Quito boliche

El boliche es un submundo perdido detrás de una cortina de humo de cigarrillo barato. A veces la densidad de la atmósfera se percibe como cuando va a venir la lluvia. La televisión está prendida, es una voz más, y las cabezas tienen torticolis de inclinar los cuellos hacia el tubo que transmite la quiniela o el fútbol. Timba y pelota. Si no sos parroquiano, hay que animarse a entrar, juntar coraje como quien junta sed, abrir la puerta y volverse el centro de las miradas.

El que te reconoce se anticipa y te pega un grito desde lejos en un especie de sapucay del campo. Algunos otros te escanean. Te cuentan las costillas desde sus ojos rojos mientras tintinean los vasos de vino o de cerveza.

Con mi amigo entramos despacio. No apuramos el tranco. Tenemos la velocidad del caracol porque animarse a entrar a un boliche cuando sos visitante es desparramar los átomos de la rutina y la velocidad parece siempre una amenaza en lo que transcurre ahí dentro que es una estación del tiempo o una suerte de paraíso oxidado del parroquiano. Del lugar que se hace habitué a pura fuerza de costumbre y prevalecen los hombres en una fórmula de antaño gastada como la propia madera de la barra en donde subyace la melancolía ¿en el fondo hay tristeza? ¿en el fondo hay soledad? yo creo que sí me dice el Olla en esta tardecita de invierno que caemos de paracaidistas junto a mi amigo forastero en el pueblo y atravesamos el pasillo sin levantar tanto la perdiz aunque resulte imposible. El olla nos ataja. Es un pescador en la barra a esta altura que pesca lo novedoso ahí dentro. Que oficia de médium entre lo que es nuevo y lo clásico. Cada tanto explica o traduce quiénes somos nosotros. Baja el nervio de la curiosidad para volvernos familiares. Fabrica una conversación que siempre arranca con el ¿cuándo llegaste? y después de un par de envidos de la charla llega al meollo de la cuestión, se deriva fortuitamente a los momentos de hueso en una conversa.

- Amo los boliches y son más allá de la multitud, un lugar donde habita la soledad- dice con su voz gruesa mientras enarca las cejas de un cronista que observa. Tiene oficio de cantor y creo que este tipo de tugurios son de su preferencia. Tal vez imaginó mil canciones que no escribió pero la imaginación es un tren que le funciona. Hay algo que pasa ahí sobre todo con las historias aunque tengan el peligro de la repetición también el loop se vuelve un especie de mantra que recuerda que somos de historia. Una genealogía de relatos que transmutan y se transmiten de forma oral. Hay una añoranza que tiembla como el pulso de este parroquiano que le dicen Quito y jura que nunca conoció la Capital de Ecuador pero le encantaría ir y después alguien de atrás lo empuja:

-Contale por qué te dicen Quito

Mi amigo se frota las manos. Sé que en el fondo está en REC, que le gustan estás cosas y por eso vinimos. Es el justo momento en que el bloque de hielo de la desconfianza se rompe en un santiamén y parece que las historias asomaran por un dique sin contención donde las voces se van sumando a un relato coral que sucede en los pocos metros cuadrados que separan al cantinero con el otro lado de la barra. Es un ágora pero de club.

- Yo fui a Quito en el año 73- dice Quito mientras la voz se le resbala como un piso recién encerado- nah mentira, te estoy mintiendo...

- Dale, no le digas macanas a los pibes- dice Beto desde el mostrador que siempre tiene un delantal celeste como un tordo aunque sea cantinero.

- Porque una vez me preguntaron dónde quería ir cuando sea grande y yo dije: "Quito" y se me cagaron todos de risa ¿de qué se ríen? les decía yo.

- Claro ¿por qué se te van a reír, Quito?- acoté yo en su defensa

- No saben ni dónde queda, manga de ignorantes. Siguen sin saber- dice y de atrás estallan unas carcajadas con algún comentario que no se entiende y él retoma- era una figurita que tenía mi hermano más grande en la que se veían unas montañas.

- ¿Te gustaba el lugar de la foto?

- Sí nos gustaba a los dos.  Mi hermano ya falleció hace muchos años. Pero yo siempre digo: alguna vez voy a ir a Quito en colectivo porque al avión ni en pedo me le animo. Acá todos se me cagan de risa. Ya me van a ver manga de mugrientos. Ya me van a ver. Ellos de envidia- dice Quito mientras le pide a Beto que le fíe una cerveza y nosotros le decimos que no, que se la invitamos.

- ¿En serio?- nos dice mientras le brillan los ojos que están más alcancía

- Pero más vale- le digo mientras le hago señas a Beto y le pedimos un refuerzo de vermú también para nuestros vasos que están vacíos. De fondo suena el plack de las bolas de pool cuando la blanca impacta contra el triángulo- además te voy a contar que yo conozco Quito. Hasta tengo unas fotos y todo- le digo

- Nuuuu, no me digas- dice Quito y se envalentona- ven, para ustedes, no entienden nada, ven que existe, el muchacho fue, no como ustedes que ni se fueron del pueblo. Ven...- amaga a putearlos pero se le atranca la palabra.

- Callate Quito, te está mintiendo- le dice uno que está con el control remoto en la mano mirando en diagonal el televisor.

- Naaaa si, ¿cierto mijo? a ver la foto mostrame- me pide Quito insistente mientras busco en el celular una imagen que le compruebe y doy con la postal: yo a pie por una callecita empedrada angosta en la que atrás hay un cartel que dice "canelazo" y más atrás una bandera de Ecuador en una tarde gris plomiza en la que llueve.

De pronto se vienen varios y el celular circula entre mano y mano. Algunos se ponen unos anteojos como el viejo Rámirez porque dice que no ve nada sin los anteojos. "Que lo parió", comenta alguno. "Debe ser lindo, che", dice otro y de repente todos estamos viajando por Quito y él mismo se siente orgulloso, infla el pecho porque por fin le dieron la razón: su apodo también es un lugar que existe.

- Che, pero habrá un lugar como este club, porque para mí si no hay un lugar como este club... no sé me va a faltar algo- dice con los dos codos sobre la barra.

- Alguien que te fíe- acota Beto y detrás estallan las risas.

- Claaaa, ¿quién me va a fiar en Quito? Acá soy Quito, allá, andá a saber.

M.K 

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