Mudarse de la lluvia

La imagen es la lluvia que cae en el parabrisas y por momentos se siente una cortina gris como de humo de agua. Sí de humo de agua. Sale de la casa como a las 5 y corre hasta el auto velozmente para no empaparse. Se empapa igual y putea bajito. Aún está con ese sopor de la siesta. Él se acuerda de su amigo Marcos ¿En qué andará? se dice y lo imagina por un camino de montaña con ese andar acaracolado mientras se pasa unas vacaciones en su pueblo. Piensa que algunas historias son para contárselas a algunos amigos en especial. En este caso, Marcos. Hay historias que tienen interlocutores precisos.  

La tarde es acuosa. Ventanas transpiradas. El vapor de adentro,  mientras afuera se rebalsan las bocas de tormentas y los autos se deslizan con un silbido.  Atraviesa la circunvalación. Se trata de una avenida ancha que está cortada por un bulevar al medio que la separa de la otra arteria que es como un detrás de la vía en la que comienza otro barrio hacia los márgenes.  Detrás del agua siempre los barrios parecen un poco más tristes.  Como si las lastimaduras viejas recobraran vida. Le gusta como la voz extraña teje la historia en un susurro en off. De pronto, ella sale con un paraguas rojo de una calle de tierra que empalma con la avenida que termina a unos 200 metros en un descampado que huele a pasto quemado, y más a la izquierda hacia la misma dirección es el Aeropuerto pero acá no aterrizan pájaros grandes ni hay una terminal aérea importante en el cielo. No. La Plata es un pueblo grande. 


Ella llega dando saltitos, encapuchada y de gris. Se dan un beso con barbijo. Es en el cachete pero con la tela. “Casi peor que los besos que se chocan los pómulos”, piensa él.  Se hicieron comentarios acerca del clima. Ella se frota las manos y él le dice algo de Maradona pintado en una pared como un santo de monoblock mientras pasa el bondi Sur color verde por el asfalto mojado.


  • ¿Ves allá? - dice ella con la voz como un hilito agudo y señala a la derecha del camino- ahí entrenamos con las pibas.

  • ¿Cómo se llama el equipo?- le pregunta él mientras trata  de desempañar el vidrio de adentro con una franela y con la otra sostiene el volante del viejo Peugeot 504.  

  • Las Brahma- dice y se ríe con la boca abierta mientras lo mira- si ya sé, no nos matamos mucho con el nombre. Pero qué querés, después de cada partido nos tomamos miles de Brahmas. 

  • Veo que tienen un buen tercer tiempo- le dice él ya más relajado al volante. 

  • Olvídate- responde y lanza una risita finita que queda resonando.


Cuando entraron a su casa suena una Csarda. Esa música húngara que arranca con violines en un ritmo sutil y de pronto toma vértigo como una película muda en cámara rápida. Ella entra y empieza una coreografía de bailarina clásica hasta terminar con las manos en saludo al sol y puntitas de pie. Después se ríen y se dan el primer beso en la boca. Es el primer beso húmedo. Después todo se vuelve más chicloso. 

  • Me gusta esto. Jamás hubiera dicho que estarías escuchando esta música- le tira ella

  • ¿Por qué no?- contestó él 

  • No sé, es que siempre pienso en vos, se me viene la noche de cumbia de la época en que nos cruzamos en el Galpón de los trenes ¿Te acordas? El otro día me acordaba de eso, cuando el negro Flavio tenía la banda y nosotros con las pibas empezamos a ir ahí. Vos estabas borracho y te tropezaste conmigo cuando ibas a entrar al baño de mujeres equivocadamente- hizo una pausa mientras se masajeaba el pelo con el orgasmotrom, un espiral de alambres de punta redondeada que venden en cualquier feria de fin de semana- bah, capaz que quisiste entrar  a propósito ahora que lo pienso, qué atrevido sos eh, sos atrevido Martín. 

  • -Ni me acuerdo, estaba borracho- dice él mientras cambia la música y da un giro al tango electrónico con Gotan Project, después se queda unos segundos pensativo y lanza- ¿Qué loco no? yo sin embargo la primera vez que recuerdo que te vi, fue otra vez en la parada de colectivos de 13 y 70, un día de lluvia. Siempre que te veo llueve, que loco eso. 

  • Llueve en tu cabeza, Martín. Dejate de joder- le dice ella mientras se empiezan a besar con parsimonia. Un beso de los que se trenzan despacio, milimétricos, suaves, mientras parecen que bailan un vals con una de las canciones que aparece después y es Daniel de Devendra Banhart. La melomanía de esa casa es algo que ella siempre disfrutó. Le da la sensación que cada canción suena en su justo momento. Se dejan caer en el sillón del living y se desabrochan las camisas, los pantalones, se sacan las medias porque la desnudez debe ser total. No hay medias tintas entre ellos. Es todo o nada. Y esa noche es todo. La sensación de ir degustando los minutos en ese pequeño planeta hedonista que va de la cama al living mientras los devoran de a uno como a una caja de bombones sin fondo.
    Cogen dos veces y después quedan mirando el techo imaginando estrellas en el cielorraso blanco.  Hablan en esa posición de tener el mundo en plano supino como si estuvieran en el bosque mirando la punta de los cipreses desde el pasto de la suerte.  Ella le describe su casa de madera. Le describe el galpón que quiere hacerse con chapas y mientras suenan las chapas del vecino de al lado con la lluvia que no frenó jamás en todo ese tiempo.
    Casi a las 2 de la madrugada tienen hambre en serio.  Van hasta la cocina y Martín calienta una sopa que tiene dos días de maceración. La olla hierve despacio y caen en la cuenta que todos los vidrios de la casa están empañados. El caldo gorjea. Se oye un temblor minúsculo, pero se oye por unos minutos largos.   

  • Qué sensual una sopa- dice ella irónicamente

  • ¿Decime si una sopa no es la anti cita?- replica Martín mientras le sube el fueye a la hornalla. 

  • Sí, parece que vine a lo de mi abuela. 

  • Bueno, tal vez me guste ser medio abuela a veces- remató él y se rieron con una carcajada fuerte. Ella se sirve una cazuela que humea con el caldo y después de soplar unas dos veces, hunde la cuchara, la carga y se la lleva a la boca. Cierra los ojos. Suspira y lanza

  • Guauuuu- está increíble- dice y después de unos segundos de silencio pregunta achinando los ojos con un dejo de desconfianza- ¿No será afrodisíaca?


Después de la sopa volvieron a la cama. Están despiertos así que se sirven un vino en dos copas de cristal. Ella se tira de espaldas a la cama con la copa en la mano y salpica unos almohadones y se ríe maléfica.

- Parece sangre pero es vino- dice él y juegan a bendecirse con unas gotas mientras se vuelven a besar con fruición. Cogieron otra vez mientras el resplandor de la estufa proyecta dos sombras que cabalgan la pared. Acaban juntos mientras ella le clava las uñas en los omóplatos y se oye un grito primal al unísono. Después se quedan dormidos sin darse cuenta. 


Cuando amanece el país está nublado. Parece un cuento de London. Hace frío. Se lavan los dientes y se miran por el espejo mientras se visten con fiaca. Se ríen del recuerdo de la sopa afrodisíaca y de la música que sigue sonando despacio.
-La música no paró nunca- dice ella. 

- ¿Mejor no?- dice él

- Sí, mejor- afirma ella mientras termina de armar la mochila con las cosas que tenía dispersas por la mesa del comedor. 


La despedida es afuera y no hay besos. Los besos se los gastaron todos adentro. Una hilera de cartuchos de besos estaban como cajas vacías. Como colillas de cigarrillos y porros que ya se fumaron. Se miran a los ojos y hay algo en esa mirada que traspasa. Verdades que se dicen tras las hendijas. Se filtran como rayos láser. Después son segundos de silencio con una saliva que se traga agridulce. Pasa por el paladar rasposa para luego trabarse en la nuez del olvido. 


Ella saca una campera negra de la mochila y se la pone. En la otra mano lleva el paraguas rojo de ayer pero hoy parece más grande. Él la ve distinta “Envejeció de golpe” piensa mientras ella se acomoda contra un poste de fierro que sobre la punta dice Sur y más abajo con liquid paper alguien escribió: “ya era”. Luego da unos pasos hacia el norte.

M.K

 







Comentarios

Anónimo ha dicho que…
la mala praxis afectiva es crimen de lesa humanidad

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