Ideas y big bang



La mayoría de estos ensayos fueron escritos bajo la embriagante influencia de mis voces de madrugada, mi teatro del amanecer, como suelo llamarlo. 
Cualquiera que tenga un gato sabrá a qué me refiero. Los gatos vienen al amanecer a sentarse a nuestra cama. Tal vez no nos pellizquen la nariz ni inhalen nuestra respiración ni hagan ruido. Simplemente se sientan a mirarnos hasta que abrimos un párpado y los espiamos: están a punto de caer muertos, tal es su necesidad de alimentarse.
Lo mismo me sucede con las ideas. Llegan en silencio a la hora en que trato de despertarme y recordar cómo me llamo. Las ideas y las fantasías se sientan en el borde de mi cordura, me susurran a oído y luego, si no me despierto, me dan más de lo que ofrece cualquier gato: un buen golpe en la cabeza, lo que me lleva directamente a correr a mi máquina de escribir antes de que las ideas huyan o mueran, o ambas cosas a la vez.
En todo caso, hago que las ideas vengan a mí. Yo no voy a ellas. Pongo a prueba su resistencia fingiendo que no les presto atención. La criatura latente se enfurece y lucha denodadamente por nacer y, una vez que nace, por recibir alimento.
Adhiero a la teoría del Big Bang.
Lo que significa que si no hay un Big Bang cada día de mi vida me siento marginado y desnudo. Si el lado derecho de mi cerebro rueda hasta atrapar un sueño en el lado izquierdo, corro y me zambullo en una piscina desierta hasta que mi cerebro se divide en dos mitades perfectas. 


Ray Bradbury/ Fueiserá

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