No me gusta cuando callas



Reseña, homenaje al escritor Mexicano Juan Rulfo

En silencio late otro México. Juan Rulfo, narrador de desventuras de los vivos y los muertos guarda silencio. Hace quince años dijo lo que tenia que decir, en una novela corta y unos cuantos relatos, y desde entonces calla. O sea: hizo el amor de hondísima manera y después se quedó dormido" Eduardo Galeano, “El siglo del viento”

Con Pedro Páramo comprendió que en lugar de escribir prefería hacer callar su voz. Restaban kilómetros de hectáreas fértiles para sembrar su prosa en novelas o cuentos que recorrieran el mundo, crecían los seguidores, sus dos únicos libros empezaban a traducirse en diferentes lenguas; pero Juan Rulfo prefirió el silencio, pensó que ya había contado todo y se acobijó en el Instituto Nacional Indigenista para confeccionar la colección más importante de la Antropología contemporánea y antigua de México. Allí dedicó los últimos veinte años de su vida, alternando con la fotografía y algunos viajes por el continente. Mientras fumaba. Siempre fumaba y hablaba poco con una voz pesada.
Juan Rulfo es dueño de una prosa ligera, ágil, de pueblos perdidos en una llanura interminable donde los vivos vivían callados y los muertos se quejaban de estar muertos en el recóndito lugar de Comala, “aquello que está sobre las brasas de la tierra”.
Sus personajes son coloridos, de marcada raigambre popular, cuyos diálogos vivaces permiten acelerar la lectura y encuadrar la escena en una pantalla gigantesca de cine. Rulfo generaba literatura de alta velocidad, historias de contenido épico, de peleas fervientes entre distintos bandos políticos donde se desangraban en un barranco por un General llamado Petronilo Flores, campesinos pobres ingeniándoselas para vivir, pueblos marginales empequeñecidos por la pendiente, venganzas, muertes sangrientas y tristeza. Demasiada tristeza.
La vida del autor estuvo signada por la soledad. Sus padres murieron cuando él tenía apenas diez años y los familiares lo obligaron a inscribirse en un convento donde empezó a rozarse con la buena literatura en la biblioteca de un cura del lugar de nombre Irineo Monroy. Hurgando descubrió a Faulkner quien impregnó el modo de hacer literatura en Juan Rulfo y en el propio García Márquez.
Rulfo, aunque su nombre carezca de la sonoridad de otros emblemas del mundo de las letras, ha sido blanco de elogios rimbombantes de personajes que escatiman adjetivos a la hora de opinar de otros socios contemporáneos. “Pedro Páramo es una de las mejores novelas de la literatura de lengua hispánica, y aún de la literatura" sentenció Jorge Luis Borges y el maestro del realismo mágico, Gabriel García Márquez, describió las sensaciones que tuvo al digerir la novela: “aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí la Metamorfosis de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá -casi diez años atrás- había sufrido una conmoción semejante”.
La novela sobre Comala se instaló en la biblioteca del mundo, justo en el estante sagrado que cualquier aprendiz de escritor acude a diario para consultar en el momento de toparse con el fantasma de la página en blanco. Al momento de describir algo que se presenta como propio y cercano, pero las imágenes se desvanecen borrosas y caóticas en la mente.
Toda su bibliografía editada se resume en la novela Pedro Páramo y el libro de cuentos El Llano en llamas. Luego de su último libro publicado en 1955 aparece el cine, un cortometraje titulado “Despojo” que realiza con Antonio Reynoso en el estado del cura independentista Hidalgo.
Después el mundo esperó expectante otra prosa magnífica de Rulfo, al unísono del boom latinoamericano en el mercado del libro. Sin embargo ese día jamás llegó, Rulfo prefirió su prédica antropológica ligada a sus orígenes, a ese sueño de revolución mexicana que siempre coqueteó con la realidad y dejó huellas inquebrantables en las generaciones de mexicanos campesinos. Rulfo murió temprano, murió con Pedro Páramo, en ese preciso instante que jugó a ser un ánima para encontrarse con los muertos de su felicidad, con su gente. Allí fue cuando empezó el silencio, allí en el pueblo mexicano de Comala, “aquello que está sobre las brasas de la tierra”.
Por Matías Kraber

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