Un dial


Sí, al final estabas en un asiento. En uno de esos colectivos de choferes renegados que se cansan de pisar el mismo asfalto y en apariencia estos coches o éstos trances tienen más de previsibilidad que de sorpresa. Pero no, ahí estaba la sorpresa: siempre tan camuflada de común o de todos los días. A veces me parece que el tiempo real es el de los latidos. Latidos con otro golpe, latidos como bombos legueros que trazan mojones etéreos por dónde los clicks son bisagras para siempre. Verdades que se hamacan entre el pecho y los intestinos.

Creo que éstas palabras las tendría que haber escrito ese día, pienso. Me reprocho. Ese otro yo con varios años menos, algunos brotes de acné que aún estaban en mis cachetes, pero después me digo que no, qué cómo hubiese podido si era un sueñero de cabotaje y los 50 kilómetros en autopista eran sólo 50 kilómetros por autopista. Luces que encandilaban para otras latitudes donde los pies estaban más sobre un mar de cemento y algunos cristales rotos. 

Ahora hay una danza y es una danza o un remolino que frotó una lámpara no tanto para que aparezcamos sino para que dejemos de ser ciegos. La ceguera cultural, quizá la peor ceguera porque nos hace distorsionar la belleza. ¿ Qué es la belleza? preguntaste vos con unos ojos de agua mineral que se sostuvieron en el aire como flechas celestes y yo que no respondí porque fue mejor el silencio atragantado de mirarte y soltarme. No sé que es la belleza, tal vez sólo una palabra, aunque después dije "es esto que pasa" que lo empaño si lo explico, es éste nado entre mis ojos y los tuyos que juran estar desnudos. Ahora y libres encontrándose en un gracias a la vida.
Matías Kraber 

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