Acerca de estar solo

No sé porque jamás fuiste a Necochea con Básquet. Te perdiste un montón de aventuras: sobre todo la de ir con linternas a la zona de Quequén bien de noche, cuando el viento parece un huracán que viene del lado del puerto y nosotros con camperas estábamos ahí panza arriba mientras el viejo Molina nos mostraba el banco fantasma y más arriba la vía láctea como si fueran palabras. Las tres marías, Orion, la cruz del sur y otras que no recuerdo. Los de las estrellas como palabras no se me ocurrió a mí ni al viejo Molina, tampoco fue ahí en ese tiempo debo confesarte, sino más tarde al leer a Jack Kerouac en esas expediciones de viajero solitario cuando se instaló como guardaparques voluntario en el Pico Desolador en medio de un Parque Natural en Alaska.

¿Vos estuviste alguna vez mucho tiempo solo con vos mismo? sí, me refiero al hecho de ir a buscar leña a un monte, de prender un fuego para cocinar y de no hablar con nadie por unos cuántos días. Una especie de retiro espiritual. Me intriga preguntarte para saber cuál fue tu experiencia y qué conclusiones sacaste. Es la única forma de desentrañar el laberinto personal sino queda siempre ahí en estado de latencia. Inconcluso. Inconsciente. ¿Que si el tiempo corre distinto? sí, es lento y parsimonioso pero tiene potencia porque uno ahí saca conclusiones: el pensamiento en un momento equis se vuelve más liviano y de pronto lo podemos moldear con las manos como si fuera estaño y no un alambre San Martín que es bien rígido.
Yo lo hice de viaje un par de veces. En el Amazonas te juro que fue atravesar la tormenta más densa. Sí, casi como un aguacero permanente. De hecho por momentos el barco se balanceaba apenas sobre el agua color chocolate y desde la hamaca, debajo del techo, veía caer una infinita cortina gris de agua. Al lado mío todos brasileños con los que apenas hablaba lo básico -tudo bom, obrigado- entonces no quedaba otra que profundizar mi soledad en medio del gentío. Solo en una multitud amuchada en un barco de carga con pasajeros que iba dejando tripulantes en puertos que nos esperaban con fuegos artificiales por la llegada de mercadería para la navidad. Justo en plena navidad transcurría mi viaje. Recuerdo que una mañana me bajé del barco para caminar por un pueblo y buscar si había algún cyber para mandar alguna señal. Necesitaba hablar. Había una noticia que me preocupaba porque una piba con la que habíamos estado antes de irme en un par de citas furtivas, me avisó en Manaus, mientras estaba de paso en un hotel atrincherado del calor profundo, que no le venía. Que el atraso ya tenía más de un mes y había alguna chance de quedar embarazada. Que ella lo quería más que nadie en el mundo porque un médico años atrás le dijo que ella no podría y “tal vez sea mi oportunidad”, me dijo y “no importa que vos no quieras, yo lo puedo tener sola”. Para mí fue un masazo y un encierro. Me descompuse junto con el calor húmedo de la capital amazónica. Sudé kilómetros de miedo. Caminé casi arrastrándome por las veredas de una ciudad que me eyectó como un eructo de mal agüero. Fui hasta la terminal de Barcos y saqué pasaje para Leticia, Colombia. “Mañana mismo”, le dije al hombre de bigote mosca detrás de la ventanilla. Me metí otros 6 días en barco de carga por el río Amazonas a contracorriente, aguas arriba, hasta pisar la tierrita. En el medio no quería señales hasta ese día que el corazón me estaba por explotar y me bajé en Sao Paulo de Olivenca. Subí una calle cuesta arriba y doblé en una cuadra en la que al lado de un especie de hotel de cañas con la bandera de Brasil descolorida había una feria tercermundo en el que vendían ropas y cd´s truchos. Pero la conexión falló y volví al barco pesado con la ropa mojada. Aún habría misterio.
Me tiré en la hamaca y me envolví como una oruga hasta que partimos después de 3 horas de descargas de cajas en la que se veían hasta ventiladores de pie o kilos de latas de conserva. Continuamos el viaje a cámara lenta. A cámara lenta también mi corazón buscaba sosiego pero la lluvia lo hacía hinchar como una muela infectada.
No sé cuánto tiempo pasó. En el medio me dormí una siesta larga y cuando me desperté era casi de noche. Quedaban menos tripulantes. Muchos ya se habían bajado. Me puse los auriculares y le di play a la canción Creo de Fito Paez.
“Creo que morir es una sensación, creo que vivir
Podría serlo pero ahora es algo mucho más real
Creo que salí a ver un poco el sol, creo que te ví

Yo cantaba y lloraba mientras caían las últimas gotas de ese aguacero de selva. En mi imaginación se proyectaba una imagen onírica: era yo soltando una novia pero ahí en el agua, en medio del agua chocolate. Era una novia pero un mandato reflejo de otra época, lo dejaba caer mientras renunciaba, renunciaba para siempre de una forma de estar en la vida. Ya no, me dije. Ya no. Después, se hizo de noche en un santiamén y la luna asomó redonda y gigante por encima del barco. Yo me fui a la cúpula a acostarme sobre la chapa y panza arriba. Escribí un poema que llegó apenas prendí la linterna como aquel verano en Quequén con el viejo Molina. Las palabras vinieron como fogonazos. Epifánicas. De pronto el cielo parpadeó una mandala de colores, fuegos artificiales, era el próximo puerto el que festejaba nuestra llegada que anticipa la navidad inminente, y mi corazón también hizo suyo el festejo porque en la noche estrellada encontró la salida del laberinto.


M.K

Comentarios

Juani ha dicho que…
Groso Mato! Quiero leer ese poema! Y saber como encontrast luz en esos temas que no se alumbran con linternas.
Juani

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