Quema uña botija

Es Ciudad Vieja en Montevideo y en la escalera de un conventillo suenan cuatro guitarras orientales. O mejor dicho: tres violas y un guitarrón. Una voz canyengue frasea los pormenores del sensei, algo así como el reverso del tango porteño que tan acostumbrados nos tenía a la dama de blanco bien de cayetano entre los poetas del estaño. 
Lunfardo yorugua, idioma del Río de La Plata que funde y confunde fronteras mientras se oye el repiqueteo del gotan que suena a milonga urbana y trae un poco la mística de Edmundo Rivero, más que de un Alfredo Zitarrosa o Miguel el Sabalero.
No hay borrachos con flores, mas sí hay gurices en ronda que esperan a que el troesma lo pique con la mano diestra, lo enrolle en una seda con goma y tras pegarlo con los labios y darle mecha, lo haga girar hasta el final. “Va a tener que ser a quema uña porque acá achique no hay”, cantan arrabaleros los Ricacosa mientras inflan el pecho uruguayo por otra vanguardia asumida: el faso libre para cada botija oriental.


M.K




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