Música "de la Ostia", crónica


Crónica urbana, El after en la noche, La Plata
Escribe Emmanuel Burgueño.



"Para entendidos", debería figurar en alguna parte de la entrada: la música techno suena como un eterno tamborileo en el que las máquinas hablan al ritmo de un compás extenso y repetitivo, repleto de acentos y silencios. El lugar, iluminado por unos tenues faroles y unas danzarinas luces camaleónicas, está prácticamente vacío con la excepción de cuatro o cinco jóvenes que en el rincón más oscuro (al lado de las persianas que dan calle y nunca se abren) se mueven de manera fantasmagórica agitando las manos y moviendo sus cabezas. Son las tres de la mañana, y "de la Ostia", el único bar en la ciudad de La Plata que pasa música electrónica toda la noche, parece amnésica de gente; pero claro: falta el cartel que diga: "para entendidos"…
- Es demasiado temprano; esto recién empieza a "ponerse" a partir de las cuatro y media.
Adriana habla con la elocuencia y la autoridad que le dan sus cincos años como una de las barwomen del lugar. De pelo castaño, cejas prominentes y más de cuatros décadas vividas, apenas se la divisa por encima de la barra triangular. "Esto se está convirtiendo en un afterhouse, que no es la idea con la que nació el bar; los viernes estamos cerrando a las ocho y los sábados a las nueve. Acá mucha competencia no tenemos, salvo algunos boliches que tienen pistas de música electrónica, así que la "movida" se va retrasando y son las ocho de la mañana y tenés gente haciendo cola para entrar".
Sus palabras, que ahora se escuchan claras, se irán difuminando con el correr de la noche en el "in crescendo" musical del DJ residente Luís Zerillo, un verdadero referente en la ciudad, quien apunta a un concepto más intimista de la pista de baile, aunque sin dejar de lado el carácter hipnótico del groove, fusionando el house, el tech, el minimal y el techno, con el breaks, un estilo muy rítmico y expansivo derivado del funk. Su efecto es inmediato y domina los cuerpos dóciles que se dejan llevar por ese "no se que", que les genera la incesante necesidad de moverse y seguir escuchando.

"De puta madre"

Alto, de pelo entrecano y una simpatía extrema, Marcelo abre la puerta y saluda a diestra y siniestra. "Debo ser el único dueño que le abre a sus clientes. Llegan las tres de la mañana y me planto acá hasta que termina la noche; controlo todo y si alguno se excede se le devuelve la plata y se va a su casa". Esta rutina, llevada a cabo desde que se inauguró el lugar hace ya cinco años, se ha vuelto cada vez más excesiva debiendo hacer uso del derecho de admisión "corriendo" a los travestis del bar por considerar que molestaban la estética del sitio.
-Yo soy muy respetuoso con las inclinaciones de cada uno, pero si venís y me hacés "bardo" en mi trabajo te tengo que echar. Es así: simple, ahora todo está más controlado y la gente se siente más segura.
Marcelo se pone serio unos minutos, pero bastará con que alguien lo salude para esbozar la sonrisa de ocasión y olvidarse de ese "todo" al que había hecho alusión unos segundos antes. Enseguida, vuelve animoso: cambia de tema y cuenta que el lugar se llama "de la Ostia" porque él quería hacer un bar que fuera de "puta madre". Larga una carcajada estruendosa y cuenta orgulloso que unas 1200 personas visitan el lugar cada fin de semana.
Ubicado en el corazón de la ciudad platense, de la Ostia no se caracteriza por tener una fachada que invite a conocerla; se presenta como una casa vieja y alta, debiendo entrar la gente por un estrecho zaguán. Una vez dentro, la austeridad de las escasas mesas dejan al descubierto la pista de baile, recinto sagrado para los habitué del lugar, que hacen del baile su rito. Cada cual atiende su juego, el individualismo se expresa en una total enajenación en la cual la música es uno de los componentes necesarios para lograr ese estado. En las paredes, una ecléctica colección de pinturas de distintos expositores observan sin ser miradas.

Un lugar alternativo

La música electrónica se caracteriza por una noción de creatividad colectiva en el que la innovación, la mezcla y el uso van de la mano, buscando en las texturas conocidas nuevos ritmos y composiciones. Cómo bien lo define Ariel Kyrou, en su libro Techno Rebelde: "El verdadero Dj no es una estrella, sino un chamán. Los espectadores no forman un "público" convencional: son danzantes. El impacto sonoro no basta; debe alimentarse constantemente de ruidos; concretos, recomponiendo la ruptura entre vida y arte. El techno supone también la hipnosis; de ahí la repetición y sus lentas evoluciones de detalles". De la Ostia, surgió con esta impronta, como un sitio underground, para que los platenses fueran parte de esta movida que desde mediados de la década de los noventa llegó a la Argentina para quedarse.
-Esto nació como algo alternativo-dice Marcelo-, igual viene todo el mundo, y se va diversificando un poco el ambiente; no es la misma la gente que viene el jueves, que la del viernes o el sábado. Lo viernes es más alternativo; los sábados es más "careta" y vienen más mujeres que hombres, porque saben que acá es todo muy tranquilo y nadie las va a molestar.
La pista es un manantial efervescente del que emergen flashes de cuerpos que flotan en el aire y manos eléctricas atrapando el ritmo que se mete en sus cuerpos convulsionados. Los veinteañeros son los dueños de la escena; pero los hay mayores, la edad no es un impedimento, sólo hace falta comunicarse con los sonidos que salen de las máquinas.
La música continúa en aumento y pareciera no querer detenerse nunca la vorágine se apodera de los sentidos y la velocidad se torna amiga de sensaciones ocultas en algún lugar recóndito de miles cabezas que juegan a que las barreras no existen que las pausas deben ser borradas y la normalidad más absoluta se define por un todo uniforme y distintivo a la vez en el que las estructuras son abolidas y la anarquía se hace dueña de la noche.
Por lo menos por un rato, hasta que se apague la música.


Por Emmanuel Burgueño

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