Allí donde zumba el viento


Crónica del pueblo rural de San Enrique, perteneciente a 25 de Mayo, que basa su economía en la producción agrícola. Pequeños relatos de personas históricas, que pretenden uniformar la esencia del pueblo que nunca abandonaron ni abandonaran.

El viento remueve la tierra de las calles del pueblo, dormido en una siesta interminable. El galpón de chapa de la ex estación de trenes en medio de metros de verde y un cartel oxidado con letras negras, indican que estamos en San Enrique: una minúscula zona urbana que se extiende en el rincón sureste del partido de 25 de Mayo, en hectáreas de campos arenosos que albergan a 300 habitantes.
San Enrique sobrevive desde hace 97 años lindando con las fronteras de General Alvear, Saladillo y 25 de Mayo; dividido por un mojón que estableció el ferrocarril cuando el pueblo tuvo su bautismo en el mismo año del centenario de la revolución de Mayo, allá por 1910. La división del lugar se materializa en dos asentamientos separados por una vía simbólica, que hoy dibuja un surco en el pastizal, y por títulos antagónicos que siguen empleándose por los pueblerinos: “pueblo viejo” y “pueblo nuevo”.
El distrito veinticinqueño carece de datos cuantitativos y precisos que los conecten directamente con su propia Historia, con su propio cumpleaños. Sólo dispone de un manojo de anécdotas que brindan algunos habitantes memoriosos que residen en el lugar desde su nacimiento. Por lo mismo no existen fiestas públicas donde se desfile por las calles y se pronuncien discursos oficiales en la plaza del pueblo frente a un público clamoroso y expectante.
“Antes del tren todo era campo, y los dueños de éstas tierras de la zona eran la tribu del cacique Rondieau […] una tribu indígena que con el tiempo se fue mezclando con la gente que llegó al pueblo. Yo fui muy amigo del nieto del cacique, se llamaba Porfirio y era un gran hombre”, dice “chicho” Scarponi: un pequeño productor agrícola de 70 años que migró por 1930 a San Enrique desde Saladillo junto con sus padres italianos. “Chicho” habla con serenidad, desde el patio de su casa emplazada al final del denominado “pueblo viejo” que fundó Francesco Franchetti.
La economía de San Enrique está ligada históricamente a la agricultura por disponer de suelos netamente productivos para el cultivo del trigo, maíz, girasol, cebada y soja. La ganadería tiene un peso insignificante en la producción del pueblo, donde no se habla de desocupación por la llegada de la empresa agrícola AGROBOS en 1999 que empleó a una vasta cantidad de habitantes que no tenía trabajo estable.
“Esa empresa alquiló muchos campos de la zona y retuvo a 20 familias, aproximadamente…con todo lo que eso implica para San Enrique” enfatiza Vanina, una maestra jardinera del pueblo, cuya voz se mimetiza con el resto de los habitantes, a la hora de hablar del progreso que generó la llegada de la empresa agrícola.
- ¿Cómo es el estado de los servicios?
- El agua corriente y la luz es buena. Todo el mundo tiene teléfono de línea y el celular se usa mucho en la parte del tanque donde hay señal o en “la esquina” de allí- Vanina habla ligero e indica con la mano en dirección a la entrada del pueblo desde la puerta del almacén-. Con respecto al gas, la cooperativa eléctrica anda en ese tema pero aún no tenemos…nos arreglamos con garrafas.
El almacén está dentro del pueblo nuevo fundado por un tal Palma en los finales de “la década infame” (1930). Claudio nació en San Enrique, en su adolescencia se mudó a 25 de Mayo para completar sus estudios secundarios y luego retornó para hacerse cargo del negocio de su padre. No le molesta el silencio ni la quietud de un pueblo rutinario: “me acostumbré a estar acá, paso las tardes charlando con gente en el negocio o tomando mates con visitas…tristes son los domingos, se hacen interminables” expresa el dueño del mercado apoyado en una góndola.
-¿Dependes mucho de 25 de Mayo?
- Y si, vos pensá que yo en 25 tengo el frigorífico, tengo la distribuidora de cigarrillos. En general hay una dependencia económica de 25 porque la mayoría de los productos los traemos de allá.
Los pasatiempos de San Enrique se reducen a partidas de naipes en el bar del pueblo nuevo, partidos de bochas en el centro de jubilados o platicas en las casas con una ronda de mates. “Acá los pibes no tienen donde jugar al fútbol y andan yirando por la calle” acota la empleada de Claudio apoyada en el mostrador.
Antonio Pascuale camina con pasos pesados hasta el mercado de Claudio, detuvo su trabajo de herrero por unos minutos para tomar un refresco en la sombra. Se apoya en la pared y posa la vista en el cielo mientras habla de su San Enrique paseando por la galería florida del tiempo.
- Yo jamás quise irme de acá, jamás me faltó trabajo. Una época brava fue cuando Perón era presidente, porque el campo no tuvo tanta importancia en aquellos años. Pero de todas maneras no quise irme.

Antonio relata historias del lugar con una sonrisa ancha en la cara. El sinfín de momentos felices que vivió, la calidez de gente amistosa y la serenidad de las calles polvorientas; lo intiman a prometerle un amor sin límites temporales que lo anclan en un pueblo que siente propio.
- ¿Qué será del pueblo dentro de décadas?
- Y…ojalá no, pero creo que va a desaparecer en algún momento porque los jóvenes se van a estudiar a otros lados y no vuelven más. Acá no tienen nada que hacer.- Antonio frunce el ceño y habla despacio con un tono melancólico-.

Sin cumpleaños oficiales, el pueblo rural de San Enrique sobrevive a kilómetros del cemento de grandes ciudades, con una economía que galopa al ritmo de una empresa agrícola y de hombres laboriosos históricos que hoy lo acarrean en los hombros, pero que mañana ya no estarán para sostener las riendas de este pueblo. Un pueblo agrario que parece levantar una consigna poética en lo alto, que expresa a espaldas de todo el mundo: “El sur también existe”.

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