Fútbol pibe, Fútbol

Fútbol pibe. Fútbol. La manija que carcome por dentro si no intento una pared, un toque corto de espaldas, un tiro cruzado con el empeine sintiendo la pelota como un huevo en los cordones de mis botines. Si, también el acto de ponerse los timbo e ir caminando como un soldado pero que en vez de ir a un cuartel va para la canchita. Sí también le digo canchita por más que yo ya sea un viejo o la cancha tenga un césped sintético con esa pasta negra que parece el coco de una torta de cumpleaños que también tenía jugadores de River o de Boca o del Rojo y Racing.
Fútbol, ésta matemática imperfecta que es más poderosa cuando se juega con amigos. El otro día, en una tertulia digna de un tercer tiempo futbolero, les pregunté a dos socios de la pelota y las letras que riman con vida simple: ¿ Por qué uno con el tiempo se vuelve inexorablemente Dolinezco para jugarlo?. Por qué a ver, por qué? Por qué ya no asomo el hocico a esos pleitos de camisetas de los sábados dónde me tendría que abrazar con jugadores desconocidos?, por qué ya si mis amigos no están en la cancha mi brújula tiene ganas de estar en un livin tocando la guitarra o leyendo un libro o tomando un vino?. O todo eso junto mientras un guiso de lentejas con sobremesa perfecta nos lleva a hablar del fútbol en nuestro edén que también es cuartel de invierno donde hablamos del fobal. o el Fulbito: matemática imperfecta que se convierte en la literatura para armonizar la vida, mientras El Diego y el Bocha se convierten en los santos que sacan la cabeza por el reborde del paredón, con la picardía de los felinos callejeros, invitándonos a saltarlo para caer al potrero como quién te convida con barro para siempre. 



MK 

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