Clicks de domingo

Permítanme decir que los domingos son como linternas bien prendidas. Un buceo por la superficie oscura, o cajones que se vuelven abrir o canciones añejas que se destapan de un corchazo. Glup, glup, glup se escucha caer incluso.Y después que está la sensación de congelar la imagen, darle pausa en ese preciso instante donde la bolsa de nylon vuela como panadero en el aire en Belleza Americana: en un guiño, una metáfora sin fronteras de lo invisible que queremos ver mientras llueve, suenan las chapas -o las tejas o los techos- y uno quiere moverse con absoluta libertad en la estática de ese segundo: esa charla con un amigo, esa frase de aquel libro, la película a punto de terminar, ese tacto preciso con ella, ese viaje, ese beso, ese gol, ese diálogo en el recuerdo con algún viejo amor,o  esa cena; o ganas resbaladizas de poner un cuadro donde la pared es muy pálida, correr los muebles de lugar. Barajar y dar de nuevo. Alquimismo espiritual, no sé. Pero la crisis transformada en oportunidad.
El domingo suena como una puerta con las bisagras oxidadas. Tiene ese ruido a articulación rota o engranajes molidos. Entrar, cerrar o entornar la puerta es lo mismo que un trueno o un arco iris: el chaparrón arranca o se puede volver a la calle. Una de dos cartas posibles.
Mis canciones -hoy ya varias- muchas son domingueras: yo con la ventana abierta, sentado en la mesa de la computadora con el bloc de notas abierto y la guitarra en la mano permitiéndome viajar con ese acorde y con esa frase que arranca como un yeite o látigo corto. Que llega como esa lluvia en la calle.
 Casi todas nacen -o nacieron- sin premeditación. Nacen. Viene un algo que inquieta y te prepara como a quién va a parir imagino.  No hay destinatarios concretos, nombres, personas físicas ni sustantivos o entidades abstractas. Hay colores, hay estados, hay un susurro, un envión natural que quiere palabras y luego  las piensa- existe en ésta dialéctica Cartesiana que muchos damos por sentada mil veces. Agitamos como una privilegiada verdad absoluta, al menos cuando nos conviene.
Ese envión místico que llega , ese sopetón que nos acorrala cuando estábamos tumbados en la cama, esa fiebre que despluma el sueño y nos obliga a escribir, creo que es el domingo. El séptimo día, el que  Dios descansó, o el que los hombres necesitamos al fútbol como insulina y el mismo que- tanto nosotros como ellas- nos  desnudamos y nos reconocemos viscerales. Un día que todo puede volverse luto, chau, despedida cinematográfica, “Al lado del camino” de Fito, nudo en la garganta, tango, existencialismo sartreano o golazo de afuera del área.
Pienso en cuantas cosas habrán pasado los domingos. Un best seller que empieza o termina, un romance que concluye para siempre, muelas apretadas del suicidio, casamientos con perdices, películas para no olvidar como las italianas, cartas de amor o de despedidas, el hijo que se va, las madres que lloran, barcos que desencallan, campeones y glorias, guerras que terminan, tropas que regresan, amistades y canciones que nacen para siempre. Todo en un solo día. En 24 horas, en 86400 veces que el reloj hace tictac la Historia se puso en jaque y tuvo que correrse de lugar. La reina amenazó al rey para cambiar la partida y el hombre muta- pongámosle el personaje universal de Kafka: Gregorio Samsa- volviéndose una cucaracha gigante mientras el gallo prepara su garganta para avisar que el desayuno está en la mesa. Que es lunes otra vez sobre la ciudad, y vaya uno a saber con qué carajo nos despierta el mundo.

Matías Kraber

“Si alguna vez me cruzas por la calle
Regálame tu beso y no te aflijas.
Si ves que estoy pensando en otra cosa
no es nada malo es que paso una brisa
la brisa de la Muerte enamorada
que ronda como un ángel asesino
Mas no te asustes siempre se me pasa
es solo la intuición de mi destino”, Fito Paéz, Al lado del camino.

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