Como una perla rosa en el mar



Me parece que se fundó un planeta. Un planeta joven al que se ingresa masticando una canción de rock que tiene saliva agridulce y segundos después enciende algún interruptor para dar lugar a esos ventiladores del viento en la cara. Escape en moto o abducción directa.
A la vez me da la sensación que quien se avivó entró a la nave y halló un viaje en el tiempo. Un secreto sonoro que ya está en la biblioteca de babel de la web: La hora de los pájaros, el tercer disco de la banda de rock argentino Pérez (una familia de pájaros platenses) que quién no conozca sintonice en el éter perezmusica.bandcamp.com/album/la-hora-de-los-pajaros.
Yo, saco el misil del placard y le doy play al vuelo: se prenden turbinas que son una mezcla de ADN culturales haciendo chispas. Un reloj suizo en la maratón de un swing valvular que junta frases como látigos para repetir en mantras y zaz: teletransportación en una frase “puedo estar en cualquier planeta/ A la hora de los pájaros decidí quedarme quieto/ Una perla en el mar, abriendo mis alas para volar/ y si me decís que no vas a venir me voy a quedar esperando/ se llevan las montañas, debajo de la cruz del sur, se llevan las montañas"/ y remata el viaje con un voltaje que invoca a Luca Prodan, Joe Strummer, Charly García y Morrisey en una bola de música que muestra la génesis de fuego de los ochenta vueltos 2000 en 9 canciones con pisadas indie del camino que tiene carreteras, ripios, aviones y veredas de otoño.
Por suerte nadie me espera en casa, ni sabe que pasa, pero yo puedo ser así  y quedarme en el planeta Pérez donde un auto galopando al horizonte le muerde  polvo a las estrellas para sentirse mucho mejor. Llegó la hora, la tercer película, la medicina Perezosa perfecta, las canciones que tienen que sonar en la radio mientras los parlantes explotan en mi auto. Llegó el final del disco y huele a fresa ésta película de despertarse de vuelta en el mundo que, ahora, aunque yéndome del planeta ya me siento mucho mejor.

Matías Kraber

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