La casa del olvido


La piedra fría, seca y casi pulida como el corazón dedálico, se levanta enorme, eterna, ineludible ante los ojos de su preso y visitantes. Los caminos que serpentean mientras maravillan y trampean a quien los recorre impávido ante tal majestuosidad portadora del terror y la decepción. El silencio que esgrimen se transforma en muro, y al unísono los bramidos como el de un viento que sopla entre los árboles, escapa de entre la cárcel de paredes de roca con techo de aire y estrellas.
Y quien lo camina, arrastra sus pies desnudos contra el piso de tierra y verde césped, dejando la piel a cada paso, a cada intento de encontrar estérilmente la salida que lo transporte al olvido y a la vida al mismo tiempo. Cosa inútil, nadie sale pero muchos entran.
Y los caminos siguen impunes el destino de la nada, o lo que es peor el destino de otro camino más inútil aún. Chocan con muros; invitan al deseo de la libertad; muestran la oscuridad, pero nunca la luz como al final de un túnel. Tan solo están ahí, tan retorcidos como la vida, tan duros como la muerte y tan eternos como el tiempo.
Pequeños espejos de agua formados por miles de gotas de lluvia también están ahí quietos, inmutables como las piedras, pero no son obstáculos, son bebida, baño y recreo. Tampoco tienen vida pero con ellos se puede vivir. Junto a ellos, el día y la noche se juntan y se hacen uno, y los días son más cortos y las noches más tibias. No tienen peces, ni correntada, pero son bellísimos; no hay barcas que los surquen, pero son bellísimos; no se juntan con el cielo en el horizonte, pero son bellísimos. Tan solo tienen barro, pastos y agua.
No hay árboles ni animales en este laberinto, solo algunos pájaros que cansados de tanto coquetear con el viento deciden posar por un rato sus patas en la piedra inmensa. Tienen suerte, son los únicos seres que se pueden acercar al laberinto y dejarlo a su antojo, no saben lo que es y por eso lo recorren con la indeferencia del que desconoce. Los dueños involuntarios del laberinto-cárcel, miran como juegan entre las murallas y quieren también ser pájaros.
El aire del laberinto es como cualquier otro, la luz es un poco más tenue, aunque arriba el sol brille sereno y lo ilumine todo. También la misma luna de todos deja descansar su luz blanca contra las lisas rocas que son pared, pero desde allí adentro todo se ve distinto, nadie se reconoce dueño de los astros y nadie los disfruta como se merecen.

La última charla

La noche caía lenta y pesada, los últimos rayos de sol ya no calentaban como hacía un momento. Junto a la ventana de un cuarto oscuro estaba Pasifae, la que había sido reina y ahora era rea; por la única puerta que tenía el cuadrado de piedra entró un hombre. Estaba encapuchado y con una amplia sonrisa en los labios.

- ¡Ya está! Dédalos se ha encargado de terminar la obra que encerrará a tu monstruo para siempre. El tramposo laberinto que será su cárcel.
- Déjalo, no es su culpa. Soy yo quien merece castigo- y un manantial de lágrimas comenzó a surcar las mejillas de la dama.
- Calla traidora... el momento de pensar ya ha pasado, tu decidiste subirte a aquella máquina de bronce. Y el fruto de tu traición es el Minotauro de mis desvelos, el hijo que pariste pero que nunca debió haber nacido.
- El Laberinto será también tu cárcel...
- Ya lo se. Pero yo soy Rey y el monstruo.
- él también será rey de su pequeño reino y eso te atormentará para siempre. Nunca sabrás los que sucede y sólo escucharás los sonidos de la mentira. Ya no habrá risa para tu pueblo y el enemigo te vencerá en tu propia tierra- ya no salían lágrimas del los ojos de quien fue reina, ahora una mirada penetrante quemaba las estrellas.
- Nadie podrá ser más rey que yo- Minos se acercó violentamente a Pasifae y la tomó de un brazo mientras le gritaba en la cara.
- Suelta...- con un brusco movimiento Pasifae se libró de la mano del rey- ya no tienes poder sobre mí. Y pronto no lo tendrás sobre nadie, junto a las barcas que atraviesen el mar vendrá tu tumba.
- No hay tumba fabricada aún para este rey... y no he venido hasta aquí a deliberar sobre mi futuro. Sólo he venido a contarte el precio que pagará tu hijo por culpa de tu traición- Minos se dirigió a la puerta y estaba por salir cuando desde el otro extremo de la habitación sonó por última vez alta y clara la voz de Pasifae.
- ¡Déjalo, déjalo!... te lo ruego, me arrastro hasta tus pies por la libertad de mi hijo. Deja que yo sufra, pero permite que él viva en libertad fuera de tu reino, ya no pido que esté junto a ti en el castillo, ni tu ni nadie tendrán que verlo nunca más, pero no lo lleves lenta y mansamente hacia su inevitable muerte.
- Olvídalo... los dos morirán. Cada cual a su tiempo, y ninguno sabrá cuando llegó el momento del otro. El olvido y la soledad serán sus dos peores castigos.

Y Minos salió, esta vez sin la capucha puesta, ya no necesitaba esconderse. Se fue pensando en que su acción era correcta, le había gustado atormentar a Pasifae, pero sabía que ya no la vería más. Como tampoco vería más al Minotauro, el maldito fruto de la traición de quien fue reina.
Por Luciando Fondado

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