El frío según los pingüinos

Jamás me gustó el invierno. Nunca le encontré demasiado sentido a esas mañanas gélidas en las que salir de la cama es un servicio militar obligatorio. No. Tampoco a cerrar la llave de agua caliente cuando estamos a gusto bajo la lluvia cantando una ópera. No. Sin embargo, ciertos domingos, o el gesto heroico de meterse adentro de la catrera y con la mano izquierda dejarnos tapar por esa ola de frazadas, es hermoso. Son ápices geniales del invierno. Nuestra posibilidad de contragolpearlo de visitante.

Mi viejo, en cambio, era un tipo del invierno. Lo disfrutaba. Lo esperaba para combatirlo con una buseca poderosa que se convertía en otra pócima de felicidad. O lo aguardaba con el bote enganchado a la chata, para partir de madrugada a lagunas escarchadas de la Provincia de Bs. As a pescar pejerreyes con sus amigos, sentados en el bote mientras apenas balbuceaba la radio AM para no espantar a los peces.
Yo creo que el invierno es una novela rusa. Es el hombre frente a la guerra más hostil contra la naturaleza: un jinete de las tempestades de nieve que se desploma desde el cielo como un gran cielo raso blanco. Pero al mismo tiempo la patria es un invierno, un invierno largo y doloroso. Es el tango de preguntarse por qué debemos resistir tanto frío o ¿Por qué el invierno es la ventaja de los poderosos?
El invierno es un cardo de espinas que se incrustan en las articulaciones mientras caminamos con los pies como yunques. Es el peso, el insoportable peso de las cosas mientras hace frío como mis mañanas interminables en Los Andes a lomo de mula.
A veces pensaba que estaba en Marte, mientras estaba en medio de la Cordillera, pero era un Marte glacial más que rojo. Una pantalla blanca infinita y yo echando aire congelado por la boca. Nada más.
Sin embargo, con el tiempo entendí que el invierno también es la revancha de la voluntad. Es una lección marcial, la posibilidad de prenderle un fuego, de entrenar el arte de la supervivencia como el ritual de los pingüinos que se acurrucan en grupo para mantener el calor de su tribu sin que los mate el frío. Creo que al menos, este invierno, me está enseñando eso: aprender a comportarnos en grupo, a fundar colectivos que se agrupen como los pingüinos para sacar una flor de loto en el más musgo de los inviernos. 

M.K

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