Destapar

Tenía que escribir. Era destapar la cañería al final. Que la energía entre los chacras mismos fluyan como tuberías aceitadas de la fórmula 1. Bueno, me copé con yoga. Pero que posta te tira el yoga cuando empezas a desengrasar los rincones más impenetrables. Es un machete simbólico de ese yuyo interno. Ese terreno baldío del cuerpo y la conciencia. No se, es algo mixto que está ahí medio caracol baboso en el goce del no disfrute. Sino de la fiaca o la pereza que conduce a la babia.
Cuando el avión despega de ahí, se abre otro planeta posible. Loco pero real. “Hay que salir del agujero interior”, canta Federico y Virus siempre termina mostrando sus influencias en esta ciudad gótica de La Plata. Sobre todo en esta época que empieza la bruma y esas lluvias molidas que te tiran su baba cuando venís en bicicleta o cortando el aire a pie por una diagonal como la 73 que va hasta Plaza Rocha.
Pienso en las canciones que flotan en La Plata. Algunas que ya tienen más de 30 años. Otras veinte. Algunas nacieron ahora. Otras van a nacer. Mientras que otras también mueren o son sombras de melodías entre esas paredes caídas o casas antiguas oxidadas. Pero un estado de latencia sonora permanente. Un rulo es la canción que significa un viaje en el tiempo. Un cromos que entra por la oreja.
El timbre suena y es mi primo Pablo mientras la lluvia se ve a contraluz en la calle por el mercurio de la esquina. Al bajar el ascensor me topo con una reunión de consorcio. Un bajón es verlos a todos y yo también enseguida me hago el pelotudo olímpico. Pienso que estaría bueno ver mi cara. O si: la veo reflejada en la de ellos con el gesto de “si soy fumon y no voy a venir a hablar de números cuando ya se que me cagas y me vas a seguir cagando”. Son un montón. Pasamos con mi primo como dos wines al ascensor y al tercero. Cenamos un guiso que nos prendió un paréntesis con ese no sé qué, que hasta tiene más misterio que la propia sangre. Pasan dos horas.
Bajamos y la escena tenía a los mismos actores pero con unas caras de culo multiplicadas. Salimos eyectados.
La primera sensación fue no tener la insulina de fútbol del jueves por un dolor de abductores que al caminar exigen. No fui a jugar. Pero estoy inquieto y entonces salgo a caminar por las calles como el vagabundo que es poeta. Un juglar que vacila entre puertas o ventanas entreabiertas como quien suelda con estaño el sueño y la vigilia. El ser y el no ser que seria de este lado del mapa mientras recuerdo desde lo más hondo del aljibe mismo que tenía que escribir porque siempre, más tarde o más temprano, una historia empieza con alguien escribiendo algo y ya un ratito después es un pez vivo. Zarandea. Salta. Tiene corriente. Vuelve a saltar y se mete en el agua para tener revancha.
M.K

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