Mi primer Monoblock


Me desperté con la imagen de los monoblocks. Ese plantel de departamentos contiguos que lideran toda una manzana. Son varios los que vi en mi vida, pero yo me desperté con el primero que vi en 4bis y 524. Un paisaje verde de hormigón con ventanas y ropa en los tender. Era Tolosa, pero ni puta idea, para mí significó la primer frontera que separó la ciudad y el pueblo. Recuerdo que llegué en un taxi después de atravesar calle 12 y descubrir La Catedral y Plaza Moreno.

Son datos que retengo desde 1997 cuando conseguí el teléfono -recito de memoria: 424422- de mi amigo de la infancia, Diego, y arrancó la cruzada de intentar dar con él después de 6 o 7 años de no vernos las caras ni los granos en tiempos púber de colegio.
Conseguir datos fue un laburo de detective barrial que hicimos con Nico. Rastreamos a una amiga de su hermana que aún mantenía contacto con ella, luego de hacer un raid por las manzanas en la que jugábamos de pibes al fútbol entre árboles de la calle con toda una vagancia que se amontonaba cualquier tarde en la Hipólito Yrigoyen entre Cayetano Rodríguez y Adolfo Alsina. En esos cien metros estaba la base de operaciones.
Unos timbres, unas cuantos sondeos hasta conseguir el papel escrito con lapicera con el teléfono de "Dieguito". Fuimos de raje a casa a llamar y estábamos nerviosos. Era como comunicarse con el amigo invisible: "¿Se acordará?", decíamos. Del otro lado, una voz ya desconocida para nosotros. Habían pasado 7 años. "Que sí, tanto tiempo". “¿Seguís siendo del rojo?”, me dijo. "Yo también, te acordas?", y yo no lo recordaba.
Hablamos con él casi unos 15 minutos de charla. De su colegio, de su club de fútbol, su familia y ahí tiró las coordenadas de su departamento en pleno barrio de Tolosa a un par de cuadras del Carrefour de Camino Centenario, dijo.
De nuevo: la imagen de los monoblocks. Me quedé una semana. Pateábamos en el pulmón de manzana que daba al fondo de los departamentos y desde las alturas algunos curiosos nos miraban. Diego jugaba de 6 en ADIP y estaban organizando un viaje a Europa con su división. Además hablaba más canchero y escuchaba a Los Redondos en un barrio lleno de paredes con los símbolos de la banda del Indio Solari, quien supo caminar por estas callecitas
A Diego no lo vi más, salvo alguna vez que no cuenta por una esquina platense en bicicleta. Ya éramos dos locales, conocidos, que se cruzaban en la urbe. En cambio, siempre recuerdo el monoblock como esta mañana que desperté con la imagen bien nítida y me quedé pensando un rato.
Después se me vino el conjunto de departamentos color marrón que está a la altura de Dock Sud cuando viajas por autopista desde La Plata. Muchas veces me desperté ahí mientras viajaba en El Plaza en una de las tantas excursiones a Capital Federal: sea por trabajo o amor.
Me despertaba en ese peaje como si sonara un despertador, me restregaba los ojos y veía las decenas de ventanas ocres con la ropa en los balcones. Siempre me quedaba pensando ese múltiplo de historias amontonadas. Los conventillos de ahora, pensaba. Un tango que suena más rockero.
Y ahora, cuando pienso en esos conjuntos de departamentos apiñados distingo una suerte de frontera que marcó para siempre, en mí, esa línea que divide la ciudad y el pueblo. El telón de cemento para el pibe que dejó las bombachas de campo y se vino a la jungla. Se quedó por estas esquinas. 

MK

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