Pliegues

El tiempo tiene pliegues. Sí, relieves en los que entran años o se amontonan eras. No como ocurrió en San Juan cuando el guía del Valle de la Luna en Ischigualasto nos mostró la cronología humana en la piedra fósil para entender que en este desierto cuyano antes existió un mar frondoso que se secó y empujó la Cordillera de los Andes hacia el lado del pacífico.
- ¿Sabés lo que significa la complejidad?- me semblantea Manuel, petiso y el rostro rosado como el vino rosado, con su sombrero de llanero mientras toma un Café afuera de una librería de Chapinero en Bogotá y sus ojos están bien despiertos
- ¿Qué significa?- sin arriesgar, me hago el otario y le pregunto con curiosidad
- Que tiene pliegues. Una historia no es llana. No es lineal. Tiene sus ramificaciones que la hacen compleja.
- Claro, totalmente- le respondo mientras el cielo bogotano comienza a llover y nos refugiamos en un toldo para fumar un cigarro que nos mantiene en la espera. Aguardamos y mientras aguardamos –Manuel una entrevista y yo dar una mano en la técnica con esa entrevista- la charla es un péndulo por los laberintos del tiempo. Una ventana, otra puerta, una ranura, un ventiluz y la palabra del maestro que procura ser una aguja con hilo mientras zurce lo roto entre pliegues que son dunas en el desierto. Una acá, otra más allá y en el medio la trama que es la palabra.
Es el final de la siesta y entro al Taller de mi viejo. O a decir verdad, lo que queda de él. Apenas abro el picaporte me avanza un olor de estaño junto a cables y el polvo del encierro. Una lupa con un brazo metálico está aún en su antigua posición de soldador en la que ya no hay sillas para sentarse. Sólo algunos televisores sobrevivientes de distintas épocas: un Grundig blanco y negro con la perilla metálica y una pantalla de 14” en la que supongo su dueño habrá mirado el Mundial 78. Otro Grundig a color más de principio de los 90, en el que algunas personas equis habrán sido testigos del Doping a Maradona después de ganarle a Nigeria y la frase final de Diego: “Me cortaron las piernas”.
Sobre la mesa hay transitores de viejos artefactos: chatarra electrónica que sólo sirve para los entendidos. Yo no distingo. Para mí son pequeños marcianitos que viven en una plaqueta verde. Un cifrado que no me lleva a ninguna parte. No obstante, mi búsqueda sigue porque hay otras pistas que sí quiero seguir. Revuelvo cajones mientras se levantan algunas nubes de polvo. Descubro dos cajas finitas y aparecen unas radios portátiles con la estética del 50. No son tan viejas, pero lo simulan. Parecen del 30 aunque fueron fabricadas 40 años más tarde.
Conecto un par de cables y la AM se prende como una máquina del tiempo: la fritura de la onda lejana, la seriedad informativa y un tango que rezonga desde el éter: “Vieja viola, garufera y vibradora”, frasea Edmundo Rivero y se rompe el silencio en el taller. O mejor dicho reanudan sus engranajes. Vuelve la banda sonora que le dio identidad a este espacio; una pequeña radio encendida que transmite desde Buenos Aires mientras afuera, el pueblo, es una laguna quieta que apenas mueve las ramas de los árboles junto al canto de los benteveos.
Pasan un par de horas ahí dentro y estoy casi contento. Las manos huelen a cables y tienen su mancha de tinta negra. Sé que mi exploración no busca riquezas. O sí, el valor de las pequeñas cosas. Las huellas dactilares que deja la existencia humana para las historias: un carnet de técnico del Fútbol Argentino, una vieja agenda del 95 con apuntes de una clase de César Luis Menotti –justamente el DT de Argentina en el ‘78- gráficos de sus equipos con los puntajes de los jugadores, la táctica de la ley del achique para reducirle al rival el espacio útil y un curso de preparación física aplicada al fútbol realizado en el Polideportivo de Banfield en el 94.
Sueldo palabras que unen los pliegues. Otra vez aparece la figura de Manuel como el señor tiempo, se empina un café y pregunta:
- ¿Te das cuenta que sos del sur?- larga y me observa a trasluz como quien mira adentro.
- Lo descubro acá en el contraste. Es acá donde me di cuenta que somos tango en nuestra forma de ser. Es compleja la ecuación pero sería: tango- rock y sur. ¿Escuchaste A los jóvenes de Ayer de Serú Giran?... No sé, fíjate que sigo abriendo pliegues pero trato de sintetizar: el modo de decir las cosas, las charlas enrevesadas que se maceran con vino y la mirada larga del llano.
- Yo fui amigo de uno de los más grandes de tus paisanos- hace una pausa radial y sigue con su tono edulcorado del lector que habla como escribe- Jorge Luis Borges. Vino a dar una Conferencia a Bogotá, a la Universidad de Los Andes hace ya un par de décadas, y a partir de una pregunta que le hice el maestro pidió conocerme tras su disertación.
- Abriste un pliegue exclusivo- le contesto sorprendido.
- Así, es… la palabra es la llave- contesta como el escritor que sabe de jaque mates y luego se levanta de esa silla imaginaria para irse finalmente a su entrevista- nos vemos amigo.
En el medio escucho las historias desde el taller y son susurradas por la radio por donde gira todo: el fútbol, la música y las historias. Llevo más de dos horas y media en el taller con el tiempo dormido en el empeine derecho y suena el dial.
- Soy una radio- digo bajito mientras busco tesoros muertos y les doy play. Armo mi propio rompecabezas en ésta manera artesanal de hacer radio con nosotros mismos.
M.K

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