Quitanieves de cultura


Recuerdo pasajes de Murakami en baila, baila, baila. Un libro magistral que muestra los laberintos de un periodista free lance que ingresa en pasillos y habitaciones que son dimensiones en esta vida o coqueteo con otras varias. Un ascensor del limbo o el infierno por ciudades de Japón que van de Tokio a Sapporo en un Chrysler desvencijado donde siempre suena el stereo y hay millas de viento en la cara con alguna compañera del camino. Se me viene este personaje narrador del nipón más pop de la literatura mundial contemporánea y algunas de sus frases que están adentro, más en el iceberg que en la superficie, "yo soy un quitanieves cultural", responde ante una pregunta sobre su oficio y me pareció una respuesta impecable. Los medios masivos de comunicación nos llenan de nieve el asfalto cotidiano o incluso el verde del Llano o los picos de la montaña. Nieve como smog informativo, capas de costra de palabras que ni siquiera son nuestras, kilos de mierda de bosta mediática; clichés que son bobos y tan nocivos como el glisofato que van penetrando las membranas de nuestra tierra virgen y de la memoria. El quitanieves cultural es una emergencia del oficio, la artesanía de al menos -en pocos metros, en algún perímetro o en un par de cabezas- uno pueda barrer el exceso y permitir que crezca un trébol o un rayito de luz. Quitemos la nieve y después sembremos nuestra propia huerta. Tras tanta nieve, también seguimos teniendo un boleto a la tierra fértil.

Matías Kraber

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