Confesiones de un tipo cabal


Haruki Murakami
del libro Baila, Baila, Baila
fragmento capítulo 1

Yo no soy un tipo raro
de verás lo creo.
Quizá tampoco pueda decirse que soy un tipo corriente, pero raro no soy. Soy una persona extremadamente cabal, a mi manera. Muy directa. Directa como una flecha. Soy yo mismo de un modo natural e inevitable. Dado a que es un hecho evidente, no me importa demasiado lo que los demás piensen de mí. La manera en que los demás me ven no me atañe. Más bien, eso es algo que sólo les atañe a ellos.
Algunas personas me consideran más memo de lo que soy en realidad, y otras me estiman de mayor medida de lo que en realidad valgo. Pero me da igual. Además, la expresión -en realidad- sólo se funda en la imagen que he creado de mí mismo. Me consideran un verdadero memo o alguien digno de estima. En ambos casos, me trae sin cuidado. Eso carece de importancia. En este mundo no existen las mal interpretaciones. Apenas, la discrepancia de ideas. Así lo veo yo.
Por otra parte, hay personas que se ven arrastradas por esa cabalidad que llevo dentro. Son escasas, pero existen. Esas personas - sean hombres o mujeres- y yo nos atraemos y después nos alejamos con total naturalidad , como astros errantes en el oscuro espacio del cosmos. Vienen a mí, se relacionan conmigo y un buen día se marchan. Se convierten en mis amigos, mis amantes, mi mujer. Algunos también pueden volverse enemigos. Pero, al final, siempre se alejan de mí. Se rinden o se desesperan o se quedan callados (aunque se abra el grifo ya nada sale) y se marchan.
Mi vivienda tiene dos puertas. Una de entrada y otra de salida. No son intercambiables.
No se puede salir por la entrada o entrar por la salida. Así está establecido. La gente entra por la entrada y sale por la salida. Hay distintas formas de entrar y salir. Pero al final todos salen. Algunas personas lo hacen a fin de probar nuevas posibilidades y otras para ahorrar tiempo. Otras porque mueren. No queda nadie. En mí apartamento no hay nadie, aparte de mí. Y siempre noto la ausencia de los que se han marchado.
Las palabras que pronunciaron, sus alientos, las canciones que susurraron, las veo flotar como polvo en cada rincón de mi apartamento.
Me da la impresión de que la imagen que todos ellos tenían de mí era bastante precisa. Por ese motivo todos se acercaron a mí y al poco tiempo se marcharon. Fueron testigos de mi cabalidad y de la honestidad -no se me ocurre otra palabra- con que intenté preservar esa cabalidad. Ellos intentaron decirme algo y abrirme sus corazones. Casi todos eran amables. Pero yo fui incapaz de ofrecerles nada.
Y aunque hubiera sido capaz, no habría sido suficiente. Me esforcé en darles todo lo que podía. Hice cuanto estaba a mi alcance, a mi vez, buscaba algo en ellos. Pero nunca funcionaba y acababan marchándose.
Era penoso, sin duda.
Pero lo más penoso es que se marchaban mucho más tristes que cuando habían llegado. Algo en su interior se había gastado un poco más, y se iban. Yo me daba cuenta. Por extraño que pueda parecer, daban la impresión de haberse desgastado más que yo. ¿ Por qué será? ¿ por qué siempre soy el que se queda? ¿ Y por qué en mis manos permanece siempre la sombra de los que se han desgastado? No tengo ni idea.
Los datos son insuficientes.
Por eso siempre me deniegan las respuestas.
Falta algo.

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