Domingo de carrera

Eran la 1 de la tarde y el peor sonido de todos venía de una radio portátil del vecino de al lado: un pequeño sintonizador negro que transmitía la carrera del TC con ese bufido de los autos en el cemento de la pista: Olavarría o Balcarce o Córdoba. Nunca me gustó el TC, jamás. Mientras, que en otras mañanas de domingo en el pueblo se juntaba con el mujido de las vacas de la feria de Remates y se oía el andar de las cafeteras de una competencia más regional y el sonido emulaba a un enjambre de abejas enojadas. Dos despertadores bajoneros, a decir verdad. 


El auto con ese chirrido de los neumáticos en el asfalto, esa línea recta a toda velocidad y el rebaje posterior para la curva. 
Las carreras de autos, son un fiasco. No sé, no me gustan ni me gustarán. Sé que hay familias enteras que aún tienen discusiones acaloradas sobre Ford y Chevrolet con modelos que son de la década del 60 y me parece una costumbre exótica que me infunde respeto porque han sabido conservarse sobre todo en la mesa o en los patios del domingo a la mañana. 
Mientras se prepara el gancia con limón suena la carrera y yo tengo 10 años y puteo. Quiero que comience el fútbol, que se prenda la misma radio pero con las formaciones de Lanús y Banfield, no me importa. Quiero que comience la previa de Independiente contra Racing o el duelo de los santafecinos en el Cementerio de los Elefantes. Pero son la 1 de la tarde y el relator grita a viva voz nombres como Lalo Ramos, El Flaco Traverso, Patita Minervino o el chivicoyense Emilio Satriano. 
"Palo a palo", "últimas vueltas", relata con esa vehemencia de las carreras de autos que tienen otra retórica para transmitir eso que sucede en la pista con los bólidos. 
Que Ford y Chevrolet pero al Dodge no lo nombran nunca. Siempre es un duelo entre dos titanes como la guerra fría: o los yanquis o los rusos. Que Traverso o Urretavizcaya, que Satriano o Lalo. Pero yo soy contrero y amantes de las epopeyas: me gustan los triunfos épicos, los personajes inadvertidos que pasan por ahí de pura casualidad pero logran convertirse en héroes anónimos de una siesta. 
Cómo esta siesta, en la que ya son la 1 y media, mi vieja hizo tallarines caseros y la radio del vecino sigue a todo pulmón con la carrera del TC. La radio dice que llueve a cántaros en Punta Indio y que la carrera está para cualquiera de Ford y Chevrolet, sin embargo, de repente, en una de las últimas vueltas aparece Guillermo del Barrio con un Dodge, desde atrás y supera al Tito Urretavizcaya para quedar en la punta. Ahí se comenzó a oír a la voz del vecino, Don Sotelo, que empezó a gritar "Vamo Dodge viejo, carajo", con gesto efusivo y pegado a la radio portátil mientras chispeaban las brasas en su parrilla. La primera vez que oía al viejo Sotelo ponerle pasión a una carrera de autos. Tal vez la primera vez que oía a un corredor de Dodge aparecer en el podio y arrebatarle los triunfos a los de siempre. Entonces, me cambió el humor, ya no me sentía enojado con los ruidos del TC. Ya no. Creo que de ahora en más para superar el fastidio de las dualidades, me voy a hacer de Dodge para desempatar cualquier pleito. O para creer en las terceras posiciones que suelen ser un gran experimento de síntesis como cuando en otro domingo lluvioso de 1991, Newell´s de Marcelo Bielsa le ganó a Boca por penales y yo me hice Leproso para siempre.

M.K

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