Marty Mc Fly y yo



La imagen me representa. Sí, me zarpé. Me fui a la mierda. Me cebé y estoy fuera de contexto , ¿Para qué me invitan?, "Bueno, che, me dejé llevar". Marty Mc Fly es como un padre nuestro. Pero no el “que estás en los cielos”. De hecho su alter ego, Michael Fox, sigue vivo con su cara de niño eterno pero resguardado de la gran chimenea cultural yankee por su mal de parkinson desde el ingreso al nuevo milenio.  Fue en 1991 cuando le diagnosticaron la enfermedad, sin embargo la reconoció 9 años más tarde cuando los síntomas fueron más notorios.  La puerta no ficción del tiempo en Fox fue casi un paralelo del astronauta Neil Amstrong. Después del futuro, el silencio.

Pero Marty es el símbolo de un enlace de generaciones. Un médium en patineta que vino del tren a los videojuegos.  De la X a la millenial.  Fue el irreverente de guitarra eléctrica que le sopló el beat al primo de Chuck Berry para acercarle la chispa del rock and roll por teléfono al autor negro de la canción de Los Simpsons.

Yo era un pibe de 7 años cuando vi Back to the future y cacé lo no dicho: la abstracción del film de Spielberg, ese misterio lúdico en el que te mece la película. Después, mi padrino Carlos me trajo de regalo una camisa desde Minessotta, USA, y sentí que era una señal del futuro. Una camisa bordó con autos y estrellas de miniatura en tonos azules y verdes. Toda una explosión de colores en una tela suave.

Mi padrino Carlos es del sur. Paredón y después sur. Primero José Mármol, el partido de Almirante Brown al igual que mi viejo. Sin embargo, mi padrino, cansado del vértigo del conurbano mientras se dedicaba a ser mayorista de repuestos electrónicos, juntó sus petates y se fue con mi madrina Betty de Longchamps, al Alto Valle de Río Negro, en la puerta de la Patagonia.  En un Renault 12 break por Ruta 3 inventó su máquina del tiempo que va al sur, casi análogo al personaje de Borges: “Dahlmann pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al Sur”.

El parecido de mi padrino con el Doc es otra cifra de la historia. El pelo blanco, los ojos negros saltones al hablar y los pliegues como ríos en la frente cuando frunce el ceño. Tras el parecido, llegó de su viaje de Minessota a mi casa de General Alvear con una prenda del futuro absoluto.

La miré un rato cuando la saqué del nylon: brillaba como un arco iris después de la tormenta. “La voy a estrenar”, sentencié y me la puse frente al espejo.
- ¿A ver?, te queda hermosa, hijo- me dijo mi vieja y completó la frase con el besuqueo de madre del que los hijos nos escurrimos a la cuenta de diez.

Eran las 10.45 de un sábado de 1993 y yo agarré mi Aurorita  –“La Charly”- color verde óxido, una radiografía de fémur de mi abuela y la pegué con cinta por encima del manubrio tipo chopera de La Charly. Con dos dedos hice que marcaba una fecha: 18/04/2000, un viaje en el tiempo a 8 años más tarde en el que tendría edad de cumpleaños de 15 y camisa blanca manchada con vino. Caí en la radio. Un estudio de paredes revestidas de mapple de huevos, una consola con 100 botones rojos y azules y un teléfono que suena: “Hola, me dedicas un tema, para Romi y las chicas. Estamos en la pileta”.
 

La radio y la red social.  Internet estaba en cuatro casas y en la Municipalidad en el pueblo. No mucho más. En el medio era invocar a un cristo tecnológico: apretar un boton de “send” y que comience un ruido de cables pinchados por alfileres en el teléfono. Sondas electromagnéticas que se propagan por el ambiente hasta instalar la sordera.  De repente, como si invocáramos a un espíritu en la copa, llegaba la Interné. El futuro y de nuevo Marty.

Pero volví a la camisa bordó de mi padrino y la Charly con la radiografía.
Tenía 8 años y yo que venía de la estratosfera me tocaba actuar en una obra de teatro alusiva a la Fiesta de la Tradición. Dejé La Charly en el bicicletero amarillo debajo de los naranjos y entré con mi camisa debajo del guardapolvo. Se filtraba un color poderoso por el pecho del uniforme. Yo, feliz e inmune con mi manga corta de Minnesotta.

-         Matías, ¿Vas a actuar con esa camisa?- me instigó María José, la maestra de 3ero, apenas me vio en el preensayo del salón de actos.
-         Sí, Señora, es la última adquisición. Viene del Futuro, de Minnessotta.
-         Pero, la tradición es nuestro país, la Argentina.
-         Si señora, pero acá tengo mi bombacha de campo y alpargatas. Son made in Argentina. La camisa es la mejor que tengo.
-         Bueno, bueno- dijo María José y resopló de resignación.

Salgo a escena con la camisa, una bombacha de campo color verde claro, boina, faja pampa y un bigote pintado con corcho. Mientras Javito hace de Fierro: prende un fuego, recita unos versos y alaba el fogón como el paraíso del paisano en el que se borran las jerarquías. Ulula el fuego imaginario. Lo miro y pienso en la máquina del tiempo, siento que la invocamos como a Internet mientras las décimas que recitan mis compañeros hablan de fortines, de gauchos y de hermanos. Me toca mi turno, estoy en la estratosfera, me toca payar.

-Ya fue, yo voy a decir que vengo del futuro, que mi padrino es el Doc y yo soy Marty Mac Fly- pienso en voz baja convencido y me respondo- ¿Si no me creen, qué les digo? Que allá afuera tengo a la Charly estacionada, debajo de los naranjos.

Por Matías Kraber


 


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