Sólo sé que empieza de vuelta


Relato y ficción 

Hay solamente dos maneras de mirar la vida.
Una, como si nada es milagroso, la otra, 
como si todo fuese milagroso
Albert Einstein

Sólo sé que ella no quería verme muerto. Un calambre en el pecho le advertía de algo como el silbido de una serpiente. Ahí estaba: en bata, en su sillón de cuerina, pucho en la mano derecha y los ojos inyectados de sangre.
Ahí estaba: en cuatro paredes pálidas y la noche boca arriba.

Sólo sé que ganó el silencio. Que terminó el minuto adicional y la cancha entera se fue quedando sordomuda. Los barrenderos se fueron, el sereno se escapó, los hinchas quedaron atragantándose la angustia en algún bodegón al paso y yo tuve por primera vez la necesidad de dormir en la calle. Sí, tirar unas cobijas en las baldozas y dormirme.
Pero el insomnio es el precio de las angustias existenciales.
Creo que caminé un día entero. Frío en la nariz y en los pies, las manos en los bolsillos de la campera y la mirada de un preso a punto de fugarse. Miraba autos hasta que se perdían de vista, un colectivo que iba para el Conurbano profundo, parejas en restauran-las que charlan con ademanes y risas o las que estudian con minucia la carta- un hombre de bigote  solo tomando café pegado a un vidrio empañado, un vagabundo dormido en un colchón en el felpudo de una casa y yo con tranco de mula en la montaña: la tozudez del ir hacia adelante sin mapas y con la certeza de que solamente el hambre hace clavar los frenos al borde del camino.

Ella tenía ganas de acogotar el aire: putearlo de pies a cabeza y preguntarle porqué. Agarraba el teléfono, marcaba y el tú tú se le metía en las tripas. Apretaba las muelas, resoplaba y volvía a marcar.  
Nada. Nadie del otro lado. O esa angustia que sólo busca un nombre y apellido que no está, que parece estar en otro planeta o sumido en un viaje lejanísimo. Pero que no es ese ahí ni ese ahora.
Después de media hora se acostó. Le dolía la sien como si la hubiesen pinchado con alfileres. Miraba la sombra del velador en la pared del cuarto. Cerraba los ojos con fuerza y oía gritos: ella empapada bajo un chaparrón. Ella puteándome y puteándose. Ella envejeciéndose de ira con los ojos inyectados de sangre y el pelo de tiza. Y ella en posición fetal hasta quedarse dormida.

Nieve y una llanura blanca espesa que no se corta con tijeras porque necesita una hoja con el filo del hacha. No la tengo y me propongo encarar en la nube de tinieblas puras. Penetrar como un alfil dentro de esa densidad que parece otro tiempo y otra galaxia.
Altura, 4000 metros sobre el nivel del mar, hace un frío que convirtió los pies en dos yunques de hielo. El vértigo empieza a brincar como caballo asustado. Bellaquear dicen los más vaqueanos. Sí, bellaquea paisano. El animal que se dispara y el precipicio que se empieza a desbarrancar. Se desgrana de a poco. Un cascote de hielo al abismo,  otro y otro. Recular mientras el corazón es una yarará sacando la lengua del instinto: “tranquila, tranquilla, tranquila” le digo y me le prendo del cogote atajándoselo. El tiempo se detuvo. No sé cuánto fue, pero hubo nada. Suspensión. Una línea imaginaria que dejó una cápsula, un tunel, un vacío. En eso levanto la vista y detrás de las cortinas de nieve un Gendarme avanzaba con su caballo a paso firme.
-¿Qué hago acá?- grité desesperado.
-  Talonealo fuerte en las verijas y sóltale la rienda que el animal busca solo- gritó de una el gendarme de allá a lo lejos y su voz ronca llegó con eco marcial.  

Hice eso. Pateé, solté y saltamos juntos mientras el tiempo quedó en un bache abismal. El burro cae con los dos pies en la nieve y yo en contrapeso en favor del equilibrio. El animal clava dos hierros en tierra blanca y zafamos pensé, “zafamos burro viejo” le dije y él relinchó con alivio. 

-“Viva la patria”- gritó el gendarme que venía a mis espaldas, 
- Viva la patria carajo”, grité yo y el miedo se derritió con la nieve.

Mientras le soltaba la mano sonaba una canción. Era un arpegio suave de guitarras como arpas narrando una despedida abajo del agua. Subterránea.
Ellos bamboleándose en el mar en un barquito de papel adentro de una botella. El mar azul eléctrico pasaba olas como hojas de historia. Una, otra, y otra. Corcoveo sutil con la luna de farol. El viento empezaba a deshilachar el papel. Se partía en dos y se convertía en arena.
Ella se hundía aferrada a la proa, no podiéndose soltar nunca de las barandas, directa al fondo del mar como una plomada. Hablaba, algo decía, pero las palabras se oían guturales detrás del agua. Y la conexión se perdió mientras él abrió los ojos y estaba en un colchón de plumas:
- “ No puedes evitar que el pájaro de la tristeza vuele sobre tu cabeza, pero sí puedes evitar que anide en tu cabellera”, dijo el proverbio chino escrito en el techo.

- Bueno, hoy elijo ser pájaro.Sí, Just like starting over dijo John Lennon: Todo puede empezar de nuevo.  
- Sí, todo- dijo una voz que no era la mía.
-sí, claro, todo- dijo mi voz y se prendió la música.

 Matías Kraber




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