no paran de escupir arte. “Sí, ahora con Poli estamos haciendo un disco y  es una experiencia alucinante. La verdad que están entrelazados los caminos, está buenísimo la relación que hay entre los grupos, es bastante relajado,  creo que eso también puede ser un cambio cultural generacional”, arriesga Prietto mientras un mantra de los suyos vuelve como un loop:“ hay milagros en cada instante y cada instante es la eternidad”. 

Matías Kraber

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