Líneas de una noche circular pueblerina


La noche comienza a inundarse de un color blanco. Se percibe el leve zumbido de las luces de mercurio, el resto es un silencio monótono de pueblo: un pueblo dormido en un día cualquiera del invierno.
Un pueblo con rutinas por doquier, estructuras invisibles que obligan a efectuar un abanico limitado de acciones. Levantarse tarde a esperar el almuerzo, recorrer la siesta con algunos mates y conversaciones fluidas para alivianar el peso de las horas y sumergirse en la noche a esperar que pase la oscuridad mientras algún café promete una velada alentadora en medio de tanto frío y soledad.
Un viento fuerte mueve las ramas despobladas de hojas.Los vidrios de los pocos negocios abiertos están empañados. Algunos autos circulan y le aportan la única música disonante a las calles mudas. Varios móviles de policías patrullan a paso de tortuga, y otros agentes miran a la nada parados en las esquinas mientras esconden la nariz en la ropa para amortiguar la crudeza de la noche.
Son contados los que se atreven a perforar la madrugada, instalados en los bares. Son seguramente, los que no pueden conciliar el sueño, quienes deben ingerir algunos litros de alcohol para quitarle la desazón a la madrugada. Otros se dedican a descansar porque hay que despegar temprano: para reproducir la rutina laboral diaria, la siesta sagrada y otra tarde de trabajo para llegar a la cena y luego echarse a la cama a consumir televisión trivial para desligarse del mundo pensando en nada.
Un hombre casi pelado, sale de uno de los pocos cyber, camina a cámara lenta fumando y sube a un auto azul rumbo a su casa para hospedarse en soledad. Un joven de casi veinte años despide a su novia en una esquina oscura y arranca en bicicleta velozmente. Un sujeto canoso, algo encorvado del sueño y del trabajo duro, cierra sigilosamente la puerta de madera del bar y se sube a una moto vieja que transpira el rocío de los primeros minutos de la hora cero: se calza los guantes y emprende viaje a su casa para recalentarse la cena y compartir algunos minutos con su mujer que lo aguarda tejiendo pegada al hogar a leña.
Otro muchacho juega con el control remoto y busca algunas imágenes que le absorban la atención por minutos mientras el sueño llega sin preámbulos ni alardeos. Está en el sillón con la ventana abierta para no encerrarse más, bosteza con la cara inexpresiva mientras gotea el cenicero con cenizas minúsculas. No encuentra nada…el tiempo se convirtió en plomo y apenas crujen las agujas del reloj; la paciencia se vuelve ingobernable y se difuminan las opciones de quehaceres aliviantes. Ya no encuentra nada, y comienza a subir la escalera para aterrizar en su pieza. Se tira en la cama y queda con los ojos abiertos mirando el techo, empezando a repetir las películas que lo asfixian en la melancólica soledad del pueblo. Ya es tarde, hace frío, muchos están lejos, y él se duerme después de un tiempo que pareció eterno, mientras los grillos cantan incesantemente y perdura el pequeño bullicio de las luces de mercurio.

Por Matías Kraber

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Tu relato me transportó directamente a las calles de mi pueblo...
Me encanta que te hayas propuesto abrir este blog para publicar cosas de nuestros compañeos y tiyas, y de todas las personas que quieran escribir...que como ya sabemos....es lo más!!!!!!
Te felicito..mucha suerte
En cualquier momento te paso alguna creación mía!Beso
Anónimo ha dicho que…
La noche me hace escribir cualquier cosa. Perdón por la R y la U faltantes..

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