Calesita Buenos Aires


Creo que me escapé de Buenos Aires. En realidad no se trata de escapar, sino de probar y definir por pura praxis. Aunque la sensación sea irse como vomitado por las luces. Un insecto que se muda eyectado tras un estornudo furioso que lo escupe por un río que conduce a la cascada. Primero el fango y después el cristal del agua mineral. 
Después de haber probado el mar tibio, otros climas, nuevas faunas y más historias el camino guiña el ojo a más camino. Y el que probó se jode porque tiene esa sed que no se calma ni con la mejor limonada de soda y limón. Es la sed, esa que el agua no cura. 
Así que un día me fui, apuré el tranco, definí que mi vida pasaría por otros rieles. Ojo, lo intenté. Estuve. Pisé sus calles, me metí en sus callejones, en sus mesas chicas, así como en sus barrios primer mundo. Arrabal, hotel 5 estrellas, Francia y España, el Congreso,  comida peruana y Palacio Barolo,música electrónica, Caballito y Hollywood o el suburbio de las estaciones. Creo que fui un pez transversal que se sintió hasta con patas de rana alguna tarde húmeda y pegajosa por las líneas del subte B o C y D. Silbando a Luca para sentirme más cerca de sus crónicas callejeras y poder ver a José Luis y su novia o sentir el hedor de los tomates podridos...
Mañana de sol, bajo por el ascensor, calle con árboles, chica pasa con temor...
Encuentro con amigos de viajes u otros tiempos o alguna chica que me espera los 30 minutos del subterráneo por esa cerveza morosa, un porro con caminata y un poco de tango para después hacer el amor en un barrio más bohemio que tiene la cancha de Atlanta a un par de cuadras o el azulynegro de Almagro. O parque Lezama y enfrente el bar británico donde Martin es una sombra sentada pegado al ventanal que da a calle Defensa y a dos cuadras lo veo venir, tranquilo, a Raúl Carnota con su pelo atado a lo samurái santelmeano y sus sandalias franciscanas.  
Digo que soy como un pez que yiró por tantas aguas. De una cortada de San Telmo, Constitución, Monserrate o La Boca a un café de recoleta. De un ventanal de calle juncal que daba a una piscina donde los inquilinos parecen neoyorquinos, o en el ascensor me cruzaba con Rolo Puente y nos atragantaba el silencio de no acotar ni sobre el estado del clima. Un silencio porteño sin fuga. Silencio que duraba hasta llegar a una parrilla que despacha vacíos como encomiendas en el cruce de Pasco y Moreno donde sí quisiera aterrizar o desembocar cuando la ciudad me ajena o aliena de tanto no se qué que se vuelve pesado. Algo denso como la cara de este vagabundo que duerme adentro de un cajero automático, un pibe de unos 8 envuelto con una frazada en el cemento de la entrada a Retiro. Balbucea de frío y habla al aire como en un mareo de humo. 
Son acobachados invisibles mientras al mismo tiempo tantos señores de frac y mujeres con rímel hablan de cambiar al mundo en los after office, brindan con vino y juran alianzas efímeras, se regodean del poder que les hincha el ombligo. "Mañana seremos", mientras el hoy se vuelve la prostitución de una esquina así de carne viva con ella por ejemplo que es Naty, y es trans peruana. 
- Que como vivo yo?, y como voy a vivir? La vida de una puta me dice después que encendimos un cigarro en una esquina inadvertida.
En esta puta ciudad, Matan a pobres corazones. Matan a pobres corazones...
Fito estaba enojado cuando cantó así. Pero la furia se siente. Péndula. Desfila gratis. Y ni siquiera es tan fría, sólo que ahora en invierno y las casi 3 de la mañana te penetran como agujas mientras la opulencia sigue ahí tan nítida para los sociólogos o los curiosos con sensibilidad. 
Me patino con sus baldosas mientras huele a paco el pasadizo tenebroso del Parque San Martín camino a los colectivos que llevan a todo el país e incluso a Bogotá en 7 días o a Rosario en 4 y 20 veces por día.
La noche está brumosa como se dice de Londres. Los gatos revuelven basura en un container, adentro de la pizzería casi Retiro el mozo mira una película de i sat solo en la barra. Por ahí nomás Tanguito y Nebbia compusieron La Balsa en un baño de La Perla,  ahora al otro extremo está el Sheraton y para fabricar un contraste algún empresario estará emulando a Pompillo con la Cirio.
No llego más a retiro, sin embargo "hay pocas señales de vida, pero las hay, el mundo de la madrugada es otro concepto" pienso. Los puestos de diarios cerrados y los que sería un playón de vendedores de triples y zapatillas electrónicas o chipás gomosos es una pista de patín tercermundista. Me patino pero prefiero ser Rambert en la rambla. Me imagino haciendo el avión de pascualito a Huracán en el 94 o el Diego después del gol de Palermo frente a Perú. 
El fútbol, otra vez la insulina. Y también está en el Buenos Aires de barrio cuando distingo esos banderines de fútbol de antaño mientras ese club/bar es atendido por un don de gorra o delantal de doctor que me sirve un vermú y mi chica es la más linda de todas sentados en una mesa de la vereda, sonríe con una sonrisa que me lleva a Beijing a tomar un té de la Paz con ella. La escena se va con el té de China y es un mantra también visual.

Carabobo y Eva Perón: siempre en alguna ochava encuentro asidero. El asilo del infinito. El pequeño edén que para los andariegos es el bar de las minutas. Heladera antigua color naranja que expone las pizzas y las empanadas y hasta una lata de durazno para el postre. Dos hombres grandes, Atilio y Hugo son los que se dividen la cancha del resto bar: uno está en la cocina y en el mostrador; el otro entre el mostrador, las mesas y la parrilla. 
Dos amigos pararon a almorzar y toman un blanco etchart mientras charlan sobre sus experiencias con la cerámica. Que esto lleva trabajo, que esto no tanto. 
-Fuiste al gauchito gil?- pregunta uno y cambia de de frente la charla. 
- No, no he ido pero me encantaría- dice el otro 
-Es un lindo lugar, si podes ir, anda. Te lo recomiendo
Y terminan el blanco, y amagan a irse pero en realidad hacen tiempo para quedarse otro ratito mientras otra charla llega como el rulo. Sí, el rulo, otro amigo.  
Afuera, en una mesa están tres japoneses charlando en argentino y en frente hay una clínica dental que tiene el cifrado nipón y pienso que el barrio de Flores debe estar lleno de orientales porque sino se esmerarían en traducir más. Además hace un rato entré a una ferretería y el que me atendió un japonés argento que se puso contento porque una señora lo trato de joven. "Hoy voy a brindar por eso", me dijo mientras me vendió un par de cintas aisladoras a pocos pesos. En frente un tano de apellido Mazzeo está concentrado en zurcir un pantalón con hilo y aguja en una sastrería que parece el local más viejo del barrio. Le miro la paciencia y él ahí concentrado en lo suyo. Lleva más de 70 años de sastre. 
Él no tiene nada que ver con la calle 9 de Julio, pienso. Ni con la calle Libertad, Cerrito, Santa Fe o Scalabrini Ortiz y Presidente Alvear.  
Me voy de Flores y vuelve el fueye del rock con gangrena tanguera: un viejo, el loco calesita con su harapo de cartón, amasa una pelota en la esquina de Perito Moreno e Hiriart. Un minuto, dos, tres: la bocha no se cae mientras el semáforo cortó y siguió 10 veces. El loco sigue, el loco demuestra que el tiempo se parece a su apodo: es simple y da vueltas como una calesita sin que nos demos cuenta. 

MK

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